"?H¨¢galo usted aunque tenga que matar!"
Un sinf¨ªn de an¨¦cdotas construyeron la imagen del Fraga en¨¦rgico y desp¨®tico, con una enorme fortaleza f¨ªsica y un sentido del humor muy particular
Un d¨ªa cualquiera, mediados los a?os noventa, en el aeropuerto de Lavacolla, en Santiago de Compostela. Se abren las puertas autom¨¢ticas de la sala de llegadas y aparece un hombre que supera con creces los 70 a?os. Viste abrigo, bufanda y sombrero, y sostiene una peque?a maleta de cuero en su mano derecha. A pesar de caminar con un caracter¨ªstico bamboleo, avanza con paso firme y decidido. Cuando minutos despu¨¦s las puertas vuelven a abrirse, los que asoman son un grupo de hombres y mujeres que, a pesar de no aparentar m¨¢s de treinta y tantos, se arrastran como si sus maletas en lugar de ropa llevasen piedras.
La escena corresponde al regreso de uno de los innumerables viajes que Manuel Fraga Iribarne (Vilalba, 1922-Madrid, 2012) realiz¨® a Sudam¨¦rica a lo largo de sus 16 a?os como presidente de la Xunta. El hombre que siempre presumi¨® de gozar de una vitalidad capaz de "cansar a todos" se hab¨ªa vuelto a salir con la suya. La fatiga era evidente aquel d¨ªa en los rostros de los j¨®venes periodistas que, como quien suscribe, dedicaron parte de sus a?os de profesi¨®n a seguir por el mundo a El Le¨®n de Vilalba.
Despert¨® a un paisano al amanecer para dar con un rinc¨®n de pesca
Su nieto le dijo una vez: "Abuelo, t¨² eres tonto porque no me escuchas"
"?Tiene usted la cabeza para algo m¨¢s que peinarse?", dijo a una periodista
Con 70 a?os, los informadores volv¨ªan m¨¢s cansados que ¨¦l de los viajes
Un volc¨¢n en constante erupci¨®n -Cicl¨®n Fraga, le llamaban algunos- que tambi¨¦n se manifestaba en no pocas ocasiones en forma de exabruptos. Cuando algo le molestaba, no dudaba en hacerlo saber en¨¦rgicamente, ya fuera su objetivo un periodista o un estrecho colaborador. Y ante la m¨¢s m¨ªnima insistencia zanjaba el asunto con su famoso "y punto". Lo sabe bien un integrante de su gabinete de prensa al que, cerca de la medianoche, en un hotel de Lisboa, le encarg¨® que al d¨ªa siguiente le subiese a primer¨ªsima hora los diarios espa?oles. Tras escuchar desde el interior del ascensor las explicaciones del asesor sobre la imposibilidad de cumplir su deseo, y cinco segundos antes de que se cerrasen las puertas, le conmin¨®: "Le he dicho que quiero los peri¨®dicos a las seis de la ma?ana. ?Como si tiene usted que matar a alguien! Me da igual".
Tampoco se borra del recuerdo de una periodista el bufido que le lanz¨® cuando, durante una rueda de prensa, en su primera legislatura como presidente de la Xunta, le pregunt¨® si hab¨ªa planeado una remodelaci¨®n del Ejecutivo. "Se?orita, ?tiene usted la cabeza para algo m¨¢s que para peinarse?", respondi¨® Fraga, que a?adi¨®: "Eso es una solemne tonter¨ªa". Ni que decir tiene que la remodelaci¨®n se llev¨® a efecto a los pocos d¨ªas. La periodista pose¨ªa buena informaci¨®n y hab¨ªa provocado la reacci¨®n furiosa del Le¨®n. Eran los momentos ¨¢lgidos de un hombre plet¨®rico que, de ser menester, tambi¨¦n acud¨ªa sol¨ªcito al rescate de una dama. Como hizo una noche en la recepci¨®n de un hotel de Brasil, cuando una joven exuberante, que m¨¢s que una minifalda vest¨ªa una blusa larga y que pisaba sobre altos tacones, tropez¨® con un escal¨®n y se fue al suelo. Mientras la ayudaba a incorporarse, y con la mejor de sus sonrisas, le dijo: "Mi querida amiga, estoy seguro de que la raz¨®n de su ca¨ªda no ha sido, precisamente, un tropiezo con su falda".
