Ni?os sin infancia
Un amigo profesor me explica que un par de sus sesiones con un grupo fueron sustituidas por un taller de Minecraft monitorizado por personal externo
Leo un interesante trabajo de Gregorio Luri, 10 tesis sobre el videojuego, y pienso: ¡°Por fin algo de opini¨®n basada en el logos y no en la doxa, un dec¨¢logo documentado y redactado desde la l¨®gica, y no desde la urgencia o la conveniencia¡±. Porque el texto es valiente y est¨¢ limpio de t¨®picos.
Cuando hablamos de juventud y educaci¨®n, son precisamente los t¨®picos lo que m¨¢s sobra y la vez lo que m¨¢s abunda. Cuenta Luri que afirmar que el exceso de videojuegos es perjudicial resulta una perogrullada. Porque es nocivo cualquier exceso, no s¨®lo el de videojuegos. Una copa de vino es saludable: cinco botellas podr¨ªan resultar mortales. Una manzana es sana y depurativa, treinta resultar¨ªan venenosas. Por lo tanto, hay que ampliar la lente. Porque resulta que existen estudios que demuestran que el consumo de juegos violentos no te convierte en violento. Para orientarnos en los diagn¨®sticos de lo que les ocurre a nuestros j¨®venes, el camino correcto es poner el acento de la observaci¨®n de lo que hacen los adultos. Para darnos cuenta, por ejemplo, de qu¨¦ tipo de infancia enjaulada estamos proporcionando a nuestros ni?os. Se pregunta Luri, y tiene raz¨®n, cu¨¢ntos de nuestros ni?os han tenidos caba?as en el ¨¢rbol, y c¨®mo jugaban nuestros abuelos. Y tiene raz¨®n: descabezaban gatos, despanzurraban perros, se arrojaban pedruscos¡
Lo cual me hace pensar en qu¨¦ tipo de pedagog¨ªa floral estamos proporcionando a nuestros menores. Para averiguarlo no hace falta m¨¢s que charlar con los alumnos de primero de ESO. Dicen que en la escuela ¡°no hac¨ªan nada, s¨®lo din¨¢micas¡±. No estoy en contra de la educaci¨®n emocional, pero s¨ª de que sustituya el vector t¨¦cnico y el tiempo que se debe invertir en adquirir contenidos acad¨¦micos. La primaria no puede convertirse en una polic¨ªa moral y emocional. Esa utop¨ªa evang¨¦lica y ese control podr¨ªan estar detr¨¢s de algunas explosiones actitudinales incomprensibles en secundaria, que todo profesor ha presenciado y para las que actualmente no hay respuesta.
La educaci¨®n emocional no se puede convertir en un intento de domesticaci¨®n socioecon¨®mica. Para educar en valores y en car¨¢cter, ya ten¨ªamos la ¨¦tica. El desmoche de las Humanidades traer¨¢ un aumento de la visceralidad mental, no un descenso de la rebeld¨ªa. La rebeld¨ªa seguir¨¢ existiendo, pero no asomar¨¢ bajo la forma del reformismo, sino como constelaci¨®n de motines banales.
Me escribe un amigo profesor. Me explica que un par de sus sesiones con un grupo fueron sustituidas por un taller de Minecraft monitorizado por personal externo a su centro. Me escribe porque est¨¢ perplejo: tuvo que situarse en el fondo del aula para vigilar que la clase no se desmandara. Los alumnos jugaban excitados, profiriendo gritos de victoria o decepci¨®n seg¨²n iban ganando o no misiones del videojuego. Lo que no consigui¨® entender fue la finalidad educativa de las partidas: era verdad que los monitores se expresaban en ingl¨¦s, pero no hab¨ªa nada que aprender: se trataba de una sesi¨®n recreativa. Lo que puede llevarnos a lanzar algunas hip¨®tesis: ?no tendr¨¢ que ver el llamado Nuevo Paradigma educativo con nuestra imposibilidad como adultos para proporcionar una ni?ez infantil, imaginativa, aventurera, creativa, memorable? ?No se estar¨¢ convirtiendo nuestra escuela en el sal¨®n recreativo que ya no puede ser el hogar, por la crudeza extrema del mercado laboral? ?Estar¨¢ tratando el sistema educativo de reemplazar a unas familias incapaces ya de educar, por asfixia o por negligencia l¨²dica?
?En qu¨¦ punto cambiamos los objetivos pedag¨®gicos por las actividades de ocio en nuestros centros docentes? Nuestras c¨²pulas pol¨ªticas ya no desean que los profesores ense?en: la idea de fondo es que, juntos, exprofesores y alumnado se conviertan en copart¨ªcipes de juegos que contribuyan a apuntalar una ilusi¨®n de ¨¦xito social, de equidad o de inclusi¨®n. Hay incluso quien piensa que lo progresista es que el docente acabe metamorfoseado en un creador de contenidos molones.
?Qu¨¦ tipo de sociedad puede aflorar ante todas estas estas necedades? Paralelamente, nos obsesionamos con el futuro de nuestros hijos (y con sus rendimientos, en una clave taylorista) y les robamos con ello su presente y su biograf¨ªa memorable. Nos hundimos en rutinas y ortodoxias, y nos llevamos con nosotros a nuestra juventud, para que sea igual de conformista. Les proporcionamos una infancia sin aventuras y sin diversiones alocadas. Su presente necesita expansi¨®n, vida y vacaciones de moralidad. Me cuentan mis alumnos de primero de ESO que sus tutoras buscaban conflictos donde no los hab¨ªa. Deseamos crear ¨¢ngeles y ciudadanos luminosos desde muy temprano, donde lo que hay es personas. ?C¨®mo debe reaccionar un ni?o ante la pedagog¨ªa de la felicidad si no le da la gana ser feliz ni luminoso, o no siempre? ?Es que no existen la rabia y la protesta, la tristeza y la negaci¨®n? ?Qu¨¦ profesor inteligente no se alegra de que su mejor alumnado sea contestatario y rebelde? Confundimos el capricho con la revoluci¨®n, la seguridad con la creatividad. Intentamos moldearlos en una estrechez moral contraproducente. Qu¨¦ desgracia tener que vivir en esta ¨¦poca neovictoriana. Ya lo dijo Albert Camus: el hombre rebelde es el hombre que ha aprendido a decir no. Nuestros sermones pueden resultar bastante hip¨®critas, porque la vida libre no es moral, es vida.
Nos da miedo que nuestros j¨®venes experimenten y construyan su libertad. Nuestros hijos no son ¨¢ngeles ni artefactos ideol¨®gicos. Dejemos que jueguen, y dejemos, luego, que aprendan y que adquieran responsabilidades. Que entiendan c¨®mo es el mundo en realidad y no en nuestras utop¨ªas. Les estamos robando su autonom¨ªa y su derecho a cuestionar, porque nos creemos superiores y consolidados, cuando lo que m¨¢s le mostramos es puro miedo derivado de nuestra pura desorientaci¨®n.
Por descontado, afortunadamente, muchos de nuestros j¨®venes nos dir¨¢n no.
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