El 's¨ªndrome de Berl¨ªn' de los Gobiernos
Las v¨ªctimas hacen suyas las motivaciones de sus hostigadores, como en el s¨ªndrome de Estocolmo
?Cu¨¢l deber¨ªa ser el criterio para decidir las pol¨ªticas econ¨®micas encaminadas a afrontar los problemas m¨¢s urgentes y salir de la crisis? El sentido com¨²n dice que la eficacia y la equidad de las medidas. Sin embargo, para nuestros Gobiernos, las pol¨ªticas ser¨¢n tanto mejores cuanto m¨¢s ¡°agresivas¡± o ¡°muy agresivas¡± sean, sin que se explique qu¨¦ relaci¨®n hay entre agresividad y eficacia.
??C¨®mo explicar esta preferencia por la agresividad pol¨ªtica antes que por la eficacia econ¨®mica? Y, ante todo, ?qu¨¦ efectos puede tener sobre la evoluci¨®n de la econom¨ªa?
La ret¨®rica de la agresividad tiene que ver con la idea de que hay que castigar y disciplinar conductas d¨ªscolas que nos habr¨ªan llevado a la crisis. La misi¨®n del Gobierno ser¨ªa actuar como un dictador benevolente, imponiendo disciplina a una sociedad adolescente, sin necesidad de buscar su comprensi¨®n y aceptaci¨®n. M¨¢s o menos como si estuvi¨¦semos en los antiguos colegios de curas. Un enfoque anacr¨®nico de la pol¨ªtica.
?Cu¨¢les ser¨ªan los culpables a disciplinar? Tres. Los trabajadores y sindicatos que con sus presiones salariales y la defensa de un marco laboral r¨ªgido impedir¨ªan que nuestra econom¨ªa fuese competitiva. Los ciudadanos, acostumbrados a vivir de gorra, abusando de las prestaciones de desempleo, pensiones, sanidad, dependencia y otras pol¨ªticas sociales. Y, los promotores inmobiliarios, que con su esp¨ªritu especulativo habr¨ªan conducido a la econom¨ªa a la situaci¨®n presente. Estas conductas exigir¨ªan ahora disciplina agresiva.
En realidad, los responsables primeros de la situaci¨®n que padecemos son otros. Est¨¢n en un comportamiento negligente del sistema financiero europeo, con gran protagonismo del alem¨¢n, y en la ceguera y pasividad, dig¨¢moslo as¨ª, de los organismos p¨²blicos de vigilancia y supervisi¨®n que permitieron que la banca tomase un nivel de cr¨¦dito y de riesgo absolutamente irresponsable. No olvidemos que el problema de la deuda radica especialmente en la bancaria.
Este s¨ªndrome es perverso para la democracia, pero lo que m¨¢s me preocupa son sus consecuencias para la gesti¨®n de la salida de la crisis
Al escoger la ¡°agresividad¡± como criterio de buena pol¨ªtica, y no la eficacia y equidad, nuestros Gobiernos, y las ¨¦lites financieras que ahora m¨¢s le jalean, act¨²an bajo lo que en alguna ocasi¨®n he llamado s¨ªndrome de Berl¨ªn. Se trata de una manifestaci¨®n pol¨ªtica del conocido s¨ªndrome de Estocolmo, una conducta mediante la cual las v¨ªctimas hacen suyas las motivaciones de sus hostigadores.
Desde Berl¨ªn se ha difundido una visi¨®n equivocada e interesada de las causas del sobreendeudamiento que culpabiliza a ciudadanos, sindicatos, promotores y sector p¨²blico. Una visi¨®n que ha sido descalificada por muchos economistas y analistas, pero que han hecho suya de forma acr¨ªtica nuestros Gobiernos.
Este s¨ªndrome es perverso para la democracia, pero lo que m¨¢s me preocupa ahora son sus consecuencias para la gesti¨®n de la salida de la crisis.
Hay tres efectos peligrosos:
El primero es una confusi¨®n en las prioridades de la pol¨ªtica econ¨®mica. La econom¨ªa espa?ola necesita desendeudarse y crecer. Pero no desendeudarse y despu¨¦s crecer, sino las dos cosas a la vez. Si no hay crecimiento no ser¨¢ posible que las familias, las empresas, los bancos y los Gobiernos devuelvan los pr¨¦stamos. Sin embargo, nuestros Gobiernos han optado por la austeridad m¨¢s radical olvidando el crecimiento. Eso ha llevado a la econom¨ªa a recaer en la recesi¨®n. Una recesi¨®n innecesaria, cuya causa es la negligente gesti¨®n econ¨®mica de los Gobiernos europeos.
El segundo error es un mal enfoque de la competitividad. Para crecer, nuestras empresas han de ser m¨¢s competitivas. Han de exportar m¨¢s bienes y servicios y, a la vez, competir mejor con las importaciones. El resultado ser¨¢ una balanza comercial m¨¢s sana y una menor necesidad de ahorro exterior.
Pero las mejoras de competitividad no se pueden apoyar solo, ni fundamentalmente, en reducciones agresivas de salarios, olvidando la dimensi¨®n m¨¢s relevante, que es la productividad. Es decir, la capacidad y habilidad de nuestras empresas para producir m¨¢s y mejores bienes y servicios por hora trabajada. Eso no tiene relaci¨®n con los bajos salarios. Al contrario, los bajos salarios pueden desincentivar la mejora de la productividad del trabajo.
Pero hasta ahora, este Gobierno, lo mismo que el anterior, no tiene un plan consistente de mejora de productividad de nuestro tejido empresarial. Quiz¨¢ ser¨ªa bueno comenzar por cambiarle el nombre al nuevo ministerio de ¡°Econom¨ªa y Competitividad¡± y llamarle de ¡°Econom¨ªa y Productividad¡±. Ayudar¨ªa a tener claro cu¨¢l es el objetivo prioritario. No olvidemos que, como dice el premio Nobel de econom¨ªa Paul Krugman, la competitividad es una forma po¨¦tica de hablar de productividad.
El tercer error es no tomar en consideraci¨®n los costes de transici¨®n que tienen las pol¨ªticas y reformas agresivas. Recortes compulsivos y poco pensados en las pensiones o la sanidad alteran los planes de futuro de la gente y la inducen a disminuir el consumo presente. Por otro lado, una ca¨ªda salarial intensa y brusca deprime el ya anor¨¦xico consumo, intensifica la recesi¨®n y aumenta el paro. Hay muchas y muy buenas razones para defender y convencer a los trabajadores y a la sociedad de la conveniencia de la moderaci¨®n salarial. Pero la moderaci¨®n que necesitamos es la del medio plazo. El pacto de salarios firmado hace unas semanas es una gran noticia en esta direcci¨®n.
Si mejoramos la productividad y mantenemos el crecimiento salarial por debajo del de la productividad, podremos, sin problemas, pagar los pr¨¦stamos, crear empleo y mantener el nivel de vida alcanzado. Pero, para ello, el primer paso es que nuestros Gobiernos se saquen de encima ese s¨ªndrome de Berl¨ªn que les domina.
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