Despedida al pintor del silencio
Decir que Antoni T¨¤pies es uno de los artistas esenciales de siglo XX es decir lo obvio. Decir que revis¨® en este lado del Atl¨¢ntico las viejas formas de pintar estableciendo la materia como territorio de partida, la tierra, el polvo, a veces incluso lo escatol¨®gico, la utilizaci¨®n de materiales hasta ese momento poco habituales en la "pintura" no es decir mucho. Recordar su pasi¨®n por la ciencia y los objetos cotidianos en algunas de sus esculturas; hablar de su compromiso pol¨ªtico antifranquista y de su pasi¨®n por las culturas otras, en especial la oriental, es no terminar de describir la sutileza de un artista que ten¨ªa algo de viajero hacia los or¨ªgenes, un viajero sobre todo capaz de escuchar el silencio que compart¨ªa con los espectadores. El artista se queda un momento de pie y escucha: alrededor todo es silencio. El mundo en su principio no ten¨ªa a¨²n historias que contar. Hab¨ªa solo impresiones. De eso trata su obra: de impresiones. T¨¤pies emprend¨ªa un camino m¨¢s dif¨ªcil, ese que hasta su ¨²ltima y muy reciente exposici¨®n en la galer¨ªa Soledad Lorenzo de Madrid ha seguido recorriendo con la misma fuerza y la misma obstinaci¨®n, al ser consciente de que escuchar el silencio de los or¨ªgenes no es nunca una empresa f¨¢cil.
Era un artista refinado, intelectual y capaz de pintar en cada tela con el cuerpo completo
Porque T¨¤pies era, sobre todo, un artista refinado, intelectual y, al tiempo, capaz de pintar en cada tela con el cuerpo completo. De esos trazos surg¨ªa la fuerza poderosa y precisa que implicaba a los espectadores en el ojo y la fisicidad y que en los ¨²ltimos a?os era una reflexi¨®n sobre el dolor tanto f¨ªsico como espiritual, continuaci¨®n de esa especie de ruta del conocimiento que el arte parec¨ªa ser para ¨¦l. De hecho, a pesar de lo tremendamente d¨²ctil de su trabajo, siempre permanec¨ªa fiel a las preguntas primeras, las genuinas.
Nacido en 1923 en el seno de una familia de la burgues¨ªa catalana, culta y aficionada a la lectura, desarrollaba desde muy pronto esa fascinaci¨®n hacia la literatura y los libros que le iba a perseguir toda su vida, parte de su producci¨®n misma. Tal vez por esta raz¨®n, entre su enorme producci¨®n art¨ªstica, la obra gr¨¢fica encontr¨® siempre un lugar privilegiado, y se cristaliz¨® en colaboraciones con autores como Valente, Ull¨¢n, Paz o Saramago, entre muchos. Por eso, en el momento triste en el cual el viajero emprende su trayecto final, se delinea n¨ªtida en mi recuerdo una imagen de T¨¤pies durante una visita a su estudio. En medio de sus fabulosas colecciones, ese mundo riqu¨ªsimo que la editorial Siruela recopilar¨ªa en un maravilloso libro del artista, El arte y sus lugares de 1999, T¨¤pies, t¨ªmido, paseando a menudo con las manos en los bolsillos de su chaqueta de punto, hablaba de forma entusiasta sobre los dibujos de Manet para El cuervo de Edgar Allan Poe. Casi no vi el libro: estaba demasiado pendiente de su conversaci¨®n.
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