A sus pies, se?ora Streep
Esa dama rubia y p¨¢lida llamada Meryl Streep, que nunca ha parecido ni joven ni vieja, luminosa y secreta, imagen sublime del control y de la t¨¦cnica, alguien que debe de alcanzar el ¨¦xtasis profesional cuando le exigen meterse en la piel y en el alma de un mont¨®n de personajes que no guardan el menor parecido entre ellos, es desde hace cuarenta a?os una de las escasas actrices cuyo trabajo justifica el precio de la entrada independientemente de la calidad de la pel¨ªcula. Cualquier espectador con ojos y o¨ªdos medianamente receptivos y educados tendr¨¢ que aceptar el arte y la veracidad que esta impresionante actriz regala cada vez que la enfoca la c¨¢mara. No es una mujer que me enamore pero su talento me inspira reverencia. Es tan buena actriz que si se lo propone, a pesar de una frialdad gen¨¦tica, puede resultar sexy. Como en su juego de miradas hacia De Niro y Walken en la boda de la preciosa El cazador, en ese sensual lavado de cabello de Memorias de ?frica, devorando con los ojos el mojado torso de Eastwood en Los puentes de Madison. Puede parecer y ser lo que le d¨¦ la gana para regocijo de sus directores y de los mirones.
LA DAMA DE HIERRO
Directora: Phyllida Lloyd.
Int¨¦rpretes: Meryl Streep, Jim Broadbent, Anthony Head.
G¨¦nero: Drama / Biograf¨ªa
Reino Unido / Francia, 2011. Duraci¨®n: 105 minutos.
Ella es una de las escasas actrices que justifican el precio de la entrada
Imaginas los nervios y la satisfacci¨®n de esta mujer cuando le ofrecen encarnar a Margaret Thatcher, a un personaje hist¨®rico al que debe interpretar en su madurez y en su vejez, imitar su voz y su acento, adue?arse de sus gestos y de sus andares, su seguridad y sus miedos, su sentido de la responsabilidad y su coraje para imponerse en un mundo de hombres, sus trascendentes decisiones y sus recuerdos, sus alucinaciones y su demencia. Y, c¨®mo no, borda a la Dama de Hierro desde fuera y desde dentro. Est¨¢n justificados todos los premios que va a recibir.
Aclarado mi admirativo pasmo ante la protagonista de La Dama de Hierro, el entusiasmo se limita a eso. El resto es indiferencia ante una historia y unos personajes cuyos problemas no logran implicarme. Ni la menor empat¨ªa ante la relaci¨®n supuestamente compleja y conmovedora entre esa mujer dominante y su comprensivo marido. La directora Phyllida Loyd, que ya dirigi¨® a Meryl Streep en la supuestamente hilarante y juguetona Mamma mia!, est¨¢ fatigosamente empe?ada en hacer una exaltaci¨®n feminista con la figura de Margaret Thatcher. De acuerdo, tiene mucho m¨¦rito lo que logr¨® la disciplinada hija del tendero, conseguir y mantener el poder en un universo que siempre iba a mirar de reojo a una mujer conservadora y de clase media baja dirigiendo el tim¨®n del convulsionado pa¨ªs, acechada por las intrigas internas en su propio partido y detestada, temida y progresivamente respetada por los laboristas, alguien que asume el brutal desgaste que le supone su inflexibilidad negociadora ante las huelgas mineras, el sangrante conflicto de Irlanda (qu¨¦ hambre debieron de pasar Bobby Sands y otros diez presos del IRA antes de palmarla) y una guerra fulminante y victoriosa contra Argentina por un qu¨ªtame all¨¢ unas islas que ella logr¨® hacer popular en su pa¨ªs. Nadie duda de la energ¨ªa, dotes de mando y capacidad resolutiva de esa gobernante, pero demasiada gente se preguntar¨¢ por el precio que tuvieron que pagar por esa personalidad autoritaria.
Mi problema con esta pel¨ªcula no es mi antipat¨ªa hacia la Thatcher. Tampoco le tengo ning¨²n cari?o a la reina Isabel ni a su difunto padre y tanto The Queen como El discurso del rey me parecen brillantes. El problema es que al cont¨¢rmelo en im¨¢genes y sonidos me da igual el pasado, presente y futuro de esta trascendente mujer.
Babelia
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