Un ba?o de realidad
Se escribe mucho y malo sobre la salud mental del alumnado, no estaba de m¨¢s mostrar la vulnerabilidad de los docentes
Guillem Sala acaba de publicar El castigo (Tusquets), una novela que refleja con exactitud los ambientes educativos en que han de desenvolverse no pocos habitantes de los extrarradios urbanos de Catalu?a, y lo hace con una lucidez que echamos de menos en los ensayos que se suelen publicar, afectados unos por una vocaci¨®n apocal¨ªptica que no conduce a nada concreto, o afectados otros (la mayor¨ªa) por una ideolog¨ªa floral y emotivista totalmente desconectada de la realidad.
Que es precisamente lo que no ocurre con la novela de Sala. Su relato, escrito con un lenguaje tan estudiado como crudo, rompe una serie de estereotipos sobre el profesorado y el alumnado, y de verdad era muy sano que empezaran a resquebrajarse algunas ideas fijas y totalmente cansinas. Ni los docentes son esa subespecie calificada de franquista u opresora que obliga a los j¨®venes a memorizar datos durante una cantidad inhumana de horas cada d¨ªa, ni son una colecci¨®n de funcionarios vagos, antip¨¢ticos, grises y mediocres que disfrutan humillando al personal; ni los j¨®venes son esas criaturas de luz semiang¨¦licas de la propaganda oficial, ni tampoco los demonios desatados que pintan otros. Profes y alumnos no son m¨¢s que gente involucrada en un proceso de ra¨ªz com¨²n: el aprendizaje.
Se escribe mucho y malo sobre la salud mental del alumnado, no estaba de m¨¢s mostrar la vulnerabilidad de los docentes. Tambi¨¦n se escribe mucho y fatal de c¨®mo impulsar la equidad en nuestros centros. Al fin y al cabo la educaci¨®n no es una ciencia exacta y a veces las cosas salen bien, y a veces no tanto. Lo cierto es que en la novela es la profesora Sandra la que lleva una vida desordenada y heterodoxa, culminada con una tragedia.
Guillem Sala le da la vuelta a no pocos t¨®picos: se dice hasta la saciedad que los alumnos son vagos; pues no, es la profesora Sandra la vaga n¨²mero uno. Las aulas son lugares donde se producen interesantes simbiosis. Ni el profesorado es tan distinto al alumnado, ni el alumnado tan malvado, ni el profesorado tan opresor y sordo. Si no se cruzan en el camino de los derechos del alumnado y del profesorado leyes absurdas o paredes de burocracia o normativas excesivas, lo que acaba ocurriendo en las clases es altamente creativo y motivo de optimismo para todo aquel que crea en el papel transformador de la ense?anza.
Esto queda bien reflejado en el relato, as¨ª como otros detalles que vienen a desmentir el sentido de las leyes ignaras que vienen imponi¨¦ndonos. Se ha popularizado que lo bueno es no hacer gran cosa, no esforzarse ni interesarse por los contenidos culturales, y practicar una versi¨®n soft de la educaci¨®n sancionada por los pol¨ªticos y unos supuestos imperativos sociales, pero resulta que el Izan, que es un cani de Santa Coloma, un p¨ªcaro moderno, y no precisamente un Einstein, distingue perfectamente entre un centro en el que ¡°ense?an cosas¡± de otro ¡°en el que solo ri?en¡±.
Y eso ocurre porque si se dejara al profesorado desarrollar los contenidos (esos que nuestra ideolog¨ªa predominante tanto gusta de expulsar para sustituirlos por la alienaci¨®n conformista), el alumnado no s¨®lo se interesar¨ªa m¨¢s por el aprendizaje, sino que tambi¨¦n recibir¨ªa menos reproches, puesto que es en los lugares donde no se aprende nada, donde se baja m¨¢s el nivel, es donde se producen m¨¢s conflictos de convivencia.
No es bueno que el alumnado sepa cosas de la vida de los docentes, pero a veces una actitud franca es un puente para desmantelar tarimas imaginarias, y si el docente se muestra humano y contradictorio (aunque siempre ha de ser justo) la tendencia es que el alumnado responda con una humanidad correspondiente y rec¨ªproca. En grupos bien avenidos, pese a la pereza y los horarios interminables, es posible aprender si uno mantiene las antenas en la realidad y no en las teor¨ªas fantasm¨¢ticas que se imparten en algunas facultades.
