Jes¨²s Leguina y el cambio en Espa?a
Muere el magistrado del Constitucional, al que le asol¨® hace unos meses una enfermedad implacable que no le ha dejado, hasta agotarlo
Cuando Jes¨²s Leguina lleg¨® al Tribunal Constitucional, en el a?o 1986, recibi¨® una carta que le emocion¨® mucho: era de uno de esos amigos que pertenec¨ªan a la izquierda extraparlamentaria, algunos de los cuales le hab¨ªan acompa?ado desde la juventud (y le han acompa?ado hasta el final), que dec¨ªa: "Por fin creo en que hay cambio en Espa?a. Tu presencia en el Constitucional es la demostraci¨®n". Leguina siempre tuvo en cuenta esta opini¨®n: le acompa?¨®, me consta, en todas sus decisiones: la obligaci¨®n de no defraudar a quienes creyeron en su honestidad y en una forma determinada de pensar. En efecto, un dem¨®crata de toda la vida, de la izquierda consecuente, sin complejos, hab¨ªa llegado al alto tribunal por sus propios m¨¦ritos acad¨¦micos y profesionales.
Hay varios aspectos de la vida de este bilba¨ªno de 1942, con casa en Donostia, bastante desconocidos para quien solo haya seguido su trayectoria como una secuencia permanente de su extraordinario servicio p¨²blico (magistrado del Tribunal Constitucional; consejero del Banco de Espa?a; consejero de Estado) y carrera acad¨¦mica (doctor en Derecho por la Universidad de Bolonia, con premio extraordinario, profesor ayudante, adjunto, agregado, catedr¨¢tico de Derecho Administrativo, decano de facultad...), que es la que figura en las hemerotecas. Son los relacionados con su compromiso pol¨ªtico y c¨ªvico desde antes de la muerte de Franco: en los aleda?os de la Organizaci¨®n Revolucionaria de Trabajadores (ignoro si fue militante o no; pertenec¨ªa al secreto de la clandestinidad); miembro del consejo editorial de la revista de ciencias sociales El C¨¢rabo (ser¨ªa de inter¨¦s sociol¨®gico repasar la distinta evoluci¨®n ideol¨®gica de quienes pasaron por all¨ª y su convivencia en la diversidad, facilitada la misma por actitudes tan poco sectarias como las de Leguina; entre ellos, el tambi¨¦n fallecido la semana pasada Pep Subir¨®s); cercano a la Fundaci¨®n Hogar del Empleado, en sus actividades vinculadas a las publicaciones e investigaciones, y con los colegios que la conforman; miembro del Consejo Asesor del Informe sobre la Democracia en Espa?a, de la Fundaci¨®n Alternativas; o miembro del comit¨¦ editorial de EL PA?S (que dej¨® al considerarlo incompatible con el nombramiento de su mujer, Mar¨ªa Emilia Casas, como presidenta del Tribunal Constitucional). En este peri¨®dico public¨® bastantes art¨ªculos, la mayor parte de ellos relacionados con su sensibilidad con la naturaleza compuesta del Estado espa?ol. Las reflexiones sobre el encaje constitucional de Catalu?a o Euskadi le llev¨® muchos ratos de su vida activa.
Lo m¨¢s importante que dej¨® en todos estos lugares fue su red de amistades. su trabajo no le imped¨ªa cultivarla. Personaje entra?able, humilde hasta la saciedad, lector incesante, mel¨®mano fervoroso (le gustaba mucho el padre Soler) hasta que hace unos meses le asol¨® la enfermedad implacable que no le ha dejado, hasta agotarlo. No son palabras huecas ni fruto de la emoci¨®n de un obituario. Los que le conocen saben que todo ello es cierto. Deja viuda, cuatro hijos y una multitud de disc¨ªpulos y amigos, que siempre le echaremos de menos. A ¨¦l y a su sabidur¨ªa.
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