Un aspecto desatendido de la historia del siglo XX
La lectura de las fascinantes "confesiones" de Ariel Dorfman no pudo por menos de recordarme algunas de mis propias experiencias con el Partido Comunista estadounidense
El importante semanario progresista estadounidense The Nation public¨® en su n¨²mero del 28 de noviembre un art¨ªculo de lo m¨¢s interesante de Ariel Dorfman, famoso escritor chileno, exiliado durante mucho tiempo y opositor a la dictadura de Pinochet. El art¨ªculo, titulado "Confesiones de un exiliado impenitente" aborda su gradual cambio de actitud hacia el Partido Comunista y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El autor se sent¨ªa igual de atra¨ªdo hacia las posturas de su padre, que por necesidades pr¨¢cticas sol¨ªa aceptar los aspectos opresivos del estalinismo, y de su madre, "que nunca hab¨ªa perdido de vista las deficiencias del comunismo". De manera que, para el joven Ariel, "en Salvador Allende conflu¨ªan perfectamente mis progenitores: admirador de Cuba y ardiente marxista, insist¨ªa al mismo tiempo en que se pod¨ªa construir un orden social m¨¢s justo sin tener que reprimir a nuestros adversarios".
Despu¨¦s de que el general Pinochet asesinara al presidente Allende e instaurara una represiva dictadura patrocinada por Estados Unidos, el joven exiliado Dorfman se?al¨® que "la Uni¨®n Sovi¨¦tica era la punta de lanza en la lucha internacional contra la dictadura... (y que) el Partido Comunista de Chile... constitu¨ªa el eje de la resistencia contra Pinochet". A pesar de sus crecientes dudas respecto a las pol¨ªticas sovi¨¦ticas, esos dos hechos le llevaron a "morderme la lengua siempre que se atacaba a los sovi¨¦ticos o a los comunistas".
Entre 1973 y 1982, Dorfman, exiliado y opositor a la dictadura chilena, desde Europa occidental y desde otros lugares de ese hemisferio, acept¨® el liderazgo comunista de la resistencia, aunque sus aspectos represivos cada vez le generaran m¨¢s dudas. En 1975 tuvo lugar un encuentro especialmente desafortunado, cuando le presentaron al novelista y pintor alem¨¢n G¨¹nter Grass. Este acababa de asistir a "una conferencia de solidaridad con opositores checos a la ocupaci¨®n sovi¨¦tica, a la que los socialistas chilenos se hab¨ªan negado a asistir. "?No se dan cuenta" ¡ªpregunt¨® Grass¡ª "de que el levantamiento de la primavera de Praga y la revoluci¨®n chilena han sido aplastados por fuerzas afines, uno por el imperio sovi¨¦tico, la otra por los estadounidenses?".
Durante toda la Guerra Civil espa?ola fui uno de los miles de adolescentes estadounidenses que colaboraron con los diversos comit¨¦s de progresistas
Dorfman y el propio Allende hab¨ªan condenado la ocupaci¨®n sovi¨¦tica de Praga cuando tuvo lugar en 1968. Para Grass, esto hac¨ªa todav¨ªa m¨¢s deshonrosa la posici¨®n de los socialistas chilenos en 1975, echando por tierra un amigable encuentro personal entre dos autores que se admiraban mutuamente. Por su parte, durante los setenta Dorfman asisti¨® a numerosos encuentros con dem¨®cratas izquierdistas exiliados de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y de sus sat¨¦lites de Europa oriental, sobre lo cual Dorfman escribe que "la gran lentitud de mi propia apertura a las v¨ªctimas de los experimentos comunistas fue acompa?ada de otra evoluci¨®n paralela: el progresivo debilitamiento de los v¨ªnculos que me un¨ªan a mi propio partido".
Podemos citar c¨®mo define el propio Dorfman la principal pregunta pol¨ªtica que entonces se estaba planteando: "Por insustituibles que pudieran ser esas organizaciones en la guerra contra un feroz enemigo que ten¨ªa su propio ej¨¦rcito, ?acaso deb¨ªan inundar cualquier aspecto vital, obligando a dar una respuesta coral a cualquier problema? ?C¨®mo se pod¨ªa construir una sociedad democr¨¢tica con partidos que, con tendencias totalitarias, se perpetuaban a s¨ª mismos y eran tan sofocantes como las catacumbas en las que nos escond¨ªamos?". Para Dorfman, el momento de la "independencia moral" lleg¨® en 1982 en Washington DC, cuando acompa?¨® a unos amigos estadounidenses a una reuni¨®n celebrada en la embajada de Polonia para apoyar a los trabajadores polacos que se resist¨ªan a la dictadura del general Jaruzelski. "Siete a?os despu¨¦s de rechazar el razonamiento de G¨¹nter Grass sobre la necesidad de denunciar conjuntamente la represi¨®n producida, tanto por Estados Unidos como por los pa¨ªses comunistas, hab¨ªa encontrado una hermandad mixta y af¨ªn que, intachablemente dedicada a ese mismo objetivo, entend¨ªa que no se puede estar a favor de la libertad en Nicaragua y en contra de ella en Hungr¨ªa, que no se puede denostar el apoyo estadounidense a Pinochet y aplaudir" una dictadura militar de cu?o sovi¨¦tico en Polonia.
