La fuerza sin justicia es tir¨¢nica
El expresidente de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo, ha sido trasladado a la prisi¨®n de la Corte Penal Internacional en La Haya. Es la primera vez que este Tribunal detiene a un jefe de Estado. ?Quiere decir eso que la justicia internacional empieza, por fin, a imponerse en todas partes, que la era de la impunidad ha llegado a su fin y los poderosos del mundo deben temblar?
Una peque?a matizaci¨®n que a?adir al entusiasmo suscitado por esta noticia es que debemos tener en cuenta la geograf¨ªa de los procesamientos. Desde su creaci¨®n en 2002, el Tribunal se ha hecho cargo de siete situaciones, todas vinculadas a pa¨ªses africanos: Uganda, la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo, la Rep¨²blica Centroafricana, Sud¨¢n, Kenia, Costa de Marfil, Libia. ?Es porque los africanos son los que cometen los peores cr¨ªmenes, o porque son los ¨²nicos a los que decide juzgar el Tribunal?
La Corte Penal Internacional solo se ha hecho cargo de situaciones relativas a pa¨ªses africanos
Nadie puede imponer las decisiones de la justicia a un grande
Ya que la justicia no abarca el universo entero, podr¨ªa decirse, por lo menos reina en ?frica, afortunado continente. Pero la realidad no es tan halag¨¹e?a. La situaci¨®n en la que se producen las inculpaciones es siempre m¨¢s o menos la misma: un pa¨ªs se encamina a la guerra civil, uno de los dos bandos sale vencedor. ?Qu¨¦ se hace con los vencidos? En vez de comprometerse en sangrientos arreglos de cuentas, los vencedores prefieren poner a sus enemigos de ayer en manos de la justicia internacional. No tienen ninguna duda sobre el resultado del proceso: son ellos quienes llevan a cabo la investigaci¨®n y proporcionan las pruebas al Tribunal. El propio Gbagbo intent¨® aplicar esta estrategia en 2002, cuando acababa de comenzar la guerra civil en su pa¨ªs. Quer¨ªa que procesaran a su adversario de entonces, Guillaume Soro, por cr¨ªmenes contra la humanidad, pero no le hicieron caso. Hoy, Soro es primer ministro de Costa de Marfil. No parece probable que vaya a reunir pruebas contra s¨ª mismo.
Cuando no son los vencedores de una guerra civil quienes apelan al Tribunal, es el propio ¨®rgano el que act¨²a, si la OTAN ha emprendido una acci¨®n militar contra el pa¨ªs del acusado. La primera vez que lo hizo fue con motivo de la guerra de Kosovo, y la segunda, durante la campa?a de Libia. En esas ocasiones, el brazo judicial sigue la pista de los bombarderos y los misiles, porque no solo se combate contra un enemigo, sino que se persigue a un criminal. Por eso los rebeldes libios recibieron con j¨²bilo la imputaci¨®n de su jefe de Estado, puesto que contribu¨ªa a quitarle legitimidad. Despu¨¦s de ganar la guerra con la ayuda de la OTAN, prefirieron matar a Gadafi y mantener preso a su hijo ellos mismos. El Tribunal no puede dictar una condena a muerte.El fiscal de la CPI, el argentino Luis Moreno Ocampo, no tiene una gran reputaci¨®n. Le reprochan instruir sus investigaciones de forma chapucera, cultivar con demasiada ostentaci¨®n la amistad de los poderosos, tanto de los vencedores de los conflictos locales como de las canciller¨ªas occidentales que protegen los intereses de sus propios pa¨ªses, y haber dado prioridad a una justicia espect¨¢culo, que incluye reclutar para sus batallas a las estrellas de Hollywood. El comit¨¦ encargado de encontrar sucesor al fiscal actual para los nueve pr¨®ximos a?os ha tomado nota de la orientaci¨®n exclusivamente africana de los procesos actuales y ha especificado que el pr¨®ximo fiscal deber¨ªa ser "originario de ?frica". El cambio no tiene por qu¨¦ ser revolucionario: la gambiana Fatou Bensouda es, desde hace siete a?os, adjunta al fiscal actual y amiga de varios jefes de Estado africanos.
Pero supongamos, aunque no sea realista, que el Tribunal supera sus defectos iniciales, dispone de un presupuesto suficiente para llevar a cabo sus propias investigaciones y amplia su actuaci¨®n a todos los continentes. ?Podemos esperar que comience entonces la era de la justicia universal, la que deber¨ªan temer los poderosos de todo el mundo? Parece dif¨ªcil. El motivo lo explicaba ya Pascal: "La justicia sin fuerza es impotente". Y la fuerza pertenece a los Estados. Los grandes -Estados Unidos, Rusia, China- y sus protegidos no tendr¨¢n que preocuparse jam¨¢s por el Tribunal. En primer lugar, porque han sido prudentes y no han ratificado sus estatutos, que, por consiguiente, no se les aplican. Segundo, porque, al ser miembros permanentes del Consejo de Seguridad, tienen derecho de veto sobre todas sus decisiones y sobre las del Tribunal, que depende de ¨¦l. Y adem¨¢s, porque, aunque no existieran esas normas y principios, nadie puede imponer las decisiones de la justicia a un grande: ?c¨®mo va a conseguirlo?
Esa es la implacable lecci¨®n de la historia reciente. Nunca se procesar¨¢ a los dirigentes rusos por los actos de violencia cometidos en Chechenia, ni a los dirigentes chinos por la represi¨®n en T¨ªbet, ni a los estadounidenses por haber invadido Irak con un pretexto falaz y haber provocado la muerte de cientos de miles de personas. ?Qui¨¦n va a querer desencadenar una nueva guerra mundial por detener a un dirigente pol¨ªtico culpable de matanzas llevadas a cabo entre su propia poblaci¨®n o la de otro pa¨ªs? Quiz¨¢ sea posible condenar a los antiguos jemeres rojos, culpables de genocidio, pero nunca se har¨¢ nada con los responsables estadounidenses que, durante todo el a?o 1973, ordenaron bombardear sin descanso Camboya, un pa¨ªs neutral, en una campa?a que aniquil¨® a la poblaci¨®n y facilit¨® que esos jemeres rojos tomaran el poder.
"Si no se puede hacer que lo justo tenga fuerza", como dec¨ªa Pascal (de quien es el t¨ªtulo de este art¨ªculo), al menos podr¨ªamos no pretender que lo que tiene fuerza es, solo por eso, justo.
Tzvetan Todorov es semi¨®logo, fil¨®sofo e historiador de origen b¨²lgaro y nacionalidad francesa. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.