Una casa para los espa?oles al otro lado del mar
La llegada de los republicanos exiliados hace ahora 75 a?os dio a M¨¦xico una riqueza que se conserva hasta nuestros d¨ªas
Hace 75 a?os, en febrero de 1939, medio mill¨®n de republicanos espa?oles cruzaban la frontera francesa, para ponerse a salvo de la represi¨®n del ej¨¦rcito franquista. Los republicanos hu¨ªan como pod¨ªan, por el puesto fronterizo de Port Bou o la Junquera, pero tambi¨¦n trepando por el Pirineo, con la nieve hasta las rodillas y refugi¨¢ndose de las ventiscas, en una cueva o detr¨¢s de una piedra, en aquel febrero de fr¨ªo atroz. Los republicanos que se refugiaban en Francia eran inmediatamente encerrados en campos de concentraci¨®n. El m¨¢s grande y emblem¨¢tico de aquellos campos, Argeles-sur-mer, era una playa de varios kil¨®metros de longitud, delimitada por alambre de espino y rigurosamente vigilada por soldados argelinos del ej¨¦rcito colonial franc¨¦s. Ah¨ª, sobre la arena de esa playa, a la intemperie, con una temperatura que en las noches bajaba hasta -14 grados cent¨ªgrados, vivieron, durante meses, m¨¢s de cien mil espa?oles, una tribu de desgraciados, que se hab¨ªan quedado sin pa¨ªs, y que viv¨ªan y dorm¨ªan sobre la arena, no hab¨ªa barracas, no hab¨ªa m¨¦dicos, no hab¨ªa comida, no hab¨ªa ni madera para hacer fuego, as¨ª que los republicanos, para no morir de frio en la noche, excavaban en la arena un agujero en el que se met¨ªan y comisionaban a un compa?ero para que los despertara cada quince minutos y as¨ª evitara que murieran congelados, sin darse cuenta, mientras dorm¨ªan.
Conozco esta historia muy bien, porque es el tema de tres de mis novelas, y de incontables art¨ªculos de peri¨®dico, pero sobre todo la conozco porque en ese campo estuvo prisionero mi abuelo que, igual que los cientos de miles de republicanos que hab¨ªan huido a Francia, eran v¨ªctimas del clamoroso silencio, y de la vergonzosa pasividad, que observaron entonces todas las democracias de Occidente. Que mi abuelo haya sido prisionero en Argel¨¦s-sur-mer, me convierte a m¨ª, de cierta manera, en nieto de ese campo de concentraci¨®n, de esa historia y de ese exilio que se llev¨® a mi abuelo, y a mi madre a M¨¦xico, al pueblo de Veracruz donde nac¨ª, como un ni?o mexicano cuya familia ven¨ªa de Espa?a.
Conozco esta historia muy bien porque en ese campo estuvo prisionero mi abuelo que, igual que los cientos de miles de republicanos que hab¨ªan huido a Francia, eran v¨ªctimas del clamoroso silencio
En el a?o de 1937, en la sede de la Sociedad de Naciones, en Ginebra, todas las democracias del mundo se hac¨ªan de la vista gorda, para no condenar el golpe de Estado de Franco, ni la intervenci¨®n de Alemania e Italia en la Guerra Civil Espa?ola. El silencio y la pasividad de aquellos gobiernos, frente al golpe de Estado contra la rep¨²blica leg¨ªtimamente constituida fue, y sigue siendo, una verg¨¹enza. S¨®lo un pa¨ªs, uno solo entre todos los pa¨ªses, defendi¨® entonces, contra viento y marea, al gobierno de la Rep¨²blica espa?ola: ese pa¨ªs, el ¨²nico entre todos los pa¨ªses, fue M¨¦xico. El presidente L¨¢zaro C¨¢rdenas, a trav¨¦s de su embajador en Ginebra, Isidro Fabela, dijo, ante el pasmo de todos los dem¨¢s, sentencias como esta: ¡°El gobierno mexicano no reconoce, ni puede reconocer, otro representante legal del Estado espa?ol que el gobierno republicano¡±; el resto guard¨® silencio con tanta disciplina que, unos a?os m¨¢s tarde, el gobierno golpista espa?ol conseguir¨ªa un asiento en la ONU, el organismo en que se convirti¨® la Sociedad de Naciones, como si se tratara de un gobierno normal, leg¨ªtimamente elegido por el pueblo.
L¨¢zaro C¨¢rdenas sosten¨ªa que las personas que, por cualquier raz¨®n, ten¨ªan que abandonar su pa¨ªs, deb¨ªan ser recibidas por otro; esto le parec¨ªa un principio de elemental humanidad y guiado por este ofreci¨® asilo a miles de inmigrantes, entre ellos, a miles de espa?oles que no s¨®lo hab¨ªan perdido la guerra, tambi¨¦n su pa¨ªs, su casa, su familia y sus libros, todos esos elementos que nos hacen personas. Ante el fracaso de su embajador Fabela, cuyos esfuerzos por defender el gobierno leg¨ªtimo de Manuel Aza?a fueron premiados con un sonoro silencio, C¨¢rdenas abri¨® las puertas de M¨¦xico, a cualquier inmigrante espa?ol, con profesi¨®n o sin ella, sin m¨¢s tr¨¢mite que la necesidad, o el deseo, de rehacer su vida y labrarse un porvenir en aquel lejano pa¨ªs de ultramar.
