Los Torrentes
He experimentado algo que pertenece a la leyenda: una saga. Mi saga es haber tratado a tres generaciones de escritores de una familia. Gonzalo Torrente Ballester, su hijo y su nieto me han proporcionado lances de emoci¨®n y buena literatura
He tenido la suerte de experimentar en esta vida algo que pertenece al reino de la leyenda: una saga. No una saga islandesa de grandes proporciones, con invencibles h¨¦roes y muertes truculentas, sino algo m¨¢s hogare?o, menos trepidante, dotado, sin embargo, de lances de emoci¨®n y buena literatura. Mi saga, que no es una exclusiva, consiste en haber tratado a tres generaciones de escritores de una misma familia y apellido. El primero que conoc¨ª fue el eslab¨®n intermedio, aunque a la larga fuese ¡ªtal vez¡ª su factor m¨¢s rom¨¢ntico y desmelenado. Se llamaba Gonzalo Torrente Malvido, y he de confesar que, por la inconsecuencia de la adolescencia, le le¨ª a ¨¦l, siendo yo escolar, antes que a su padre, el ya consagrado Gonzalo Torrente Ballester. Empezaba, en sexto de bachillerato, a comprar libros, y me atrajo uno con tres ventajas: su reducido precio (15 pesetas), su brevedad (93 p¨¢ginas), y su t¨ªtulo, que era La raya, una palabra desprovista entonces de alguno de sus m¨¢s delet¨¦reos significados posteriores. La raya de Torrente Malvido me abri¨®, detr¨¢s de su portada que la veo ahora y me parece mondrianesca, un mundo. Se trataba de una novela corta (premio Caf¨¦ Gij¨®n de 1963) con una trama de fondo policiaco centrada en los contrabandistas de la raya fronteriza del Mi?o, pero en nada m¨¢s se parec¨ªa a las novelas del oeste o de forajidos de las colecciones populares (a cinco pesetas) que tambi¨¦n ca¨ªan en mis manos. Torrente Malvido escrib¨ªa de otra forma, una forma que no supe cu¨¢l era exactamente, pero que asoci¨¦ con la literatura y no con el pasatiempo; ten¨ªa muchos di¨¢logos, tan vivos como los del teatro moderno que hab¨ªa en casa, legado de mi abuelo el hacedor teatral, e im¨¢genes como ¨¦sta: ¡°enormes ¨¢rboles que abovedaban con sus follajes la cinta asfaltada e imped¨ªan ver el cielo negr¨ªsimo salpicado de estrellas¡±. La tengo subrayada.
Gonzalito era, me dijo el amigo escritor que me lo present¨®, ladr¨®n de guante blanco, estafador de bancos y timador
Pasaron los a?os, le¨ª debidamente al padre del autor de La raya, empezando por su trilog¨ªa de Los gozos y las sombras y por un para m¨ª muy revelador volumen de ensayo sobre Teatro espa?ol contempor¨¢neo, todo ello sin abandonar al hijo, de quien compr¨¦ siendo universitario, ya a otro precio, su novela Tiempo provisional, premiada con el S¨¦samo de 1968, que hablaba del amor y de las drogas de un modo inusitado, aunque no desconocido en los ambientes progres en que me mov¨ªa. El primer episodio de mi saga lleg¨® en la siguiente d¨¦cada, cuando, mientras devoraba las grandes obras maestras de Gonzalo Torrente Ballester Off-side y La saga/fuga de J.B., conoc¨ª en Madrid y trat¨¦ a Gonzalo Torrente Malvido, reci¨¦n salido de la c¨¢rcel. A la c¨¢rcel se iba por aquella ¨¦poca, al menos entre mis amistades, por militancia y por ideolog¨ªa, cosa que no era el caso por el que Malvido hab¨ªa estado a la sombra; Gonzalito era, me dijo el amigo escritor que me lo present¨®, ladr¨®n de guante blanco, estafador de bancos y timador. ¡°Con este pedigree tan turbulento tendr¨ªa que leer m¨¢s al hijo que al padre ex-falangista¡±, me dije a m¨ª mismo. No tuve ocasi¨®n. Como era muy simp¨¢tico y muy seductor, muy bien hablado y le¨ªdo, uno se confiaba, asociando sus fraudes y sus hurtos m¨¢s al esp¨ªritu de la Belle ?poque que al de los presos comunes de Carabanchel. A m¨ª Gonzalito (un hombre por entonces de m¨¢s de 40) me estaf¨® poco dinero en un peque?o deal, justo castigo, pienso, a mi curiosidad psicotr¨®pica. Pero al amigo que nos present¨® se le llev¨® de casa, un chalet de la zona del Viso, una cuberter¨ªa de plata (herencia maternal), aprovechando el momento en que el anfitri¨®n serv¨ªa en la cocina de la planta baja los whiskies. Siempre qued¨® el enigma de saber d¨®nde pudo meter su bot¨ªn y c¨®mo en las horas siguientes, mientras beb¨ªan los dos en el sal¨®n antes de salir juntos a la calle, no se oy¨® en un bolsillo el choque de los tenedores y las cucharas.
