La sufrida clase media-baja es cada d¨ªa menos media y m¨¢s baja
La tenaza econ¨®mica aprieta a las familias modestas: los Ruiz-Medel aguantan recortando gastos gracias a la estabilidad laboral. Los Pardal-P¨¦rez acabaron ahogados en deudas y pidiendo comida
Los expertos espa?oles alertan: las sucesivas crisis acaecidas desde 2008 hacen que parte de una clase social clave, la denominada media-baja, se deslice hacia el lado m¨¢s pobre. Esto tiene consecuencias macroecon¨®micas: desciende el consumo y se deshilacha el tejido ciudadano. Y microecon¨®micas: Israel Pardal, de 35 a?os, decidi¨® una ma?ana desatornillar los asientos de su coche porque estaba convencido de que debajo de ellos encontrar¨ªa las monedas que a todo el mundo se le caen ah¨ª y que en ese momento desesperado de su vida ¨¦l necesitaba para comprar la comida de su familia. Como se hab¨ªa comprado el coche hac¨ªa casi una d¨¦cada, supuso que encontrar¨ªa suficientes. Bingo: m¨¢s de 15. De paso le llev¨® una coca-cola a su hija.
Israel es de C¨¢diz, empez¨® a trabajar a los 19 a?os como chapista en una empresa aeron¨¢utica en su ciudad. Con el sueldo base y las horas extras ganaba casi 2.000 euros al mes. Su mujer, Lydia P¨¦rez, dos a?os mayor, se encontraba entonces empleada en El Corte Ingl¨¦s como ayudante de seguridad. Entre los dos ingresaban casi 3.000 euros. Tuvieron una hija, compraron una casa, compraron un coche nuevo (el de las moneditas), se hipotecaron, pidieron un cr¨¦dito personal para ayudar a adquirir el piso (con una cl¨¢usula abusiva en la que no repararon) y la vida marchaba m¨¢s o menos feliz, m¨¢s o menos como ten¨ªan pensado. Hasta que algo se torci¨® y una ficha de domin¨® empuj¨® a otra y todo acab¨® desplom¨¢ndose: ¡°En 2015 la empresa dej¨® de pagarme con puntualidad. Despu¨¦s empez¨® a dar las boqueadas. Al final cerr¨® y yo me fui al paro. Es verdad que con una indemnizaci¨®n y con seguro de desempleo: pero tambi¨¦n con los pr¨¦stamos y la hipoteca por pagar y con un cuadro de ansiedad¡±. Por ese tiempo, Lydia tambi¨¦n perdi¨® su empleo y empez¨® a empalmar un trabajo precario con otro. ¡°Primero me fui a una cafeter¨ªa, despu¨¦s a un restaurante, despu¨¦s a otro, luego a otro, m¨¢s tarde al Mau-Mau, el japon¨¦s de El Corte Ingl¨¦s. Y as¨ª. Ya ¨ªbamos cuesta abajo¡±.
Los economistas Olga Cant¨® y Luis Ayala, especialistas en desigualdad, consideran que un ejemplo claro de esta clase media-baja, tomando indicadores de renta anteriores a la pandemia, lo constituye un hogar compuesto por una persona que ingrese al a?o entre 12.000 y 20.000 euros, esto es, entre el 75% y el 125% de la mediana salarial (16.000). Para una familia con dos hijos, la horquilla para esta clase social oscila entre los 25.000 y los 42.000 euros. Israel y Lydia (que tuvieron un segundo hijo en 2015) encajaban en esa estad¨ªstica cuando ¨¦l trabajaba en la empresa aeron¨¢utica y ella en El Corte Ingl¨¦s. Cuando todo iba bien. Despu¨¦s descendieron ese pelda?o social determinante.
Esta clase media-baja comenz¨® a crecer mucho en Espa?a a partir de los a?os ochenta, seg¨²n los c¨¢lculos recogidos por Cant¨® y Ayala en el Tercer informe sobre desigualdad, de la Fundaci¨®n Alternativas. Entonces, a principios de esa d¨¦cada, constitu¨ªa el 36% de la poblaci¨®n. En 2000 lleg¨® a ser el 43%. El incremento se debi¨® a la incorporaci¨®n a esa clase de millones de personas procedentes de la clase baja. Pero la crisis del ladrillo de 2008 y la tormenta financiera del euro hicieron que la clase media-baja descendiera de nuevo: en 2010 se encontraba en el 34% y en 2021 en el 33%. Los a?os posteriores impulsaron una t¨ªmida remontada que se bloque¨® abruptamente con la pandemia. Actualmente, no pasa del 32%. Para Ayala, la importancia de esta clase social radica en que constituye ¡°un aut¨¦ntico term¨®metro del nivel de desigualdad de un pa¨ªs¡±. Y a?ade: ¡°Cuantos menos integrantes, mayor es la desigualdad y la polarizaci¨®n¡±. Basta echar una ojeada a Europa para corroborarlo. En los pa¨ªses n¨®rdicos, casi una de cada dos personas pertenece a esta clase. En Francia el porcentaje llega al 45%. Por cierto: esta clase social fue la principal integrante de la revuelta, en 2018, de los Chalecos Amarillos, que denunciaban el olvido de un Estado del que cada vez se sent¨ªan menos parte. Cant¨® considera que adem¨¢s de term¨®metro de la desigualdad, la clase media-baja es un aut¨¦ntico ¡°pegamento social¡±. ¡°No atajar el descenso de esta clase social acarrear¨¢ problemas en el futuro: problemas de conflictividad, problemas sanitarios o problemas educativos. Los hijos de estas personas crecer¨¢n con estos problemas¡±.
