El port¨¢til de Cleopatra
Las viejas estructuras reguladoras act¨²an a paso de tortuga, mientras que los disruptores irrumpen a la velocidad de la luz
La pregunta cl¨¢sica versaba sobre la nariz de Cleopatra. Sin su bello ap¨¦ndice nasal qu¨¦ hubiera sido de la pelea entre Antonio y Octavio y del Imperio Romano. El viejo Plejanov, en una obra t¨®pica de la vulgata marxista, formul¨® el mismo problema, al interesarse por el papel del individuo en la historia. En nuestro siglo XXI, alejados del siglo de los hombres fuertes y felizmente aquejados de falta de liderazgos, ya no cabe preguntarse sobre la nariz ni sobre el individuo, sino sobre la tecnolog¨ªa y m¨¢s en concreto el papel de los tel¨¦fonos m¨®viles y las tabletas en la historia.
Son agentes globalizadores, que intensifican la conectividad y aceleran el desarrollo de los acontecimientos. Permiten difundir un bulo, hacer una transacci¨®n financiera u organizar una revuelta con mayor rapidez y eficacia que ning¨²n otro instrumento de comunicaci¨®n en la historia. Sin ellos no se explican el Tea Party, los indignados o las revueltas en los pa¨ªses ¨¢rabes, en Rusia o en China. Seg¨²n el lenguaje que utilizan los especialistas, son tecnolog¨ªas disruptivas, eufemismo para una vieja palabra: son revolucionarios. Rompen las viejas estructuras pol¨ªticas, hunden los mercados tradicionales de los medios, desbordan las reglas de la propiedad intelectual, destruyen fronteras y colapsan sistemas de censura y de control.
Pero no son la varita m¨¢gica tecnol¨®gica que convertir¨¢ las calabazas de nuestras viejas sociedades en las maravillosas carrozas del futuro. Tambi¨¦n son instrumentos para delinquir, origen de patolog¨ªas sociales y fuente de desigualdades. Como tecnolog¨ªas tienen su origen en la investigaci¨®n militar, pero sus aplicaciones conducen a nuevos tipos de guerra a distancia y a constituirse ellos mismos como piezas de las ciberguerras que ya est¨¢n actualmente en curso.
Tambi¨¦n son los catalizadores de una econom¨ªa financiera que conduce a un aumento de las desigualdades en el interior de los pa¨ªses, aunque sirvan a la creaci¨®n de riqueza y a la disminuci¨®n de la pobreza en el conjunto del planeta, tal como ha se?alado acertadamente el economista Xavier Sala i Martin. Y contribuyen a la radicalizaci¨®n ideol¨®gica y a la polarizaci¨®n pol¨ªtica. Las viejas estructuras reguladoras, la justicia, la diplomacia, los organismos de cooperaci¨®n internacional, act¨²an a paso de tortuga, mientras que los disruptores irrumpen a la velocidad de la luz.
Un viejo y conservador profesor de literatura canadiense llamado Marshall McLuhan, que estuvo de moda hace 50 a?os, supo anticipar entonces el protagonismo de las tecnolog¨ªas de las comunicaciones en dos ideas: que el medio es el mensaje y que vivimos en una aldea global. El actual instrumento de cambio hist¨®rico no es la bonita nariz ni la personalidad de Cleopatra, sino su iPhone, con el que alcanza a toda la juventud egipcia y produce efectos y consecuencias en el entero planeta en transformaci¨®n.
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