Matrimonio en Bombay
PIEDRA DE TOQUE. Gentes de cinco continentes y una veintena de pa¨ªses hemos venido aqu¨ª a la boda del peruano Roberto y la india Nus, en esta ciudad donde ricos y pobres andan mezclados de manera inextricable
Roberto es un peruano de Lima y Nus una india de Bombay. Ambos estudiaron en Estados Unidos y trabajan para una compa?¨ªa de publicidad transnacional. Se conocieron en Nueva Delhi, se enamoraron en Shangh¨¢i donde fueron a hacer una campa?a publicitaria y ahora residen en Nueva York. All¨ª tomaron la decisi¨®n de casarse. El matrimonio se celebrar¨¢ en Bombay, residencia de la familia de la novia. Como Roberto es hijo de unos amigos muy queridos, Patricia y yo hemos venido a acompa?arlos y, con nosotros, m¨¢s de un centenar de forasteros de medio mundo, sobre todo, peruanos.
Este enlace y estos amores son un producto de la globalizaci¨®n, no hubieran sido posibles unos a?os atr¨¢s. Nus es la primera persona de su extenso linaje que se casa por amor. Hasta ahora, en su familia los matrimonios fueron siempre arreglados, como sigue ocurriendo en innumerables hogares indios, y, principalmente, entre las familias de religi¨®n musulmana que, como los progenitores de Nus, pertenecen a la secta Bohri, de un mill¨®n de pros¨¦litos, caracterizada por su fidelidad a la tradici¨®n.
A pesar del admirable progreso de su pa¨ªs, millones de indios han quedado atr¨¢s, varados
Cuando Nus inform¨® a sus padres que quer¨ªa casarse con Roberto, aqu¨¦llos se alarmaron. Su madre le propuso un muestrario de pretendientes, pero ya que la muchacha no daba su brazo a torcer, la familia acept¨® conocer al ex¨®tico joven procedente del Per¨² -y, encima, de familia nazarena- que aspiraba a desposar a su hija. Roberto vino a Bombay, se las arregl¨® para pasar el examen y seducir a sus futuros parientes pol¨ªticos, los que, finalmente, consintieron a la boda.
?sta durar¨¢ cuatro d¨ªas y constituir¨¢ una obra sutil de equilibrio religioso, musical, sociol¨®gico, diplom¨¢tico e idiosincr¨¢tico. El primer d¨ªa consta de una ceremonia privada a la que asisten s¨®lo las familias. Se firma el contrato matrimonial y el abuelo de Nus la "entrega" simb¨®licamente a su novio. Los otros tres d¨ªas consisten en fiestas y cenas copiosas, con bailes, canciones, espect¨¢culos y manjares donde se alternan la tradici¨®n y lo moderno, el oriente indio, la Am¨¦rica gringa e hisp¨¢nica y fogonazos del resto del mundo.
El Hotel Taj Mahal Palace, ya restaurado en su antigua magnificencia de los estragos que le infligieron unos terroristas venidos de Pakist¨¢n, que destrozaron sus instalaciones y las sembraron de sangre y de cad¨¢veres, es el escenario de la ceremonia llamada Mehndi. A los invitados hombres nos enturbantan y a las damas unos diligentes dise?adores les bordan en las manos y en los pies los delicados encajes henna, portadores de buena suerte, con una tintura que ir¨¢ desvaneciendo el paso de los d¨ªas. Las guayaberas y las chaquetas se entreveran con los blusones y las camisolas, las sandalias y pantuflas con los zapatos, as¨ª como los saris delicados con atrevidas minifaldas occidentales. De acuerdo a las instrucciones, se evitan los atuendos en blanco y en negro. Hay un colorido espect¨¢culo de bailarinas, cantantes y m¨²sicos de Rajast¨¢n y una comida estrictamente vegetariana, de misteriosa factura y ardiente como el fuego. Que no se sirva gota de alcohol no es obst¨¢culo para que los j¨®venes, la gran mayor¨ªa de asistentes, se lancen a bailar las danzas locales y formen al poco rato una algarab¨ªa fren¨¦tica, haciendo figuras, rondas, trencitos, en torno a los novios que presiden la fiesta en estado de trance. Yo resisto hasta la medianoche pero aquello se alarga hasta el amanecer.
La fiesta del d¨ªa siguiente, llamada Sangeet, es informal y m¨¢s latina que india. La terraza del Hotel Intercontinental, que mira al Mar de Arabia, ha sido transformada en una explanada caribe?a -uno se creer¨ªa en Santo Domingo, Cartagena o Jamaica- y la m¨²sica que atruena la noche son merengues, cumbias, mambos, huarachas, rom¨¢nticos boleros y, por fin, las indescifrables danzas modernas norteamericanas. Se brinda con vino, champagne, whisky, y los indios, ahora en franca minor¨ªa ante los latinos, toman el desquite cuando los amigos y amigas de los novios presentan un n¨²mero de danza inspirado en los melodramas musicales de Bollywood, la m¨¢s fecunda productora de pel¨ªculas del mundo -cerca de 1.000 al a?o y en 30 lenguas distintas- que tiene sus desarrapados estudios en las afueras de Bombay. Es divertido, c¨®mico, simp¨¢tico, y acaba de romper las barreras de idiomas, creencias y costumbres y confundir a todos los j¨®venes en un jolgorio de sincretismo exaltado y glorioso. Cuando me arrastro hasta mi hotel, aquello s¨®lo est¨¢ empezando.