El peor momento del descenso hacia el abismo de la familia de Israel y Lydia ocurri¨® despu¨¦s del confinamiento. Hubo un d¨ªa en que ella abri¨® la nevera y no encontr¨® nada. ¡°Solo hab¨ªa fantasmas¡±, describe. Hizo un apa?o para que comiera el peque?o, y a la mayor le dio una ensaladita conseguida con restos. Ni ella ni Israel comieron nada esa noche. Los meses siguientes solo trajeron malas noticias: cortes de luz, avisos de cortes de agua, llamadas a todas horas de empresas especializadas en cobros de deudas. ¡°Y un d¨ªa cog¨ª un carrito y me fui a una asociaci¨®n ben¨¦fica que est¨¢ en el Cerro del Moro a pedir comida¡±, cuenta Lydia. ¡°Cuando estaba en la cola sent¨ª que estaba robando a esa gente, porque yo no pertenec¨ªa a aquello, pero s¨ª que pertenec¨ªa, claro, porque no ten¨ªamos nada y necesit¨¢bamos la comida¡±, a?ade. Los dos coinciden en la sorpresa que les embarg¨® al saberse all¨ª, en medio de la necesidad. Israel entr¨® en un bucle perverso: no sal¨ªa a buscar trabajo porque estaba deprimido y estaba deprimido porque no sal¨ªa a buscar trabajo. Eso s¨ª: con un alargador conect¨® la electricidad de su casa al conmutador de la comunidad de vecinos para enchufar al menos la nevera y poder recargar los tel¨¦fonos m¨®viles. Recurrieron a las ayudas sociales del Estado. Fue por entonces cuando a ¨¦l se le ocurri¨® levantar los asientos del coche en busca de monedas perdidas. Lydia se duchaba en la casa de una amiga porque no ten¨ªan agua caliente y lleg¨® a acercarse a El Corte Ingl¨¦s a pedir la comida japonesa que sobrara a sus antiguas compa?eras del Mau-Mau. No hab¨ªa para hacer un puchero o unas lentejas, pero aquella noche hubo sushi para cenar.
La familia Pardal-P¨¦rez perdi¨® pie. La familia Ruiz-Medel, de Sevilla, con dos hijas peque?as, a¨²n se agarra a su clase social. Para esto ha sido clave la estabilidad laboral de Luis Manuel Ruiz, de 49 a?os, profesor en el colegio concertado Portaceli desde 1996. Gana 1.800 euros al mes y tiene dos pagas extras. Su mujer, Escarlata Medel (s¨ª, su madre le puso el nombre por Lo que el viento se llev¨®), trabajaba en un centro de atenci¨®n al usuario de una empresa inform¨¢tica, pero hace unos meses perdi¨® el empleo. Ahora cobra 700 euros de paro, que el mes que viene se reducir¨¢n. Escarlata, licenciada en Publicidad, mientras se prepara unas oposiciones, trabaja ahora de ministra de Econom¨ªa de su propia casa: planifica cada gasto, cada salida, cada comida. La inflaci¨®n, la subida de la hipoteca y el miedo a que vengan peor dadas les ha empujado a reducir: ya no hay clases de ingl¨¦s para la mayor, ya no hay comedor escolar todos los d¨ªas, ya no hay Burger King los viernes por la tarde, ya no hay viajes a la casa de los abuelos de Huelva cada fin de semana. Escarlata tambi¨¦n busca y pide ayudas oficiales de alg¨²n tipo, pero no encuentra ninguna: la renta de su familia excede los l¨ªmites.
El economista Jos¨¦ Mois¨¦s Mart¨ªn recuerda que los salarios de los trabajadores que componen esta clase social ¡°no han subido pr¨¢cticamente nada desde 2008 y esas familias est¨¢n reduciendo su capacidad de ahorro a la m¨ªnima¡±. Agrega que es la franja de la sociedad que m¨¢s nota la depauperaci¨®n de los servicios p¨²blicos. ¡°No recibe becas para enviar a sus hijos a la universidad p¨²blica, por ejemplo, pero son familias a las que la matr¨ªcula les supone un gran esfuerzo. Y hay que recordar que la educaci¨®n es el trampol¨ªn social¡±. Y a?ade otro factor amenazante: ¡°Est¨¢ la revoluci¨®n tecnol¨®gica: los grandes analistas de datos e inteligencia artificial tendr¨¢n grandes sueldos y empleos seguros. Pero los t¨¦cnicos medios y los empleados medios los perder¨¢n, los est¨¢n perdiendo. El camarero que sirve a estos t¨¦cnicos medios por ahora conserva el empleo pero qui¨¦n sabe por cu¨¢nto tiempo. Hay una polaridad en el empleo que tambi¨¦n es peligrosa¡±.
Israel Pardal sali¨® de la depresi¨®n: trabaj¨® en el astillero de El Ferrol, luego en una limpiadora de pulpos en C¨¢diz y luego en una empresa de instalaci¨®n de c¨¢maras refrigeradoras por toda Andaluc¨ªa. Ahora ha vuelto al paro. Lydia trabaja en un restaurante, con un contrato fijo. Israel conf¨ªa en que pronto lo llamen de una nueva empresa aeron¨¢utica o de los astilleros de C¨¢diz. Han empezado a tapar los pufos de la ¨¦poca negra. A¨²n deben mucho. Ning¨²n banco les presta ya dinero. ¡°Los Reyes los hemos financiado con una vecina¡±, aclara Lydia. Pero est¨¢n convencidos de que no van a volver a pasar por lo mismo que hace unos a?os. Poco a poco, se van subiendo otra vez al carro de la clase media-baja. Ahora se confiesan m¨¢s prudentes, casi temerosos. Y miran a la realidad de reojo. No se f¨ªan del todo:
¡ªEs que el mes que viene se me acaba el paro ¡ªanuncia Israel.
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