El descanso del guerrero blanco
Manolo Sanchis abre al turismo parte de su vanguardista finca en Ciudad Real
Manuel Sanchis fue hasta hace un lustro el jugador del Real Madrid que m¨¢s partidos disput¨® en la historia del club. Durante dos d¨¦cadas vivi¨® en medio del torbellino de ruidos que forman los estadios llenos. Cuando su carrera declinaba, en 1997, busc¨® un lugar silencioso. Tom¨® el volante de su todoterreno y remont¨® la nacional 430 desde Ciudad Real en direcci¨®n suroeste.
Por el mismo camino me llev¨® hace unas semanas. La llanura de La Mancha comenz¨® a recortarse detr¨¢s de cada curva mientras la calzada se hund¨ªa entre valles y carrascales cada vez m¨¢s abruptos. Al girar a la izquierda en direcci¨®n a Almadenejos ya no se vieron m¨¢s glorietas, m¨¢s postes de iluminaci¨®n, m¨¢s rastros de la fiebre de infraestructuras que desbord¨® Espa?a en la ¨²ltima d¨¦cada. La noche se cerr¨®. A m¨¢s de dos horas de viaje desde la salida de Madrid, el conductor hizo un comentario de alivio. Algo as¨ª como: "Ahora dejamos atr¨¢s la civilizaci¨®n".
Google Earth indica que estamos cerca del v¨¦rtice que forman las fronteras de Ciudad Real, C¨®rdoba y Badajoz. A unos 15 kil¨®metros al norte de la confluencia de los r¨ªos Guadalmez y Z¨²jar, en el valle de los Pedroches. Otra vuelta a la rueda del volante nos desv¨ªa hacia la derecha por una huella se?alada con un cartel: Finca Valleacer¨®n. No hay rastros de vida humana, pero la cobertura es buena.
En la noche fresca, los encinares proyectan sombras verdosas, y desde el sotobosque de jaras y acebuches se desprende un aroma silvestre. Atravesamos el bosque y llegamos a la casa entre ladridos. Los perros se acercan curiosos. Jacinto, el encargado del campo, nos conduce al comedor de su casa, donde sus padres nos esperan con la cena. La se?ora ha recogido esp¨¢rragos trigueros del monte y ha hecho una tortilla con huevos del gallinero de la finca. Los esp¨¢rragos tienen un distintivo sabor cimarr¨®n y los huevos saben a lo que supieron los huevos en tiempos de Alfonso XII. Todo el m¨¦rito es de las gallinas. Antes de cumplir con su cometido han debido sobrevivir a las destructivas visitas de los zorros, sospechosos habituales en estos parajes.
La comida se completa con jam¨®n de los cerdos ib¨¦ricos de la finca, unas perdices escabechadas que permanecer¨¢n indeleblemente grabadas en la memoria de quien las devore y un escalope de gamo tan tierno que se corta con el tenedor. Sanchis, que come como si cuidara la l¨ªnea, recuerda que compr¨® la finca en busca de caza mayor: "Ten¨ªa 32 a?os y empezaba a saber m¨¢s o menos lo que quer¨ªa. Por un lado me apasionaba la caza, por otro me apasionaba el campo. Ten¨ªa necesidad de tener un sitio para m¨ª. Mi descanso del guerrero".
Afuera la noche se agita. Los animales que temen al hombre se manifiestan con estr¨¦pito en los rincones pocos frecuentados. El eco de ronquidos y berridos de decenas de machos encelados se?ala peleas de colina en colina. Las c¨¢rcavas del monte son un hervidero de gamos y de ciervos haciendo acopio de hembras. El concierto se prolonga hasta despu¨¦s del alba. Sanchis madruga para guiarnos hacia el collado, donde se alza el tesoro de la finca. Durante la subida nos topamos con unos roquedales llenos de musgo. "Crece donde el aire es puro", observa el exfutbolista. Aproxim¨¢ndonos a la cresta, en el punto m¨¢s elevado de la finca, se descubre la figura que ilumina el valle. Es una sucesi¨®n de planos de hormig¨®n de una claridad pulida, de tonos dorados, recogidos sobre s¨ª mismos y apoyados sobre la c¨²spide de la colina como sobre un punto insignificante. La luz del sol va fragmentando los espacios. Recortada contra el horizonte desierto, la estructura adquiere un relieve fant¨¢stico. Es la capilla de Valleacer¨®n. Una obra tan peculiar que el Moma de Nueva York la incorpor¨® a su cat¨¢logo de la exposici¨®n de 2006 sobre arquitectura espa?ola de vanguardia.
