Convergencia federalista
Hay un federalismo del coraz¨®n y otro de la raz¨®n, surgido el primero de las creencias y los sentimientos, y el segundo de las conveniencias y los intereses. El nacionalismo catal¨¢n conservador se ha declarado hist¨®ricamente ajeno al federalismo espa?ol. En la actual democracia espa?ola le bastaba el autonomismo para avanzar sin necesidad de cerrar el modelo: ni por el lado de una estabilizaci¨®n a la baja, como piden regularmente las fuerzas m¨¢s centralistas, ni por una federalizaci¨®n definitiva del Estado que termine con su din¨¢mica bilateralista. Federalismo es uni¨®n, lo contrario de la separaci¨®n. Lo saben los alemanes y los canadienses. Por eso los nacionalistas consecuentes, abiertos siempre al horizonte m¨¢ximo que se puede plantear un nacionalista, no pueden contentarse con la federaci¨®n.
No es un federalismo de convicci¨®n, sino imposici¨®n de la crisis y de los votos, para no quedar al margen, sobre todo en Europa
La actual doctrina nacionalista establece que la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto ha zanjado la ambig¨¹edad en la que se hab¨ªa movido con enorme pericia e incluso comodidad desde 1979: la v¨ªa auton¨®mica se declara agotada e impracticable, y la v¨ªa federal, sin interlocutores espa?oles para emprenderla. As¨ª es como se encaran las elecciones de 2010 y el programa de gobierno para esta nueva etapa, con Artur Mas a la cabeza, con unos nuevos ¨ªmpetus: Ara ¨¦s l'hora, catalans! Y con un an¨¢lisis de la correlaci¨®n de fuerzas que luego se revela radicalmente desacertado: se parte de un pron¨®stico moderado respecto a la envergadura de la mayor¨ªa parlamentaria que obtendr¨ªa Mariano Rajoy en las elecciones generales del 20 de noviembre pasado y al inmenso poder auton¨®mico y municipal del PP. El programa que se defiende es una astuta combinaci¨®n de vectores estrat¨¦gicos y de ofertas t¨¢cticas, organizadas bajo el solemne r¨®tulo de "la transici¨®n catalana" y la oferta de "un pacto fiscal en la l¨ªnea del concierto econ¨®mico vasco". Con la primera, Artur M¨¢s quiere ser el Josu¨¦ que alcance la tierra prometida, a sabiendas de que Mois¨¦s, Pujol, no iba a conseguirla. Con la segunda, se ofrece una alternativa monetizable al ideal nacionalista: si no quer¨¦is que pidamos la independencia, dadnos al menos el equivalente al concierto vasco.
Esta construcci¨®n argumental funciona muy bien de puertas adentro, en Catalu?a, y todav¨ªa mejor dentro de la esfera p¨²blica nacionalista, pero apenas produce ecos m¨¢s all¨¢ del Ebro. Su defecto de c¨¢lculo electoral es como el que cometi¨® Pasqual Maragall con su reforma del Estatuto, pensada para la confrontaci¨®n con el PP: no contaba con que el PSOE ganar¨ªa las elecciones en 2004; pero en su caso con efectos inversos, pues Artur Mas no hab¨ªa tenido en cuenta que Rajoy pod¨ªa obtener la mayor¨ªa intratable de 2011, que le impide negociar con ventaja una nueva financiaci¨®n. Tambi¨¦n tiene otro defecto de an¨¢lisis respecto a la profundidad de la crisis econ¨®mica: cree que con los primeros y dr¨¢sticos recortes quedar¨¢ todo zanjado y se permite incluso el lujo de eliminar el impuesto de sucesiones. Esta m¨¢quina ret¨®rica es endiablada: una vez que est¨¢ ya en marcha, va cargando de raz¨®n e indignaci¨®n a quienes se enchufan, limitando seriamente el margen de acci¨®n a quienes tienen el encargo del d¨ªa a d¨ªa a medida que se alejan en el horizonte los objetivos propuestos.
El Gobierno catal¨¢n necesita al PP en todo. Para obtener mayor¨ªas parlamentarias en Catalu?a y para no quedarse con las arcas vac¨ªas. Finge geometr¨ªas variables, pero sabe que est¨¢ a un paso de gobernar en coalici¨®n con los populares: no en Madrid, donde no se les necesita, sino en Barcelona, en casa. A la vez, la m¨¢quina ret¨®rica, como el disco rayado en un gram¨®fono, sigue repitiendo que el Estado de las autonom¨ªas est¨¢ muerto, la Constituci¨®n enterrada y la v¨ªa federalista liquidada. Y sin embargo, la realidad es que ahora mismo no hay ning¨²n partido m¨¢s federalista en su pr¨¢ctica que Converg¨¨ncia Democr¨¤tica de Catalunya. Sin convicci¨®n alguna, por supuesto. Por estricta imposici¨®n de la crisis y de la correlaci¨®n de fuerzas. Para no quedar al margen, no en Espa?a, sino en Europa. Para no convertirse en la Lega Nord o en Hungr¨ªa. Es decir, para gobernar en Barcelona y pagar n¨®minas y proveedores. Llegar¨¢n tiempos mejores, es cierto. Pero veremos entonces en qu¨¦ estado ha quedado la m¨¢quina ret¨®rica.
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