Wall Street no puede acabar con Bernie
Quiere devolverle alguna decencia a la vida norteamericana: sanidad universal y mejores salarios
El narcisismo y el desconcierto de la ¨¦lite de Wall Street es una maravilla para cualquier observador. Sentados en sus pedestales de poder, y disfrutando de exenciones impositivas, dinero f¨¢cil y mercados burs¨¢tiles en alza [hasta la crisis del coronavirus], est¨¢n seguros de que todo est¨¢ perfecto en este, el mejor de los mundos posibles. Los cr¨ªticos deben ser tontos o demonios.
Cuando he mencionado en reuniones con este segmento de la poblaci¨®n mi apoyo al candidato presidencial norteamericano Bernie Sanders, he recibido resuellos audibles, como si hubiera invocado el nombre de Lucifer. Est¨¢n seguros de que Sanders es inelegible o de que, si por alg¨²n motivo resulta elegido, generar¨¢ el colapso del pa¨ªs. En diferentes grados, los mismos sentimientos se pueden encontrar en medios ¡°liberales¡± como The New York Times y The Washington Post.
Este desd¨¦n es elocuente y, a la vez, absurdo. En Europa, Sanders ser¨ªa un socialdem¨®crata tradicional. Quiere devolverle alguna decencia b¨¢sica a la vida norteamericana: atenci¨®n m¨¦dica universal financiada por el sistema; salarios por encima de la pobreza para los trabajadores a tiempo completo, adem¨¢s de beneficios b¨¢sicos, como la baja familiar tras el nacimiento de un hijo y baja remunerada por enfermedad; educaci¨®n universitaria que no sumerja a los adultos j¨®venes en una deuda de por vida; elecciones que los multimillonarios no puedan comprar; y pol¨ªticas p¨²blicas determinadas por la opini¨®n p¨²blica, y no por el lobby corporativo (que alcanz¨® 3.470 millones de d¨®lares en Estados Unidos en 2019).
El p¨²blico norteamericano respalda todas estas posturas en grandes mayor¨ªas. Los ciudadanos de este pa¨ªs quieren que el Gobierno asegure una atenci¨®n m¨¦dica para todos. Quieren mayores impuestos a los ricos. Quieren una transici¨®n a energ¨ªas renovables. Y quieren l¨ªmites a los altos vol¨²menes de dinero en la pol¨ªtica. Estas son todas posturas centrales de Sanders, y todas son moneda corriente en Europa. Sin embargo, con cada victoria del candidato en las primarias, la ¨¦lite desconcertada de Wall Street y sus analistas favoritos se rompen la cabeza pensando c¨®mo un ¡°extremista¡± como Sanders puede ganar las elecciones.
Un an¨¢lisis del desconcierto de Wall Street se puede ver en una entrevista reciente de Financial Times a Lloyd Blankfein, ex consejero delegado de Goldman Sachs. Blankfein, un multimillonario que gan¨® decenas de millones de d¨®lares al a?o, sosten¨ªa que ¨¦l es simplemente ¡°acomodado¡±, no rico. Y lo m¨¢s curioso es que lo dec¨ªa en serio. Ya ven, Blankfein es un multimillonario de un d¨ªgito bajo en una era en la que m¨¢s de 50 norteamericanos tienen un patrimonio neto de 10.000 millones de d¨®lares o m¨¢s. Cu¨¢n rico uno se siente depende del grupo de pares. El resultado, sin embargo, es el menosprecio sorprendente de la ¨¦lite (y de los medios de la ¨¦lite) por las vidas de la mayor¨ªa de los norteamericanos. O no saben o no les importa que decenas de millones de norteamericanos carecen de una cobertura m¨¦dica b¨¢sica y que los gastos m¨¦dicos hacen quebrar a unas 500.000 personas cada a?o, o que uno de cada cinco hogares norteamericanos tiene un patrimonio neto cero o negativo y que a casi el 40% le cuesta satisfacer sus necesidades b¨¢sicas.
Y la ¨¦lite no percibe a los 44 millones de norteamericanos aquejados por una deuda estudiantil que llega a 1,6 billones de d¨®lares, un fen¨®meno esencialmente desconocido en otros pa¨ªses desarrollados. Y mientras que los mercados burs¨¢tiles se han disparado en los ¨²ltimos a?os, enriqueciendo a las ¨¦lites, las tasas de suicidio y otras ¡°muertes por desesperaci¨®n¡± (como las sobredosis de opioides) tambi¨¦n se han disparado, en tanto la clase trabajadora ha ca¨ªdo a¨²n m¨¢s en la inseguridad financiera y psicol¨®gica.