La lectura de las fascinantes "confesiones" de Ariel Dorfman no pudo por menos de recordarme algunas de mis propias experiencias con el Partido Comunista estadounidense. En julio de 1936 yo estaba en mi segundo a?o de secundaria cuando tuvo lugar la sublevaci¨®n militar del 18 de julio que inici¨® los 30 meses de Guerra Civil en Espa?a. Durante toda la contienda fui uno de los miles de adolescentes estadounidenses que colaboraron con los diversos comit¨¦s de progresistas laicos, protestantes, jud¨ªos, cu¨¢queros, socialistas y comunistas partidarios del apoyo pol¨ªtico de EE UU, recogiendo fondos para enviar material sanitario y alimentos a la zona republicana. En esa misma ¨¦poca, mi hermano mayor comunista confiaba en reclutarme para la Liga de J¨®venes Comunistas.
Pero en agosto de 1936 Stalin orquest¨® el primero de los incre¨ªbles juicios por alta traici¨®n en los que los principales l¨ªderes de la revoluci¨®n bolchevique confesaron sus conspiraciones para matar al propio Stalin, entregar la Uni¨®n Sovi¨¦tica a la Alemania nazi y al militarista Jap¨®n y cometer otros espantosos cr¨ªmenes. Mi hermano pensaba que las espectaculares declaraciones, en las que todos se acusaban mutuamente, demostraban lo acertadas que eran las purgas de Stalin, mientras yo me preguntaba c¨®mo se habr¨ªan conseguido esas confesiones sin dejar rastro de tortura.
Entre agosto de 1936 y el oto?o de 1938, mientras el propio Stalin suger¨ªa que las purgas hab¨ªan sido algo excesivas, miles de leales ciudadanos sovi¨¦ticos, comunistas y no comunistas, eran ejecutados o enviados al exilio interior de los campos de concentraci¨®n siberianos. Durante esos mismos dos a?os dud¨¦ cada vez m¨¢s de que fuera a entrar en el Partido Comunista. Pero ni yo ni la mayor¨ªa de los izquierdistas de todo el mundo abandonamos a la Rep¨²blica espa?ola porque el principal miembro del r¨¦gimen bolchevique fuera un monstruo paranoico.
La mayor¨ªa de los izquierdistas de todo el mundo no abandonamos a la Rep¨²blica espa?ola?
Hasta finales de 1937 segu¨ª perteneciendo a un comit¨¦ "frentepopulista" que reun¨ªa dinero para enviar ayuda sanitaria a la Espa?a republicana. Nuestro comit¨¦ estudiantil ten¨ªa un "asesor" adulto comunista, que asist¨ªa a nuestras reuniones y nos daba con frecuencia interesant¨ªsimos informes sobre, entre otras cosas, pol¨ªtica exterior o actividades frentepopulistas en EE UU, Canad¨¢ e Inglaterra. Pero durante el oto?o de 1937, en una de nuestras reuniones, describi¨® las necesidades monetarias del semanario comunista The New Masses y despu¨¦s de su alocuci¨®n propuso que las aportaciones semanales se destinaran a salvarlo. Durante el debate le pregunt¨¦ c¨®mo pod¨ªa justificar que una publicaci¨®n partidista se salvara con dinero recogido en nombre del comit¨¦ de ayuda sanitaria a Espa?a. Con una sonrisa inc¨®moda, contest¨® que ambos objetivos formaban parte de la misma causa. El grupo acept¨® posponer la votaci¨®n sobre la propuesta. Sinceramente, 75 a?os despu¨¦s no puedo recordar qu¨¦ se decidi¨® finalmente, pero despu¨¦s de esa reuni¨®n que qued¨® totalmente claro que nunca entrar¨ªa en el PC.
En este art¨ªculo no tengo espacio para hablar de las pol¨ªticas comunistas respecto a la Guerra Civil Espa?ola que s¨ª aprob¨¦, y que tambi¨¦n he recordado al leer el art¨ªculo de Ariel Dorfman. Pero el monstruoso Stalin, con el que las potencias occidentales cooperaron a la desesperada durante la Segunda Guerra Mundial para salvarse, en realidad hab¨ªa propuesto entre 1935 y 1939 una alianza defensiva que, en mi opini¨®n, podr¨ªa haber evitado esa contienda, por lo menos tal como se desarroll¨®. Prometo abordar este asunto en mi siguiente art¨ªculo.
Gabriel Jackson es historiador norteamericano.
Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo
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