Lo que no sale en un v¨ªdeo
La resignaci¨®n cala entre las miles de personas que acuden a diario a las oficinas de empleo
A la puerta autom¨¢tica de la oficina de empleo casi no le da tiempo a cerrarse ante el goteo de personas que entran y salen. Hay mujeres y hombres, viejos y j¨®venes, solos o en grupo. Todos con muchas carpetas de colores y sobres, que no contienen recib¨ªs ni contabilidades paralelas, sino la esperanza de encontrar un trabajo. Es la paridad inexorable del desempleo, que ya ha puesto el apellido de parado a casi seis millones de personas.
En una ma?ana soleada de julio en el centro de Madrid, es casi imposible encontrar una expresi¨®n relajada. Todos entran con prisa, y la mayor¨ªa sale con m¨¢s prisa a¨²n. Se hace dif¨ªcil interrumpir una apagada conversaci¨®n de tel¨¦fono con un ser querido ¡ª¡°cari?o, no nos dan la prestaci¨®n¡¡±¡ª o distraer a quien env¨ªa un whatsapp a un familiar para confirmar que sigue sin haber buenas noticias. Y m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa pedirle que se desnude ante una c¨¢mara.
¡°Lo siento, no tengo tiempo¡±, ¡°no, no estoy de humor¡±. Hay quien contesta con irritaci¨®n y quien lo hace con una triste amabilidad. Casi todos con resignaci¨®n. Sea en Madrid, en Barcelona, en Santiago o en Sevilla, la mayor parte rechaza contar su historia. En muchos casos es simple prisa o pudor, pero al mismo tiempo se adivina un rechazo al estigma, a ser reconocidos p¨²blicamente con ese apellido: parado.
Tambi¨¦n se niegan todos los que han tenido que ir con sus hijos al antiguo INEM, que no son pocos. ¡°Me he aburrido much¨ªsimo¡± le dice un ni?o a su padre a la salida de la oficina de empleo de Moratalaz. ¡°No tengo con qui¨¦n dejarlo y me lo tengo que traer aqu¨ª¡±, se justifica el progenitor mientras otro hombre aguarda su turno en la parte trasera del edificio dando un potito a su hijo.
La tarea se complica m¨¢s al pedir que relaten su situaci¨®n en un v¨ªdeo. A muchos les puede la verg¨¹enza, pero otros buscan evitarse problemas. No quieren l¨ªos, porque reconocen que est¨¢n trabajando, aunque lo hagan sin contrato, porque est¨¢n en medio de un Ere o porque han sido incluidos en un proceso de selecci¨®n. ¡°No vaya a ser que me vean ah¨ª y ya no me contraten¡±, dice una joven con miedo a perder uno de los pocos trenes que se le han presentado en los ¨²ltimos seis meses.
Aquellos que finalmente se deciden a aparecer, abren el grifo y empiezan a dejar escapar su frustraci¨®n. Estremece el nivel de aceptaci¨®n de una realidad tan tremenda. Los que llevan poco tiempo en el paro, los que tienen a su pareja trabajando, los fijos-discontinuos o los que pueden vivir de sus padres se sienten afortunados aunque vivan situaciones dram¨¢ticas. ¡°Yo tampoco me puedo quejar, porque por lo menos¡¡± o "en realidad yo no estoy tan mal..." son algunas de las frases m¨¢s repetidas. Parece que lo que antes casi se daba por descontado ¡ªtener un trabajo fijo y una cierta seguridad laboral¡ª ha acabado convirti¨¦ndose en un lujo.
En los centros de formaci¨®n ocupacional, a los que acuden muchos desempleados para recibir orientaci¨®n o participar en cursos que les asistan en la b¨²squeda de un empleo, se respira un poco m¨¢s de optimismo. La gente est¨¢ m¨¢s dispuesta a hablar y el futuro no aparece tan oscuro. Puede que compartir el desenga?o y el d¨ªa a d¨ªa con un grupo de iguales contribuya a ver las cosas de otra manera. Tambi¨¦n puede ayudar la sensaci¨®n de que adquieren conocimientos que les ser¨¢n ¨²tiles.
En el caso de los mayores y las personas que llevan mucho tiempo peregrinando a las oficinas de empleo, la desesperanza es mucho m¨¢s palpable. ¡°?Qu¨¦ voy a encontrar? Con mi edad y con tanta gente para cada puesto¡¡± se lamenta un hombre de 56 a?os que no se ve con fuerzas ni para quejarse. ¡°Por mucho que protestemos no va a cambiar nada¡ A los que mandan les da igual¡±. Las predicciones y los anuncios de que la crisis se acabar¨¢ pronto ya no cuelan.
A veces, cuando la luz roja de la c¨¢mara se apaga, el relato de las preocupaciones personales deja paso a un torrente de angustia. Hay alguna l¨¢grima, voces que se quiebran y tambi¨¦n, historias que vuelven a contarse, esta vez sin maquillaje. Ante una oficina del Servicio Andaluz de Empleo, en Sevilla, un hombre explica el golpe que le ha supuesto verse casi incapaz de pagar unas sandalias para que su hijo pueda soportar el asfixiante calor. La resignaci¨®n cala hondo. Pregunt¨¢ndose c¨®mo va a cubrir el agujero que ha dejado la compra de las sandalias, el hombre sentencia: ¡°Yo, es que no sirvo para robar¡±.
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