Una raz¨®n por la que las ¨¦lites no perciben estos datos b¨¢sicos es porque nadie les ha pedido que rindieran cuentas durante mucho tiempo. Los pol¨ªticos norteamericanos de ambos partidos han venido cumpliendo ¨®rdenes por lo menos desde que el presidente Ronald Reagan asumi¨® la presidencia en 1981 e introdujo cuatro d¨¦cadas de recortes impositivos, ataques a los sindicatos y otras prebendas para los superricos. La confraternidad de Wall Street y Washington est¨¢ bien captada en una foto de 2008 que vuelve a circular: Donald Trump, Michael Bloomberg y Bill Clinton est¨¢n jugando juntos al golf. Es una gran familia feliz.
El compadreo de Clinton con los multimillonarios de Wall Street es revelador. Esa era la norma para los republicanos all¨¢ por comienzos del siglo XX, pero los v¨ªnculos estrechos de Wall Street con los dem¨®cratas son m¨¢s recientes. Como candidato presidencial en 1992, Clinton oper¨® para vincular al Partido Dem¨®crata con Goldman Sachs a trav¨¦s de su entonces copresidente, Robert Rubin, que luego se convirti¨® en secretario del Tesoro de Clinton.
Con el respaldo de Wall Street, Clinton gan¨® la presidencia. Desde entonces, ambos partidos han estado en deuda con Wall Street por financiar las campa?as. Barack Obama sigui¨® el manual de estrategias de Clinton en la elecci¨®n de 2008. Una vez en el poder, Obama contrat¨® a los ac¨®litos de Rubin para conformar su equipo econ¨®mico.
Wall Street, por cierto, ha recuperado en especies el dinero que invirti¨® en las campa?as. Clinton desregul¨® los mercados financieros, permitiendo el crecimiento de gigantes como Citigroup (del cual Rubin fue director despu¨¦s de dejar la Casa Blanca). Clinton tambi¨¦n puso fin a los pagos de asistencia social para las madres solteras pobres, lo cual tuvo efectos perjudiciales en los ni?os j¨®venes, y redobl¨® el encarcelamiento masivo de hombres j¨®venes afroamericanos. Obama, por su parte, b¨¢sicamente les dio un pase libre a los banqueros que causaron la crisis de 2008. Recibieron dinero de rescate e invitaciones a cenas en la Casa Blanca, en lugar del tiempo de c¨¢rcel que muchos de ellos merec¨ªan.
Con la megaarrogancia de un megamultimillonario, el exalcalde de la ciudad de Nueva York Michael Bloomberg pensaba que pod¨ªa comprar la candidatura dem¨®crata gastando mil millones de d¨®lares de su fortuna de 62.000 millones en avisos de campa?a, y luego derrotar al otro multimillonario Donald Trump en noviembre. Este probablemente tambi¨¦n sea un caso de desconcierto. Las perspectivas de Bloomberg se desinflaron tan pronto como apareci¨® en el escenario del debate con Sanders y otros candidatos dem¨®cratas, quienes le recordaron a los espectadores el pasado republicano de Bloomberg, acusaciones de un entorno laboral hostil para las mujeres en la empresa de Bloomberg y de su apoyo de t¨¢cticas policiales duras contra hombres j¨®venes afroamericanos y latinos.
Nadie deber¨ªa subestimar el diluvio de histeria que Trump y Wall Street intentar¨¢n promover en contra de Sanders. Trump acusa a Sanders de intentar convertir a Estados Unidos en Venezuela, cuando Canad¨¢ o Dinamarca son las comparaciones obvias. En el debate de Nevada, Bloomberg rid¨ªculamente calific¨® de ¡°comunista¡± el respaldo de Sanders por una representaci¨®n de los trabajadores en las juntas corporativas, como en la pol¨ªtica de codecisi¨®n de Alemania.
Pero los votantes norteamericanos est¨¢n oyendo algo diferente: atenci¨®n m¨¦dica, educaci¨®n, salarios decentes, baja por enfermedad pagada, energ¨ªa renovable y el fin de las exenciones impositivas y de la impunidad para los superricos. Todo suena sumamente sensato, de hecho convencional, cuando uno suprime la ret¨®rica de Wall Street, que es la raz¨®n por la cual Sanders ha venido ganando, y puede volver a ganar en noviembre.
Jeffrey D. Sachs, profesor de Desarrollo Sustentable y profesor de Pol¨ªticas P¨²blicas y Gesti¨®n en la Universidad de Columbia, es director del Centro de Desarrollo Sustentable de Columbia y de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas.
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