Con sus zapatones de siete leguas, Fraga recorri¨® pr¨¢cticamente todas las aldeas de Galicia, pero su visi¨®n de hombre de Estado, que vio frustrado su deseo de llegar a convertirse en presidente del Gobierno, le condujo tambi¨¦n por m¨¢s de medio planeta. De Argentina a Jap¨®n; de Australia a los Estados Unidos; de la Cuba de Castro a la embargada Libia de Gadafi y hasta al Ir¨¢n de los ayatol¨¢s. "Estoy dispuesto a viajar al infierno si hace falta", sol¨ªa decir para defenderse de las cr¨ªticas que le llegaban, en ocasiones desde su propio partido. Y, para bien o para mal, all¨¢ por donde ha pasado ha dejado huella. A veces, en forma de peri¨®dicos totalmente destripados como los que quedaban esparcidos por el suelo de los aviones junto al primer asiento de la primera fila de clase turista, su ubicaci¨®n habitual en los viajes cortos. Fueron muchas horas de vuelo que tambi¨¦n dejaron momentos c¨®micos. No hay m¨¢s que preguntarles a los at¨®nitos pasajeros de un avi¨®n en el que regresaba de un viaje a Cerde?a. Al poco de despegar, la rotura de una botella de vino que un periodista hab¨ªa guardado en el compartimento de equipajes situado sobre el asiento de Fraga hizo que el l¨ªquido se derramase sobre la cabeza y los hombros del entonces presidente gallego. ?ste se incorpor¨® y, tras girarse hacia el pasillo, requiri¨® la inmediata presencia de su hombre de prensa al grito de: "?En este avi¨®n llueve vino!".
De Fraga dijo una vez Felipe Gonz¨¢lez que le cab¨ªa el Estado en la cabeza. Y no solo el Estado. Si en algo coincid¨ªan defensores y detractores de su siempre pol¨¦mica figura era en su vasta cultura. Que se lo digan si no a un gu¨ªa tur¨ªstico que tuvo que soportar estoicamente su erudici¨®n durante un apresurado tour por los principales edificios de la monumental Florencia. Hastiado de que puntualizase cada una de sus explicaciones, no pudo reprimirse: "?Pero usted no es un pol¨ªtico! ?Es un historiador!". Adem¨¢s de la lectura, entre sus conocidas aficiones figuraban las partidas de domin¨®, la caza y la pesca. El Fraga pescador no dejaba pasar una buena jornada de ca?a y sedal aunque para encontrar el rinc¨®n elegido del r¨ªo, en medio de un oscuro amanecer, hubiese que sacar de la cama a un paisano de la zona que, al ver qui¨¦n llamaba a su puerta a esas intempestivas horas, tuvo que frotarse varias veces los ojos.
Segu¨ª al presidente Fraga durante siete intensos a?os. Dej¨¦ de hacerlo en agosto de 2003 por recomendaci¨®n m¨¦dica, despu¨¦s de que una ¨²lcera sangrante acabase con mis huesos en la cama de un hospital. El mismo hospital, por cierto, que ¨¦l sol¨ªa visitar cada Navidad para dejarle regalos a los ni?os enfermos. En una de esas visitas, le cont¨® al director del centro sanitario el episodio que acababa de vivir con uno de sus nietos: "Me dijo: 'Abuelo, t¨² eres tonto'. Y cuando le pregunt¨¦ que por qu¨¦ me llamaba tonto, me respondi¨®: 'Porque no me escuchas". Recuerdo que en aquel momento pens¨¦ que a un hombre acostumbrado a verse constantemente rodeado de aduladores y gente dispuesta a obedecer sus ¨®rdenes sin rechistar, solo su nieto pod¨ªa ser tan osado como para hablarle en esos t¨¦rminos.
Manuel Est¨¦vez es periodista de la Radio Galega y sigui¨® siete a?os a Fraga para Televisi¨®n de Galicia
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