Mu?ecos
Pese a su aparente par¨¢lisis, las figuras de un museo de cera constituyen una sociedad muy din¨¢mica
La ¨²nica condici¨®n que se exige para formar parte del museo de cera es la de ser famoso, nada m¨¢s. All¨ª conviven mu?ecos de todas clases: pol¨ªticos, criminales, artistas, reyes, literatos, ladrones, cient¨ªficos, deportistas, jueces y asesinos. Pese a su aparente par¨¢lisis estas figuras de cera constituyen una sociedad muy din¨¢mica. Unos bedeles con gorra y guardapolvo color mostaza las trasladan en carretilla de un lugar a otro a medida que su fama se diluye en el olvido o caen en desgracia o el paso del tiempo las hace irreconocibles. Cada d¨ªa ingresan nuevos candidatos. En ese espacio cerrado e inquietante hay mucho vaiv¨¦n y se imparte una justicia expeditiva, sin apelaci¨®n posible, nada que ver con lo que sucede en la calle donde la sociedad parece estar cristalizada, la pol¨ªtica amortizada y la cultura anquilosada. Pero si en la vida real un duque se divorcia de una infanta, si se descubre que un deportista de ¨¦lite es un tramposo, si a un pol¨ªtico lo pescan con las manos en la masa, antes que en la calle, la primera consecuencia se produce en el museo de cera. Su gerente emite un veredicto inapelable y sin esperar a ma?ana los bedeles entran en acci¨®n y al mu?eco respectivo se le degrada, cambia de diorama o se le deja en el desv¨¢n boca abajo. Las figuras de cera est¨¢n sometidas a todos los caprichos del azar y a la dial¨¦ctica de la fama, puesto que un duque sin t¨ªtulo puede seguir siendo famoso por ir en patinete o poner de moda una bufanda, un juez justiciero que durante a?os ha acaparado la actualidad como h¨¦roe de la ley, puede ser aun m¨¢s c¨¦lebre por haber sido juzgado y condenado. Fuera del museo de cera hay cinco millones de parados. Ante este siniestro diorama social los pol¨ªticos repiten los mismos gestos, las mismas palabras; en las pantallas se superponen las mismas caras; en la radio se oyen las mismas voces. Es el tedio mortal de todos los d¨ªas en un espacio petrificado. En cambio entras en el museo de cera y tienes que hacerte a un lado porque corres el peligro de que te atropelle una carretilla cargada con un duque falso, con un pol¨ªtico corrupto, con un deportista que ha pasado de repente de h¨¦roe a villano, escombros que los bedeles est¨¢n expulsando de la historia por la v¨ªa r¨¢pida.
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