Estos espacios comunes de exploraci¨®n com¨²n son los que rescata Sala del habitual oc¨¦ano de t¨®picos.
En El castigo no hay victimismos pero s¨ª v¨ªctimas y victimarios: Hayat, la chica de primero de ESO que recibe el abuso sexual por parte de su compa?ero, el Izan, es quien se lleva la peor parte. Lo que queda al descubierto es la enorme hipocres¨ªa que preside el tinglado tal y como est¨¢ organizado: dise?ado s¨®lo para mantener las apariencias. Podr¨ªamos pensar que resulta exagerado. El tema es espinoso, realmente tab¨², pero por desgracia, como ocurre con tantas otras cuestiones, no podemos dejarlo de lado.
Los docentes se resisten a impartir educaci¨®n sexual porque tienen miedo de ser se?alados o denunciados. Este es un problema grave: cada vez son menos las maestras valientes que se atreven a desafiar el neovictorianismo imperante para informar a su alumnado de lo que es una sexualidad respetuosa, afectiva y necesaria en una democracia. Nuestra sociedad confunde demasiadas veces la educaci¨®n sexual con la propaganda de la promiscuidad. Seguramente, la informaci¨®n serena ser¨ªa precisamente lo contrario que el exhibicionismo imprudente. El emotivismo social mal entendido hace el resto, generando el apocalipsis imaginario que demasiado p¨²blico tiene en mente.
Un bot¨®n de muestra: una vez, en una reuni¨®n para familias, un padre levant¨® el dedo para decir a las profesoras de educaci¨®n f¨ªsica que promover la ducha tras el ejercicio f¨ªsico era facilitar las agresiones de los pederastas. Este es el nivel. La histeria, el alejamiento de la realidad. Lo cual provoca que los docentes huyan del tema como de la peste, que sea realmente ingrato explicar seg¨²n qu¨¦ materias en un ambiente hostil a la escuela que confunde los derechos democr¨¢ticos con los caprichos ideol¨®gicos m¨¢s primitivos y el catastrofismo cu?adista.
Quiz¨¢s el populismo sea precisamente eso: la acci¨®n directa verbal y enga?osa, la apariencia de democracia y la sustituci¨®n de la realidad por el ideologismo f¨¢cil, totalmente acr¨ªtico, y por la mera apariencia de modernidad.
Algo de lo que no peca este libro, basado en una econom¨ªa de recursos narrativos realmente adecuada, que ha sido escrito desde una perspectiva equilibrada y realista, casi cinematogr¨¢fica, sin manipulaciones ni dramatismos.
Como muestra Guillem Sala, la brutalidad y la marginalidad est¨¢n demasiado arraigadas en una Catalu?a y una Espa?a que est¨¢n regresando a algunas de las peores din¨¢micas del subdesarrollo, por falta de inversi¨®n p¨²blica. Su extrarradio miserable es el mismo que el de las novelas de Paco Candel, o las de P¨ªo Baroja. Si la sociedad fuera menos cainita, si nuestro mercado laboral fuera menos brutal, quiz¨¢s empezar¨ªan a mejorar las cosas en los institutos y se podr¨ªa elevar el nivel medio cultural del ciudadano. En cambio, lo que hacemos es totalmente cortoplacista: maquillar, ocultar nuestra desigualdad apoy¨¢ndonos en utop¨ªas fant¨¢sticas. A nadie se le ocurre que una posible salida para todos sea la creaci¨®n de empleo calificado: parecemos muy c¨®modos en nuestro pa¨ªs de tercera regional.
La sexualidad machirula y psicop¨¢tica es una de esas lacras seculares que quiz¨¢s est¨¦n volviendo con fuerza, si es que se fueron. En este sentido, he visto cosas como tutor que podr¨ªan deprimir hasta al m¨¢s curtido, pero la ¨¦tica m¨¢s elemental me impide relatar estas historias reales. Qued¨¦monos con este relato verista. No hace falta descender al sensacionalismo. Sala conoce al dedillo el entramado institucional y jur¨ªdico del pa¨ªs, y tambi¨¦n sus ausencias, limitaciones y deserciones. Basta con se?alar que el relato de Guillem Sala es real como la vida misma, y que alg¨²n d¨ªa deber¨ªamos empezar a abandonar las modas modernas para ocuparnos en serio de la juventud real que ha de crecer en nuestras barriadas reales.
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