Los adolescentes no caben en la ciudad: ¡°?Qu¨¦ hacemos, nos sentamos en un banco a que pasen las horas?¡±
El Observatorio Paula Educaci¨®n ha investigado la conflictiva relaci¨®n de los chavales y el entorno urbano siguiendo los pasos de un grupo por las calles de Murcia, un proyecto recogido ahora en el documental ¡®Hacia ning¨²n lugar¡¯
Es viernes por la tarde. Jos¨¦ Jim¨¦nez, de 17 a?os, sale de su casa en Murcia y comienza a caminar. Se encuentra con varios amigos, avanzan por las calles hablando de m¨²sica, del ruido, del tr¨¢fico, de c¨®mo vivir el ocio con 7,5 euros a la semana. Se sientan en un banco, en un bordillo, en el suelo. ¡°Al final, no hacemos nada¡±, resume el joven, mirando a c¨¢mara, en el v¨ªdeo documental Hacia ning¨²n lugar (que puede verse en este enlace), una de las acciones realizadas en las ¨²ltimas semanas por el Observatorio Paula Educaci¨®n ¨Dun colectivo que trabaja en la intersecci¨®n de la ense?anza con otras disciplinas, como el arte o el urbanismo¨D para analizar el dif¨ªcil encaje de los adolescentes en las ciudades.
La matem¨¢tica y antrop¨®loga Delia Bento, una de las coordinadoras del proyecto, afirma que en la base del problema reside el hecho de que nadie se ha parado a preguntar a los adolescentes qu¨¦ echan de menos en el lugar donde viven. Una de las chicas entrevistadas afirma en el documental: ¡°No tengo libertad para nada. O sea, no puedo hacer nada. Ni puedo estar con mis amigos tranquila, ni puedo escuchar m¨²sica, porque la gente me va a juzgar, ni vamos a hacer cosas que hacen los cr¨ªos de 12 a?os¡±. En alg¨²n caso, no podr¨ªan hacerlo ni aunque quisieran. La cinta pone el ejemplo del parque murciano El Limonero, enclavado en una zona verde cercana al r¨ªo Segura, que cuenta con una enorme estructura met¨¢lica de 10 metros de altura con zonas para trepar y toboganes gigantes que a Jos¨¦ y a sus amigos les gustar¨ªa poder usar. Pero la edad l¨ªmite son los 14 a?os y un vigilante de seguridad les impide acercarse, aunque a veces se cuelan. ¡°Los parques tienen restricciones de edad, en los bares no podemos consumir alcohol, tampoco tenemos mucho dinero para hacer actividades culturales... Si tienes entre 14 y 17 a?os, los sitios por donde salir son escasos. ?Qu¨¦ hacemos, nos sentamos en un banco a esperar que pasen las horas?¡±, lamenta Jos¨¦.
El urbanista Rafael Rivera, que ha participado en el proyecto, afirma que la ciudad resulta un espacio inc¨®modo para buena parte de la poblaci¨®n, como los ni?os, los mayores, las personas con discapacidad y, quiz¨¢ especialmente, los adolescentes: ¡°Nadie habla de ellos, son invisibles, la sociedad los considera seres en transici¨®n, en una etapa que ya se les pasar¨¢. Como si adem¨¢s de futuro, no tuvieran tambi¨¦n un presente¡±. La soluci¨®n no pasa tanto en su opini¨®n por crear ¡°espacios espec¨ªficos para adolescentes como por crear espacios colectivos transformables, de poder usar la ciudad de maneras variadas¡±. ¡°Por ejemplo, si ponemos un banco, yo me sentar¨¦ en el asiento. Si viene un adolescente, se sentar¨¢ en el respaldo. Es el mismo banco, pero lo usa de manera diferente. Y siempre habr¨¢ alguien que le reprochar¨¢ que est¨¢ mal sentado, porque el banco no est¨¢ hecho para eso. Y la pregunta es, ?para qu¨¦ est¨¢ hecho entonces? ?Por qu¨¦ no re?imos a unos y s¨ª a otros?¡±, reflexiona Rivera.
Necesidad de contacto f¨ªsico
Para la educadora Chari C¨¢mara, especialista en el uso de juegos para el desarrollo personal, ¡°la ciudad se ha convertido en un no-lugar, en un sitio de paso¡± que no invita a permanecer, a disfrutarla, que promueve la cultura del quedarse en casa, de hacer actividades individuales, de no compartir. En el caso de los adolescentes, prosigue, las instituciones no se f¨ªan, lo que hace que se desaprovechen recursos que ya existen en las ciudades, como los patios de los colegios, que podr¨ªan ofrecer una buena alternativa de ocio a esta poblaci¨®n fuera del horario escolar. Y esa falta de acomodo empuja a los chavales a aislarse m¨¢s en casa, y a dedicar m¨¢s tiempo a los videojuegos y las redes sociales. ¡°Las redes est¨¢n bien, pero hasta cierto punto¡±, comenta otro de los protagonistas del documental, ¡°tambi¨¦n necesitamos conectarnos a nivel f¨ªsico¡±.
Edificio abandonado
Los responsables del Observatorio Paula han pasado muchas horas preguntado a los adolescentes c¨®mo se sienten en la ciudad y qu¨¦ creen que le falta, y los han acompa?ado en su deambular por el centro de la capital de Murcia, por calles con aceras en las que no caben tres personas, asediadas por el ruido de los coches, en las que con frecuencia son vistos como agentes molestos por otros grupos sociales. Parte de sus testimonios han quedado registrados en el documental, y en ellos los chavales van deslizando propuestas extrapolables a muchas otras urbes espa?olas: sitios para patinar; lugares donde poner m¨²sica o tocarla; m¨¢s zonas verdes, con c¨¦sped y ¨¢rboles que den buen sombra; pistas y canchas deportivas, parques adolescentes, en los que en vez de columpios haya por ejemplo colchonetas el¨¢sticas, espacios donde crear arte¡ Antes del confinamiento, recuerda Jose, un sitio de reuni¨®n habitual de los chavales de su edad era un edificio a medio construir a las afueras de la ciudad. ¡°Nos junt¨¢bamos 60 o 70 porque all¨ª pod¨ªamos poner m¨²sica, bailar, saltar... De all¨ª por lo menos no nos echaba nadie¡±.
Rivera, Bento y C¨¢mara coinciden, al respecto, en que la poblaci¨®n adolescente se siente ¡°expulsada¡± de casi todos los sitios, continuamente ¡°juzgada¡± por su comportamiento, pero sin encontrar apenas alternativas. El urbanista reivindica para las ciudades m¨¢s espacios polivalentes, en los que ¡°la diversi¨®n se la pueda inventar cada uno¡±, una idea que es tambi¨¦n esencial para Miguel ?ngel Cayuela, educador y creador cultural que puso en marcha el proyecto Observatorio Paula en 2017. Cayuela defiende la necesidad de pensar en espacios urbanos sean habitables para todos, y subraya que cuando se logra una mejora para un ni?o o un adolescente, en realidad avanza toda la sociedad.
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