De la larga historia que tenemos en com¨²n mexicanos y espa?oles, este es mi episodio predilecto, el de la diplomacia mexicana, sola contra el mundo, rescatando a esa tribu de espa?oles en desgracia que penaban por los campos de concentraci¨®n franceses.
La llegada de aquellos republicanos, hace exactamente setenta y cinco a?os, un grupo variopinto en el que hab¨ªa maestros, m¨¦dicos, pol¨ªticos de la rep¨²blica, soldados sin m¨¢s, empresarios arruinados y escritores, dio a M¨¦xico una riqueza que se conserva hasta nuestros d¨ªas. En un impecable, y conmovedor, quid pro quo, los refugiados espa?oles, que eran por cierto lo mejor de Espa?a, llevaron a M¨¦xico su cultura, su energ¨ªa, su visi¨®n particular del mundo y su forma de ser.
L¨¢zaro C¨¢rdenas sosten¨ªa que las personas que, por cualquier raz¨®n, ten¨ªan que abandonar su pa¨ªs, deb¨ªan ser recibidas por otro; esto le parec¨ªa un principio de elemental humanidad y guiado por este ofreci¨® asilo a miles de inmigrantes, entre ellos, a miles de espa?oles
Este episodio, de armon¨ªa y sincron¨ªa entre los dos pa¨ªses, es la zona feliz de nuestra historia com¨²n, que ha tenido tambi¨¦n momentos oscuros, r¨ªspidos. El ensayista mexicano Alfonso Reyes que fue, entre otros destinos diplom¨¢ticos, embajador de M¨¦xico en Espa?a dec¨ªa, refiri¨¦ndose a la evidente e insoslayable relaci¨®n que hay entre los dos pa¨ªses, que qui¨¦n no conoce M¨¦xico, no conoce bien Espa?a, y viceversa. Se refer¨ªa a la forma en que Espa?a, durante quinientos a?os, ha ido disemin¨¢ndose y creciendo del otro lado del mar, sin dejar de ser ella misma pero, simult¨¢neamente, reconvertida en otros pa¨ªses.
Los emigrantes espa?oles, desde el primer conquistador hasta el ¨²ltimo gachup¨ªn o refugiado, primero a la fuerza y luego en sociedad con los habitantes de aquellas tierras, fueron conformando ese territorio enorme, rico y fecundo que es Latinoam¨¦rica. Espa?a puso ah¨ª su lengua, su religi¨®n y una forma particular, y ¨²nica, de encarar la vida que se sigue conservando hasta hoy.
Gracias a sus emigrantes, Espa?a creci¨® y se multiplic¨® en aquel continente, y hoy su lengua, el espa?ol, tiene una importancia capital en el mundo y una capacidad de expansi¨®n, y una influencia, que la hacen cada d¨ªa m¨¢s importante.
El ensayista mexicano Alfonso Reyes dijo, refiri¨¦ndose a la evidente e insoslayable relaci¨®n que hay entre los dos pa¨ªses, que qui¨¦n no conoce M¨¦xico, no conoce bien Espa?a, y viceversa
Aunque las afinidades entre los dos pa¨ªses son muy evidentes, tambi¨¦n es verdad que hay todav¨ªa mucho por hacer para terminar con una serie de prejuicios y estereotipos que hay en M¨¦xico de los espa?oles, y en Espa?a de los mexicanos y que yo, por ser hijo de espa?ola y mexicano, experimento permanentemente en toda su magnitud.
Quiero decir que la relaci¨®n entre M¨¦xico y Espa?a no puede darse por hecha, hay que ir m¨¢s all¨¢ de los negocios y las inversiones que hacen las grandes compa?¨ªas de los dos pa¨ªses, hay que ir m¨¢s all¨¢ de los artistas y de sus obras que viajan de un lado a otro con gran naturalidad, porque todos ellos ya dialogan y proyectan, cada quien desde su campo, ese territorio com¨²n, en el que se habla la misma lengua y se comparte esa visi¨®n solar del mundo y de la vida; hay que ir m¨¢s all¨¢ de los interlocutores habituales, m¨¢s all¨¢ de Luis Cernuda, de Octavio Paz, de Luis Bu?uel, de Carlos Fuentes y de Juan Mars¨¦, de Julieta Venegas y de Enrique B¨²nbury, de Pl¨¢cido Domingo y de Rolando Villaz¨®n, de Alejandro Amen¨¢bar y de Alfonso Cuar¨®n. Hay que ir m¨¢s all¨¢ de todos ellos, como digo, hay que hacer todav¨ªa mucha diplomacia y mucha pedagog¨ªa para conseguir que Espa?a sea el primer aliado de M¨¦xico y que esto lo sepan, y lo entiendan y lo sientan, no solo los empresarios, los pol¨ªticos y los artistas, sino toda la gente, que los mexicanos sientan a Espa?a como suya y los espa?oles sepan que tienen su casa del otro lado del mar.
?Jordi Soler es escritor.
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