Los arquitectos donostiarras Juan Carlos Sancho y Sol Madridejos llevaban a?os teorizando sobre los pliegues cuando Sanchis, en 2000, les dio carta blanca para hacer la obra. Se hab¨ªan inspirado en Picasso y en Chillida, pero no hab¨ªan tenido la oportunidad de experimentar libremente sobre el concepto. Sol Madridejos observa que el desaf¨ªo consisti¨® en construir un edificio sin emplear nada m¨¢s que un plano al que van dando forma: "Partimos de un plano al que hacemos una serie de cortes y plegamos para pasar de las dos a las tres dimensiones. Pretendimos lograr una unidad formal, estructural, material, que se sujetase a s¨ª misma sin la ayuda de vigas o pilares, y que surgiera de una operaci¨®n global. Solo empleamos hormig¨®n armado. Una vez que encoframos el hormig¨®n, la obra qued¨® acabada".
El coro de ciervos hace vibrar el aire por ambas laderas. Los arrendajos y los mojinos vuelan cazando insectos. De un lado, el horizonte se pierde en la vertiente manchega. Del otro, en la cordobesa. Desde la capilla se divisa la llanura salpicada de encinas, solo rota en la lejan¨ªa por los picos triangulares de Almad¨¦n y los faldeos de la Sierra Morena. El pliegue de hormig¨®n es el centro de un mundo muy poco concurrido por los hombres. En primer lugar, porque hasta ahora la capilla ha estado cerrada al p¨²blico.
Sanchis se?ala una placa de cristal rota en el frente. "Eso fue la patada de un caballo asustado", dice. Durante las tormentas el¨¦ctricas del verano, los caballos buscaron amparo entre los muros de hormig¨®n y, al parecer, uno de ellos golpe¨® el vidrio.
A unos 300 metros hacia el norte, el amanecer descubre una construcci¨®n en medio del valle de Guadalperal. Sanchis cuenta que es la casa de invitados. El dise?o, tambi¨¦n obra de Sancho & Madridejos, aprovecha los cimientos de una antigua casa de labranza. Los muros tienen 80 cent¨ªmetros de ancho y est¨¢n revestidos de mamposter¨ªa de piedra roja dispuesta en crisol. Las marquesinas de los ventanales y las puertas son de acero corten. Pensada para alojar a los amigos y celebrar las comidas durante las monter¨ªas, la casa permanece vac¨ªa el resto del a?o. Para conservarla, Sanchis resolvi¨® alquilarla y abrir Valleacer¨®n a quien quiera pasar unos d¨ªas en ella, disfrutando de la vida silvestre, la piscina climatizada y un par de pistas de tenis y p¨¢del.
Antes de regresar a la civilizaci¨®n damos una vuelta por los accidentados caminos del campo. Vemos viejas encinas, piaras de jabal¨ªes, gamos y ciervos de grandes cornamentas. Sanchis se acuerda entonces de su excompa?ero y amigo, el pensativo Emilio Butrague?o. "Un d¨ªa vino a visitarme aqu¨ª y cuando vio todo esto se qued¨® en silencio un rato y me dijo: 'Oye, y t¨², ?por qu¨¦ vuelves a Madrid?"
Gu¨ªa
Informaci¨®n
? Casa de Guadalperal (http://casaruralguadalperal.es; 926 69 20 99). Est¨¢ situada en la sierra de Gargantiel y Acer¨®n, en los municipios de Almad¨¦n y Almadenejos. La casa completa para seis personas, el fin de semana, 600 euros (50 euros por persona y noche).
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