La ceremonia del ¨²ltimo d¨ªa, Walima, es la m¨¢s bonita y llamativa. En ella no se bebe alcohol ni se bailan danzas modernas, se desfila por la calle y luego, en un hermoso jard¨ªn vecino al Paseo Mar¨ªtimo, se felicita y despide a los novios, mientras se degustan las especialidades culinarias de la comunidad Bohri preparadas por la familia de Nus. El atuendo indio prevalece y muchos extranjeros llevan tambi¨¦n salwaar kameez, blusas y faldas lehenga, saris, chaquetas Nehru, turbantes y babuchas. El desfile callejero, desde el Trident Hotel, dura varias cuadras. Los novios van en lo alto de una carroza decorada con flores y tirada por caballos, mientras a su alrededor parientes y amigos cantan alabanzas y hacen votos de buena fortuna para los reci¨¦n casados. Una peque?a orquesta con cornetas, tambores y platillos escapada de una pel¨ªcula de Fellini preside el cortejo.
La gente de las veredas y los autos sonr¨ªe, saluda, env¨ªa buenaventuras y, de pronto, descubro que, tambi¨¦n aqu¨ª, entre las bellas muchachas envueltas en sedas, los caballeros elegantes y las damas que lucen sus joyas, se han entreverado los mendigos: ancianos, hombres y mujeres, ni?os que apenas han aprendido a andar, con las manos estiradas, luciendo sus harapos, su ceguera, sus mu?ones, su delgadez esquel¨¦tica, su desamparo. Son la presencia brutal de la realidad en este cuento de hadas.
Las estad¨ªsticas dicen que la India, la m¨¢s grande democracia del mundo, viene dando una formidable batalla contra la pobreza, creciendo desde hace 15 a?os a un promedio parecido al de China -entre un 9% y 10% anual- y que cada a?o millones de pobres dejan de serlo y se incorporan a las pujantes clases medias. Todo ello es cierto. Pero las verdades estad¨ªsticas no dicen nunca toda la verdad. Lo que ocultan (y esto vale tambi¨¦n para China, Brasil y todos los nuevos gigantes) es que, a pesar de ese admirable progreso, decenas y, acaso, centenas de millones de indios han quedado atr¨¢s, varados, y no tendr¨¢n ya la oportunidad de salir del infierno de miseria y desesperanza.
Eso es lo que nos recuerdan los mendigos de esta fascinante y estremecedora ciudad cuyas calles atestadas parecen salidas de las par¨¢bolas de Borges sobre el infinito y la vertiginosa eternidad. Est¨¢n por todas partes, callados, pac¨ªficos, terribles: a las puertas del Museo Nacional y sus hermosas colecciones de pinturas nepalesas y tibetanas; en torno a la desvencijada mansi¨®n victoriana Mani Bhavan, donde vivi¨® el asceta Mahatma Gandhi que con su limpia palabra y sus ayunos derrot¨® al Imperio brit¨¢nico; al pie de la Puerta de la India y en los andenes y escalinatas de la Victoria Terminus Station, tan presente en las historias de Rudyard Kipling, parecida a la estaci¨®n St. Pancras de Londres, pese a las capas de mugre que recubren sus relojes, lampadarios, balcones, asientos y techos, ventanales y paredes de falso g¨®tico, y est¨¢n tambi¨¦n en el embarcadero donde los turistas suben a los barquitos que los llevar¨¢n a la isla de Elefanta, a ver las monumentales esculturas de Shiva excavadas en las grutas.
Est¨¢n all¨ª porque en Bombay, a diferencia de lo que ocurre en Lima, Madrid, M¨¦xico o R¨ªo de Janeiro, la pobreza y la riqueza no tienen sus barrios acotados para que aquella no turbe ni asuste a quienes disfrutan de una vida digna. No, en esta ciudad ricos y pobres andan mezclados de manera inextricable y, por ejemplo, la casa-rascacielos del multibillonario Amban¨ª, uno de los hombres m¨¢s ricos del mundo, levanta hacia los cielos sus 300 habitaciones desde una barriada donde deben api?arse las familias m¨¢s menesterosas de la ciudad.
Roberto y Nus, claro est¨¢, no pueden pensar en este momento en estas cosas tristes. All¨ª est¨¢n, j¨®venes, apuestos, ella bell¨ªsima en sus gr¨¢ciles sedas, maquillada con arte impecable, y ¨¦l, desenvuelto como si hubiera llevado toda la vida ese atuendo oriental. Reciben las felicitaciones con alegr¨ªa y esperan el instante final, el de "los zapatos nuevos", que, al ser entregados por la madre del novio a Nus, marcar¨¢n el t¨¦rmino de la boda.
?Ser¨¢n felices? Para casarse han tenido que vencer enormes obst¨¢culos, un excelente comienzo. Un matrimonio feliz es una empresa com¨²n y exige tanta dedicaci¨®n, fervor, paciencia e insistencia como una gran novela. Gentes de cinco continentes y una veintena de pa¨ªses hemos venido aqu¨ª a exigirles que sean felices. No deber¨ªan defraudarnos.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2012. ? Mario Vargas Llosa, 2012.
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