El soldado desconocido
- "La paciencia de una ostra".
-Alicia en el pa¨ªs de las maravillas, de Lewis Carroll
Con la cantidad de c¨¢maras de televisi¨®n que hay en los partidos de f¨²tbol de Primera, hoy en d¨ªa ya no se nos escapa pr¨¢cticamente nada. Las faltas, los posibles penaltis, los goles, los pases m¨¢s inocuos se examinan desde cuatro, cinco, seis ¨¢ngulos. Cada mueca, cada sonrisa, cada taco que suelta un jugador -en el campo, en el banquillo- queda grabado para la eternidad. Todo lo que ocurre en el escenario nos fascina. Nuestra sed de informaci¨®n, de cotilleo, es inagotable.
Salvo lo que tiene que ver con el cuarto ¨¢rbitro, el personaje del gran elenco futbol¨ªstico que menos inter¨¦s genera. ?Qu¨¦ pinta ese se?or? ?Para qu¨¦ est¨¢? En la pr¨¢ctica, para apuntar los n¨²meros de los jugadores que entran y salen del campo durante un partido y asegurarse de que los suplentes no lleven clavos en las suelas de las botas. En teor¨ªa, pueden saltar al campo si el ¨¢rbitro se lesiona (en un partido de cada 10.000 ocurrir¨¢) o pueden intervenir en ayuda del colegiado llam¨¢ndole la atenci¨®n sobre una falta que no vio. Pero esto no pasa casi nunca tampoco.
El cuarto ¨¢rbitro est¨¢ para que los entrenadores tengan alguien contra quien descargar sus volc¨¢nicas frustraciones
Entonces, realmente, ?tienen utilidad estos se?ores? ?Es necesario tener a un ¨¢rbitro altamente calificado al borde del campo durante los 90 minutos de un partido para atender a banales gestiones administrativas? Pues s¨ª, lo es. El cuatro ¨¢rbitro, pese a que carezca de inter¨¦s para los espectadores, cumple un papel absolutamente clave y necesario. Est¨¢ ah¨ª para atender la salud mental de los dos entrenadores.
El papel real de los cuartos ¨¢rbitros consiste en aguantar las broncas, rabias, chillidos, insultos y salvajadas de los entrenadores. Y lo extraordinario, lo profundamente admirable, es que lo hacen con una paciencia infinita. Como si les pagaran por ello. Con el sereno profesionalismo de un psiquiatra que, por en¨¦sima vez, se encuentra cara a cara con un loco descontrolado. Claro, es verdad que, de vez en cuando, un entrenador tiene la mala suerte de toparse con un cuarto ¨¢rbitro inusualmente sensible o, tipo Materazzi con Zidane, al que le toca un punto vulnerable, como los h¨¢bitos sexuales de su hermana o su mam¨¢. En tales casos, el cuarto ¨¢rbitro llama al primero y le pide que le d¨¦ al entrenador una tarjeta amarilla o a veces incluso que lo exilie a las gradas. Pero es raro que esto ocurra. Lo normal es que los cuartos ¨¢rbitros aguanten la tormenta, aunque de manera mucho menos visible que los que ejercen en el campo.
Los errores arbitrales son un elemento tan inevitable en el f¨²tbol como la mism¨ªsima pelota. Se van a equivocar siempre y repetidamente. En todos los aspectos del juego. En si el saque de banda o el de esquina debe ser para un equipo o el otro; en si fue fuera de juego o no, falta o no, mano o no, pisot¨®n intencionado o no; en si fue amarilla, roja o nada. Se equivocan porque son humanos y la presi¨®n es terrible y la velocidad del juego no permite a un ser humano con solo un par de ojos poder decidir en cada caso con la certeza cient¨ªfica o divina que, absurdamente, les exigimos. Si a eso agregamos la fan¨¢tica parcialidad del entrenador, su miope percepci¨®n de que todas las decisiones en las que exista el m¨¢s m¨ªnimo atisbo de duda tienen que ir a favor de su equipo, lo que est¨¢ claro es que est¨¢ condenado a vivir la mayor parte de los 90 minutos acosado por la indignaci¨®n lacerante que provoca en todo ser humano la sensaci¨®n de ser v¨ªctima de una injusticia sistem¨¢tica y atroz. Y m¨¢s si est¨¢ perdiendo el partido o teme perderlo.
Para eso est¨¢n los cuartos ¨¢rbitros. Para que los entrenadores tengan alguien contra quien puedan descargar sus volc¨¢nicas frustraciones. Para que no les d¨¦ un patat¨²s. Incluso para que se hayan aliviado lo suficiente durante el partido para controlarse un poco a la hora de aparecer despu¨¦s ante el p¨²blico a contar su versi¨®n de los hechos.
Funciona mejor en algunos casos que en otros. Pep Guardiola, del Barcelona, insiste, con un control sobrehumano o como si se hubiera sometido a intensivos cursos zen, en que nunca va a criticar a los ¨¢rbitros. Y cumple su palabra. ?Pero podr¨ªa hacerlo si no tuviera acceso al desahogo ilimitado que le aporta durante el partido la figura del cuarto ¨¢rbitro? Dif¨ªcil. Los cuartos ¨¢rbitros son los soldados desconocidos del f¨²tbol. Su sacrificio es enorme; el reconocimiento que reciben, nulo. Larga vida para ellos.
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