Qui¨¦n quiere reputaci¨®n
Hablaba el pasado domingo del peligro de los finales aspaventosos, de c¨®mo ¨¦stos -se los busquen los individuos o no- tienden a quedar como lo m¨¢s verdadero de toda una vida, como lo configurador y definitorio e inamovible, a la manera en que lo hacen los desenlaces de las novelas, los cuentos, las pel¨ªculas y los dramas. De c¨®mo lo que se recuerda de los seres reales se asemeja, m¨¢s de lo razonable, a los destinos de los personajes de ficci¨®n que perduran en nuestra memoria. Las tempranas muertes de Kurt Cobain o Amy Winehouse los caracterizar¨¢n ya para siempre tanto como a Romeo y Julieta su tonto sino tr¨¢gico, y que Elvis Presley muriera como muri¨® -en el cuarto de ba?o y con v¨®mitos, al parecer- condicionar¨¢ tanto el conjunto de su figura como estar¨¢ condicionada la de Madame Bovary por el veneno que ingiri¨® y le provoc¨® una muerte atroz, grabada en la mente de todo lector de Flaubert. En las creaciones literarias o cinematogr¨¢ficas -en las narrativas-, los hechos est¨¢n abocados a ser los mismos durante toda la eternidad, es decir, mientras haya lectores y espectadores: Don Quijote y Macbeth murieron como murieron y no hay vuelta de hoja; no habr¨¢ nunca duda de qui¨¦n fue el hombre que mat¨® a Liberty Valance; nadie podr¨¢ alterar la ¨²ltima palabra del ciudadano Kane, que fue y ser¨¢ "Rosebud" sin remisi¨®n.
"A demasiada gente le trae sin cuidado lo que se piense o diga de ella, m¨¢s a¨²n cuando est¨¦ muerta"
Solemos creer que las vidas reales no est¨¢n tan atadas ni determinadas, que casi todo tiene remedio o ment¨ªs o enmienda o rectificaci¨®n, fingiendo ignorar que nuestro t¨¦rmino puede encontrarse a la vuelta de cualquier esquina y que puede ser -mala suerte- lo bastante dram¨¢tico o espectacular para borrar o te?ir cuanto hicimos antes, a veces con esfuerzo y dedicaci¨®n. Pero, si aceptamos que el resumen de nuestras existencias ser¨¢ siempre breve -como corresponde a la palabra "resumen"- y destacar¨¢ unos pocos elementos -los m¨¢s llamativos o f¨¢ciles de recordar, no por fuerza los m¨¢s dignos-, deber¨ªamos llevar cuidado no s¨®lo con nuestro final, que a menudo nos es imposible prever y controlar, no digamos escenificar, y detr¨¢s del cual no viene nada ni hay m¨¢s oportunidades, sino con casi cualquier hecho escandaloso o chill¨®n, porque puede acabar siendo lo ¨²nico a lo que se nos asocie, mientras se guarde memoria de nosotros, claro est¨¢.
En este sentido resulta asombroso que tantos sujetos se arriesguen tanto. Nada de lo que hiciera o haga en el futuro Rold¨¢n, aquel director de la Guardia Civil, contar¨¢ lo m¨¢s m¨ªnimo al lado de su robo monumental, ser¨¢ esto lo que aparezca al instante unido a su nombre. Es probable que, con ser mucho menos grave, e independientemente de su condena o exoneraci¨®n, a Camps lo persigan sus trajes hasta la tumba y m¨¢s all¨¢, como a Strauss-Kahn su camarera africana, si es que alguien se acuerda de esos dos m¨¢s all¨¢. Nixon tuvo una largu¨ªsima trayectoria pol¨ªtica, pero su perjurio en el caso Watergate (un asunto en verdad nimio a la luz de tanto espionaje impune como ha venido despu¨¦s) es lo ¨²nico que acude a la cabeza de la gente al o¨ªr o leer su apellido. Hay baldones y manchas que se extienden de tal manera que oscurecen, cubren, barren, aniquilan todo lo dem¨¢s. Una persona puede haber realizado grandes obras y haber sido benefactor de la humanidad, que todo eso quedar¨¢ tapado por una sola falta o tacha de envergadura; todo eso no contar¨¢ y ser¨¢ como si no hubiera existido. ?Injusto? Sin duda, con frecuencia. Pero as¨ª es como va el mundo, del que jam¨¢s se ha dicho que fuera justo.
?C¨®mo es, pues, que alguien como Urdangarin, yerno del Rey -por mencionar un caso conspicuo, pero en Espa?a hay incontables m¨¢s-, se haya arriesgado as¨ª, independientemente de que a la postre salga absuelto de cuanto se le imputa? A efectos de lo que hablo, poco importar¨¢ que se lo declare inocente o culpable. Dado que no es un personaje "din¨¢mico", cuyos logros profesionales est¨¦n a la vista de todos y vayan a continuar (no es un deportista en activo, un Nadal cuyos futuros triunfos pudieran difuminar o disipar la m¨¢cula; ni un actor, o un escritor), su figura est¨¢tica, mera comparsa de un s¨ªmbolo, quedar¨¢, como mariposa, para siempre prendida con el alfiler del esc¨¢ndalo al que ahora da nombre, y en su biograf¨ªa no habr¨¢ m¨¢s para el com¨²n de las gentes, esto es, para la siempre despiadada y superficial memoria colectiva.
Se me ocurren s¨®lo dos explicaciones, para correr tanto riesgo. Una es la conciencia que vamos teniendo de lo que acabo de exponer: si uno puede ser intachable a lo largo de su vida, y eso no va a contar ante el primer desliz llamativo o ante un final desdichado y espectacular del que acaso ni seamos responsables, ?para qu¨¦ tomarse molestias, para qu¨¦ portarse bien si eso no nos asegura un relato p¨®stumo satisfactorio? (Y adem¨¢s la calumnia acecha siempre.) La otra es la m¨¢s probable, en mi opini¨®n: a demasiada gente ha dejado de preocuparle c¨®mo ser¨¢ recordada -lo que se llamaba su "buen nombre"-. Le trae sin cuidado lo que se piense o diga de ella, m¨¢s a¨²n cuando est¨¦ muerta. Eso es una bagatela en comparaci¨®n con los beneficios obtenibles en vida. Cuando se habla de la falta de escr¨²pulos actual, o de moral, o de ¨¦tica, no suele traerse a colaci¨®n el siguiente factor que las propicia: estamos asistiendo al desprestigio y desaparici¨®n de algo que tuvo fuerza y fren¨® y disuadi¨® de tantas conductas, al menos desde que se escribe la historia y hay registro de los hechos. Estamos asistiendo al fin de lo que acostumbraba a llamarse "la reputaci¨®n".
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