EE UU y la segunda ¡®edad dorada¡¯
Los intereses vinculados al carb¨®n y al petr¨®leo han tenido el poder suficiente para demorar la transici¨®n a las energ¨ªas verdes
Algunos somos m¨¢s optimistas que otros sobre el futuro. Los optimistas entendemos que es posible salir de las trampas de la segunda edad dorada estadounidense.
En las edades doradas, la capacidad productiva se aparta de la producci¨®n de art¨ªculos necesarios y convenientes para la mayor¨ªa de la gente, y se vuelca al gasto exorbitante en objetos aspiracionales y otras actividades sin valor. La riqueza heredada suele jugar un papel fundamental, y ser utilizada para bloquear y demorar las transformaciones capaces de incomodar al statu quo.
Pensemos en el calentamiento global, que actualmente amenaza con neutralizar gran parte de los dividendos tecnol¨®gicos que en su ausencia hubi¨¦ramos tenido durante las pr¨®ximas dos generaciones. Estamos en este galimat¨ªas precisamente porque los intereses vinculados al carb¨®n y el petr¨®leo tuvieron suficiente poder social y pol¨ªtico como para demorar la transici¨®n a las energ¨ªas libres de emisiones. Algo todav¨ªa peor es que entre quienes tienen el poder social y pol¨ªtico haya quienes consideran que la democracia es un problema.
Tanto los optimistas como los pesimistas pueden coincidir en que escapar de esta edad dorada facilitar¨ªa la b¨²squeda de soluciones a otros problemas que obstaculizan el progreso humano: reducir¨ªa el poder social de quienes se benefician contaminando el medio ambiente y perjudicando a las democracias. La desigualdad ya no ser¨ªa un impedimento para que las potencias con econom¨ªas de mercado se unan en una colaboraci¨®n abierta para lograr soluciones.
?Qu¨¦ motivos tenemos para ser optimistas? En primer lugar, vale la pena recordar que Estados Unidos finalmente sali¨® de la edad dorada original a fines del siglo XIX, y que lo hizo abrazando la inmigraci¨®n, el conocimiento especializado y los intereses compartidos, sentando las bases del siglo estadounidense posterior.
?C¨®mo se logr¨® escapar de esa situaci¨®n? Consideremos, en primer lugar, a la inmigraci¨®n. En las primeras d¨¦cadas del siglo XX, los estadounidenses nacidos en el extranjero eran tantos como ahora y generaban el mismo temor; pero ese miedo no solo acentu¨® las peticiones de ¡°cerrar la frontera¡±, sino que tambi¨¦n gener¨® ¨ªmpetu para que las pol¨ªticas integraran a los inmigrantes y sus hijos en la sociedad estadounidense. Esto implic¨® la creaci¨®n de v¨ªas de movilidad ascendente y la asimilaci¨®n de los reci¨¦n llegados a los mitos fundacionales americanos, especialmente aquel que dice que EE UU es una naci¨®n de inmigrantes. Casi todos descendemos de quienes vinieron al Nuevo Mundo para escapar de los errores del anterior.
El segundo de los factores fue el conocimiento especializado. A principios del siglo XX muchas ¨¦lites comprend¨ªan que la edad dorada no estaba produciendo una sociedad suficientemente buena. Aunque el Partido Republicano era el hogar natural de los ricos, el presidente estadounidense Theodore Roosevelt fue lo suficientemente previsor como para entender que era necesario controlar a los ¡°malhechores de gran riqueza¡±.
De igual modo, el magnate del acero Andrew Carnegie fue lo suficientemente previsor como para entender que la riqueza privada es un fondo p¨²blico y ¡°quien muere rico, muere en desgracia¡±. Y el presidente Herbert Hoover fue lo suficientemente previsor como para entender que el Gobierno estadounidense pod¨ªa contribuir a difundir los conocimientos sobre ingenier¨ªa, gesti¨®n y organizaci¨®n por toda la econom¨ªa.
Eso nos lleva a la cuesti¨®n de los intereses. Todas estas figuras entendieron que hasta las sociedades m¨¢s individualistas requieren cierto grado de solidaridad social. Alexis de Tocqueville observ¨® que ¡°el ego¨ªsmo bien entendido¡± de los estadounidenses descansa en el principio de que la mejor manera de garantizar la prosperidad propia es tener vecinos independientes y pr¨®speros. Adem¨¢s, la amenaza del totalitarismo mostr¨® a todos que las buenas sociedades son fr¨¢giles. En esa ¨¦poca pocos se hubieran atrevido a poner en peligro sus propios intereses empujando a las normas e instituciones al l¨ªmite para tratar luego de apropiarse de una parte mayor de la tarta pol¨ªtica y econ¨®mica.
En pocas palabras, todos se daban cuenta de que hab¨ªa que corregir las pol¨ªticas. Ni siquiera los estadounidenses ricos se beneficiaban por la gran desigualdad en la riqueza y el ingreso extremadamente alto en la Edad Dorada.
Los pesimistas dir¨¢n que es poco probable que la historia se repita o, al menos, rime. Los republicanos actuales no se parecen en nada a los de hace un siglo. Incluso un patricio supuestamente moderado como Mitt Romney es capaz de describir al 47% de sus compatriotas como v¨ªctimas voluntarias ¡°que creen tener derecho a la atenci¨®n sanitaria, alimentos, vivienda¡, lo que sea¡±. Cuando se postul¨® para presidente en 2012, su visi¨®n era la siguiente: ¡°Mi trabajo no es preocuparme por esa gente, nunca voy a convencerlos de que deben asumir la responsabilidad y ocuparse de sus propias vidas¡±.
Eso fue hace m¨¢s de 10 a?os. Actualmente sus colegas suelen llegar a¨²n m¨¢s lejos y denuncian desde ¡°el populacho con identidades dogm¨¢ticas¡± y ¡°las grandes corporaciones tecnol¨®gicas que nos vendieron a China¡± hasta la vacunaci¨®n obligatoria (¡°segregaci¨®n moderna¡±) y los intentos por ense?ar a los estadounidenses que aunque su pa¨ªs puede ser genial, no siempre es bueno.
En gran medida pueden ser bravuconadas para satisfacer a la base activista; recordemos que cuando los republicanos votaron en secreto en 2021 para decidir si manten¨ªan a la diputada Liz Cheney como presidenta de la Conferencia Republicana de la C¨¢mara, 145 miembros estuvieron a favor y solo 61, en contra. De manera similar, 17 senadores republicanos votaron a favor del plan de infraestructura 2021 del presidente estadounidense Joe Biden, y los diputados republicanos acaban de votar 149 a 71 a favor del acuerdo para limitar la deuda negociado entre Biden y el presidente de la C¨¢mara, Kevin McCarthy.
El escape de la edad dorada original fue un proceso largo, que se extendi¨® desde la era progresista de principios del siglo XX hasta el New Deal en la d¨¦cada de 1930. La salida de la segunda edad dorada tambi¨¦n ser¨¢ larga¡ Hay motivos para creer que lo lograremos.
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