Ahora que somos muchos m¨¢s, ?mucho mejor?
El bipartidismo parec¨ªa un rasgo a superar en nuestra democracia; ahora que ya no existe, parece que la pluralidad que necesit¨¢bamos era genuinamente pol¨ªtica y no meramente crom¨¢tica
La ruptura del bipartidismo pareci¨® ser recibida, salvo por los m¨¢s evidentes damnificados, como una san¨ªsima renovaci¨®n del panorama pol¨ªtico espa?ol. Aparentemente, una m¨¢s variada oferta de papeletas electorales aseguraba una mejor representaci¨®n de nuestra sociedad, y de alguna forma elevaba m¨ªsticamente la calidad de nuestra democracia. A poca gente le pareci¨® importante recordar, por ejemplo, que exist¨ªan hasta 37 candidaturas para el Congreso solo en la Comunidad de Madrid de cara a las elecciones generales de 2008. Esas candidaturas no contaban, no val¨ªan nada; es evidente en s¨ª mismo que las cuatro (o cinco si prefieren) grandes formaciones pol¨ªticas actuales son causa, consecuencia, o quiz¨¢s ambas cosas a la vez, de nuestro vibrante progreso como sociedad, ?verdad?
Estas l¨ªneas seguro que suenan hoscas, pesimistas y probablemente poco entusiastas con la pluralidad democr¨¢tica, casi rozando el desprecio. Incluso puede que alguien interprete un cierto reproche al ciudadano ¡®poco informado¡¯; pero en absoluto se trata de eso. La pluralidad de fuerzas pol¨ªticas es bienvenida no solo por s¨ª misma sino por exigir a cada jugador en el tablero dar lo mejor de s¨ª mismo, entre otros muchos efectos. No toca aqu¨ª enumerar las bondades (que, insisto, son muchas) del proceso pol¨ªtico que hemos vivido en este pa¨ªs en los ¨²ltimos a?os, sino cuestionar la forma en la que este parece haber tenido lugar. No todo es cuesti¨®n de n¨²meros.
Retrocedamos unos pasos y recuperemos la perspectiva: la pol¨ªtica espa?ola hab¨ªa mejorado porque (entre otros motivos que de nuevo no toca recitar aqu¨ª) reflejaba mejor la diversidad de opiniones de la sociedad. Espero que el lector acepte esta primera idea, por incompleta que sea. Entonces, ?qu¨¦ es esa diversidad? Defin¨¢mosla, sencillamente, diciendo que a d¨ªa de hoy cada uno de nosotros podemos definirnos en muchos sentidos: sea profesional, cultural, religiosa o sexualmente, en pocos casos estas categor¨ªas parecen mutuamente excluyentes. Ser ingeniera agr¨®noma, maestro ebanista o director de marketing no te obliga a profesar ninguna fe en particular, porque se trata de conceptos que transitan por caminos diferentes: sencillamente no se cruzan, no hay riesgo de accidente si el tr¨¢fico circula por el carril que le corresponde.
?Por qu¨¦ en el terreno de la pol¨ªtica esto no resulta tan evidente? Los diferentes matices de econom¨ªa, pol¨ªtica social, seguridad energ¨¦tica, educaci¨®n o medioambiente, ?d¨®nde han quedado? El desprecio por los puntos en com¨²n resulta evidente y tenemos varios ejemplos de ello. La derecha tric¨¦fala compiti¨® entre s¨ª, en los proleg¨®menos de las ¨²ltimas elecciones, por coronarse como el m¨¢s puro representante de su esfera ideol¨®gica y el m¨¢s duro cr¨ªtico al gobierno de S¨¢nchez, tomando distancia tanto como pudiesen unos de otros; pero no se ha prestado ni la mitad de atenci¨®n a la pr¨¢ctica equivalencia de sus programas en materia econ¨®mica. De igual modo, no hubo tiempo en los debates electorales para discutir sobre un tema de ampl¨ªsimo consenso social y pol¨ªtico en el pa¨ªs como es el de la Uni¨®n Europea, pese a un europe¨ªsmo hasta ahora claramente dominante y la presencia de comicios europeos a menos de un mes vista.
Habr¨ªa que preguntarse por qu¨¦ las alianzas pol¨ªticas se han forjado como lo han hecho y no de otra forma, por qu¨¦ nos seduce el choque irreconciliable de posturas y la pol¨ªtica de trincheras
Habr¨ªa que preguntarse por qu¨¦ las alianzas pol¨ªticas se han forjado como lo han hecho y no de otra forma, por qu¨¦ nos seduce el choque irreconciliable de posturas y la pol¨ªtica de trincheras. ?Por qu¨¦ hemos colocado el foco en el lugar en el que est¨¢? ?Ha sido una elecci¨®n consciente? ?Por qu¨¦ todos deseamos dar nuestra opini¨®n sobre soberan¨ªa popular o pol¨ªtica territorial cuando el debate gira en torno a Catalu?a, pero no nos apremia tanto la necesidad si se trata de la Uni¨®n Europea? ?En qu¨¦ momento hemos decidido todos, como sociedad, que lo que nos importa es poner tierra de por medio? M¨¢s a¨²n, ?por qu¨¦ lo hemos decidido con la contundencia suficiente como para obviar todo lo dem¨¢s?
Existen respuestas muy mundanas y pr¨¢cticas a estas preguntas. La estrategia electoral obliga a los partidos a ara?ar votos por todas partes, se puede argumentar; tambi¨¦n, que no hay nada que discutir en aquello en lo que estemos de acuerdo y que es m¨¢s l¨®gico y provechoso se?alar los contrastes para trabajar sobre ellos; incluso se puede preferir que las semejanzas sean m¨ªnimas para que las opciones pol¨ªticas sean a¨²n m¨¢s amplias si cabe, as¨ª que ignorarlas es lo mejor que podemos hacer. Todas estas posturas tienen sus argumentos de peso detr¨¢s, pero tan solo explican la actitud cortoplacista que a veces existe. La fuente de la que manan estos comportamientos, que no es ni m¨¢s ni menos que nuestro paladar pol¨ªtico como sociedad, resulta bastante m¨¢s compleja y fascinante de explicar.
* Daniel Jim¨¦nez es analista pol¨ªtico de la Fundaci¨®n Alternativas
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