?El fin de la dictadura del 'culturetado'?
Uno de los que ha descrito con mayor plasticidad el estado actual de los artistas ha sido el escritor Agust¨ªn Fern¨¢ndez Mallo: "A veces los creadores somos como osos de Alaska a quienes se les derrite el hielo bajo los pies. Gritamos, pero eso no evitar¨¢ que el hielo siga derriti¨¦ndose". No pod¨ªa estar m¨¢s de acuerdo. Pero no olvidemos que los osos saben nadar.
La imagen me parece un buen punto de partida para reflexionar sobre las inc¨®modas circunstancias en las que se encuentran actualmente los artistas y sobre su problem¨¢tico encaje en el siglo XXI, que ser¨¢ -lo podemos decir ya- el siglo de la informaci¨®n. He le¨ªdo en alguna parte que, si apil¨¢semos CD con toda la informaci¨®n que hemos ido acumulando durante los ¨²ltimos a?os en Internet, el conjunto dar¨ªa para llegar de aqu¨ª a la Luna. Hay pocas cosas ciertas en este inicio de milenio, pero una de ellas es que nunca antes en la historia de la humanidad se hab¨ªa acumulado tanta informaci¨®n.
Por primera vez, los artistas se muestran retr¨®grados y reaccionarios ante la cibercultura
Y, curiosamente, en esta era de la informaci¨®n los artistas est¨¢n sufriendo como hac¨ªa bastante que no sufr¨ªan. Hay que decir que durante el siglo pasado estuvieron mal acostumbrados. Por primera vez en la historia hab¨ªan conseguido entrar en las instituciones. Su pasado, hasta que aterrizaron en los Estados de bienestar, hab¨ªa sido otro. Durante muchos siglos, el arte fue el privilegio de las clases adineradas. A menudo, los artistas eran, en realidad, una suerte de bufones. Alguien como Quevedo debi¨® de ser una curiosidad para la corte de Felipe IV. Mozart, un capricho de la corte de Viena. Literatura y m¨²sica no eran sino pasatiempos de las clases altas, a quienes, como es l¨®gico, les correspond¨ªa ejercer de mecenas. Y raro era el artista que mord¨ªa abiertamente la mano que le daba de comer.
En el siglo XIX, sin embargo, los bufones dejaron de ser tan simp¨¢ticos. Con el auge del Romanticismo, la figura del artista se transforma y nace el bohemio enfrentado a la sociedad burguesa. Esta es la imagen del creador que m¨¢s ha calado. Desinter¨¦s material y amor intransigente por el arte, inconformismo, liberalidad sexual, genialidad y locura, son algunos de los atributos de un personaje decimon¨®nico que a¨²n hoy subsiste en el imaginario colectivo. Baudelaire se pintaba de verde el pelo para epatar a sus contempor¨¢neos, Larra se peg¨® un tiro por amor y Van Gogh se cort¨® una oreja.
Por su parte, el XX fue el siglo de las guerras mundiales, de la televisi¨®n, del cine y de la cultura popular. Durante la primera mitad del siglo la figura del artista se politiza. El creador se compromete, se echa a la calle, se hace de izquierdas. Muchos mueren en la Guerra Civil espa?ola, otros parten al exilio. Tambi¨¦n Europa mira hacia Mosc¨². Alberti, Neruda, Brecht, Camus, Sartre, Moravia. La lista es inacabable y la tendencia tan poderosa, que durante un tiempo pareci¨® que ser intelectual y de derechas fueran dos cosas incompatibles. Ah¨ª empezaron los problemas hist¨®ricos que han tenido, desde hace casi un siglo, los partidos conservadores con la cultura.
La situaci¨®n evolucion¨® al mismo tiempo que la realidad social europea y as¨ª, en la segunda mitad del XX (una circunstancia que dura hasta la fecha), la intelectualidad occidental entr¨® en las instituciones y pas¨® a ocupar puestos de una novedosa responsabilidad pol¨ªtica. Personalidades como Malraux y Sempr¨²n se convierten en ministros de sus respectivos pa¨ªses y la cultura pasa a ser uno de esos dispendios lujosos de un Estado de bienestar que asume, entre sus tareas, la de subvencionar a sus creadores y poner el arte al alcance de todos.
Es la situaci¨®n de la que salimos y en la que ha irrumpido con fuerza un elemento con el que pocos contaban: la cibercultura o el internautismo, ll¨¢mese como se quiera. Los internautas m¨¢s beligerantes, con su filosof¨ªa libertaria y sus teor¨ªas del procom¨²n y de la copia libre, llevan ya unos a?os enfrent¨¢ndose con virulencia a los adalides de los derechos de autor y del intervencionismo estatal. No entrar¨¦ en los argumentos que se est¨¢n esgrimiendo desde las trincheras de ambos campos en lo que quiz¨¢ sea el debate intelectual m¨¢s apasionante del ¨²ltimo lustro. Me parece que no es el momento y hace tiempo que asum¨ª que estoy entre los perdedores: las minas tradicionales se est¨¢n cerrando y yo me cuento entre quienes luchan para defender un anacr¨®nico medio de subsistencia.
Lo que s¨ª quer¨ªa resaltar es la curiosidad de que, por primera vez en la historia reciente, el colectivo de artistas, vamos a llamarlos cl¨¢sicos, se han encontrado en una situaci¨®n descaradamente retr¨®grada y reaccionaria. Y eso, para quienes est¨¢n acostumbrados a ser la vanguardia cultural de nuestras sociedades, es una situaci¨®n ins¨®lita e inc¨®moda, de la que no saben c¨®mo salir. Yo sospecho que ser¨¢ con los pies por delante. As¨ª que vayamos entonando un r¨¦quiem y esperemos que los vencedores se muestren piadosos. La batalla, tal y como est¨¢ planteada en estos momentos por los culturetas, est¨¢ perdida de antemano.
Jos¨¦ ?ngel Ma?as es escritor.
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