El candidato que lleg¨® de Siberia
La actitud de Trump y de sus colegas hacia Putin supera la admiraci¨®n y se acerca a la sumisi¨®n
Si resulta elegido, ?se convertir¨¢ Donald Trump en el hombre de Vlad¨ªmir Putin en la Casa Blanca? Esta pregunta deber¨ªa parecer rid¨ªcula e indignante. Despu¨¦s de todo, debe de ser un patriota; hasta lleva sombreros en los que se promete devolver a Estados Unidos su grandeza.
Pero estamos hablando de un candidato rid¨ªculo e indignante. Y la trayectoria reciente de la campa?a de Trump ha llevado a bastantes expertos en pol¨ªtica exterior a preguntarse por la clase de dominio que ejerce Putin sobre el candidato republicano, y si seguir¨¢ teniendo esa influencia en caso de que este gane.
No hablo simplemente de admirar los logros de Putin, de sentirse impresionado por la "fuerza" de este dictador de facto y querer emular sus actos. Hablo m¨¢s bien de indicios que apuntan a que, una vez en el cargo, Trump tendr¨ªa una pol¨ªtica exterior favorable a Putin, a costa de los aliados de Estados Unidos y de los propios intereses del pa¨ªs.
Lo que no significa que Trump no admire realmente a Putin. Al contrario, ha elogiado una y otra vez al d¨¦spota ruso, a menudo en t¨¦rminos extravagantes. Por ejemplo, cuando Putin public¨® un art¨ªculo en el que criticaba la excepcionalidad estadounidense, Trump lo llam¨® "obra maestra".
Pero la admiraci¨®n por el putinismo no es rara en el partido de Trump. Mucho antes de la candidatura de Trump, la envidia de la derecha hacia Putin ya era habitual.
Por un lado, Putin es alguien que no se preocupa por insignificancias como las leyes internacionales cuando decide invadir un pa¨ªs. Es "lo que se dice un l¨ªder", declaraba Rudy Giuliani despu¨¦s de que Rusia invadiera Ucrania.
Tambi¨¦n est¨¢ claro que la gente que coreaba alegremente "Enci¨¦rrenla" ¡ªpor no mencionar al asesor de Trump que pidi¨® la ejecuci¨®n de Hillary Clinton¡ª encuentran mucho que admirar en el modo en que Putin trata a sus cr¨ªticos y rivales pol¨ªticos. Por cierto, mientras el servicio secreto investiga los comentarios sobre la ejecuci¨®n de Clinton, lo ¨²nico que se les ha ocurrido decir a los responsables de la campa?a de Trump es que "no est¨¢n de acuerdo con esas afirmaciones".
Y, en la derecha, hay muchos que tambi¨¦n parecen sentir una extra?a y un tanto espeluznante admiraci¨®n por el estilo personal de Putin. Rush Limbaugh, por ejemplo, comentaba que, mientras habla con el presidente Obama, "es probable que Putin est¨¦ sin camisa, practicando taich¨ª".
Todo esto es, o deber¨ªa ser, tremendamente inquietante; ?qu¨¦ dir¨ªan los medios de comunicaci¨®n si figuras destacadas del Partido Dem¨®crata elogiasen de forma habitual a dictadores de izquierdas? Pero lo que vemos ahora en Trump y sus compa?eros va m¨¢s all¨¢ de la emulaci¨®n y empieza a parecerse a la sumisi¨®n.
Primero, el conflicto de Ucrania, respecto al que los dirigentes republicanos han adoptado siempre una postura inflexible y criticado a Obama por su inacci¨®n; John McCain, por ejemplo, acusaba al presidente de "debilidad". Y la plataforma del Partido Republicano iba a incluir una declaraci¨®n reafirmando esa postura, pero acab¨® diluida y convertida en algo anodino por la insistencia de los representantes de Trump.
Luego lleg¨® la entrevista de Trump con el New York Times, en la que, entre otras cosas, declar¨® que aunque Rusia atacase a miembros de la OTAN, ¨¦l s¨®lo acudir¨ªa en su ayuda si esos aliados ¡ªa los que estamos obligados a defender a causa del tratado¡ª hubiesen "cumplido con sus obligaciones hacia nosotros".
Ahora bien, parte de esto se debe a la profunda ignorancia pol¨ªtica de Trump, a su aparente incapacidad para entender que no se puede dirigir el Gobierno de Estados Unidos de la misma manera en que ha dirigido su ruinoso imperio empresarial. Sabemos, por multitud de relatos, de sus impagos a proveedores, de su costumbre de aprovecharse de las empresas aunque est¨¦n a punto de quebrar, que para ¨¦l los contratos son sugerencias, y las obligaciones financieras claras, puntos de partida para la negociaci¨®n. Y sabemos que no tiene una opini¨®n diferente de la pol¨ªtica fiscal; ya ha hablado de renegociar la deuda de Estados Unidos. As¨ª que ?por qu¨¦ iba a sorprendernos que viera las obligaciones diplom¨¢ticas de la misma manera?
?Pero hay algo m¨¢s en esta historia? ?Existe alg¨²n canal espec¨ªfico de influencia?
Se sabe que Paul Manafort, el director de campa?a de Trump, ha trabajado como asesor para distintos dictadores, y que durante a?os estuvo a sueldo de Viktor Yanuk¨®vich, expresidente de Ucrania y aliado de Putin.
Y hay motivos para preguntarse por los propios intereses financieros de Trump. Recuerden que no sabemos nada de la verdadera situaci¨®n de su imperio empresarial y se ha negado a publicar sus declaraciones de la renta, que nos dar¨ªan m¨¢s informaci¨®n. S¨ª sabemos que tiene mucha relaci¨®n, aunque sea turbia, con empresas rusas y rusos adinerados. Se podr¨ªa argumentar que es el sector privado, no el Gobierno, pero en el para¨ªso de amigotes capitalistas de Putin, esa distinci¨®n carece de significado.
En cierto sentido, los motivos de Trump no deber¨ªan importarnos. Deber¨ªa horrorizarnos el espect¨¢culo del candidato de un partido importante insinuando con toda tranquilidad que podr¨ªa abandonar a los aliados de Estados Unidos, igual que deber¨ªa horrorizarnos que el mismo candidato insin¨²e que podr¨ªa incumplir las obligaciones financieras de Estados Unidos. Pero aqu¨ª pasa algo muy extra?o e inquietante, y no deber¨ªamos pasarlo por alto.
Paul Krugman es premio Nobel de Econom¨ªa.
? The New York Times Company, 2016.
Traducci¨®n de News Clips.
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