La mejor peripecia de Torrente Malvido est¨¢ asociada a su padre, y era uno de los relatos preferidos de ese incomparable narrador oral que fue Rafael Azcona, a quien se lo o¨ª en Almer¨ªa pocos meses antes de su muerte. Como en la saga cl¨¢sica, los detalles de la gesta, difundida por otros relatores cambia en alg¨²n color, en alguna incidencia o personaje secundario, pero la base es la misma, y se remonta a los primeros a?os 1960, cuando una urgente llamada telef¨®nica interrumpi¨® la velada en la que un grupo de escritores desenga?ados del Movimiento (Rosales, Vivancos, La¨ªn Entralgo, Tovar, quiz¨¢ Ridruejo) tomaban copas en casa de Torrente Ballester, que tambi¨¦n invitaba alguna tarde, siendo comunista y m¨¢s joven que ellos, a Juan Garc¨ªa Hortelano. Torrente Ballester volvi¨® p¨¢lido tras responder al tel¨¦fono. El director general de Seguridad le hab¨ªa llamado personalmente por el robo de un valioso c¨¢liz en una iglesia de la capital, del que era sospechoso Gonzalito; el padre, despu¨¦s de colgar, hab¨ªa ido al dormitorio que su hijo ocupaba a veces en la casa familiar, y all¨ª, bajo, la cama, encontr¨® en efecto el c¨¢liz de oro y pedrer¨ªa, y lo que era peor, su contenido, una considerable porci¨®n de hostias. Al haber por medio no s¨®lo un delito sino un posible sacrilegio, los all¨ª presentes convinieron en que hab¨ªa que pedir consejo al intelectual af¨ªn que m¨¢s podr¨ªa saber de estos pormenores, Jes¨²s Aguirre, a la saz¨®n sacerdote apenas ejerciente y no vinculado todav¨ªa a la Casa de Alba. El cura Aguirre se present¨® en taxi poco despu¨¦s, y, ante la duda de que aquellas hostias estuviesen consagradas, les dio la comuni¨®n in situ a los poetas y novelistas y antiguos jerifaltes del r¨¦gimen, los cuales fueron tragando las benditas formas una tras otra, con la excepci¨®n de Garc¨ªa Hortelano, que, al contrario que los dem¨¢s, no se arrodill¨® y no dej¨® su gin tonic mientras se hac¨ªa el reparto eucar¨ªstico. El cop¨®n fue devuelto vac¨ªo e intacto, y por ese robo no hubo condena.
Marcos Giralt Torrente nos dio hace un par de a?os la emocionante narraci¨®n de una sub-trama propia de la saga Torrente
Coincid¨ª con el fundador de la dinast¨ªa en los habituales actos del mundillo literario y en especial en uno algo ex¨®tico: un homenaje al tango en el Gran Caf¨¦ Moderno de Salamanca, donde yo, que ni lo bailo ni lo conozco casi, habl¨¦, citando prolijamente a Borges, por compromiso amistoso con el organizador, Santiago Bene¨ªtez, mientras Torrente Ballester, que viv¨ªa entonces en la ciudad castellano-leonesa con su nueva familia, al llegar su turno nos deslumbr¨® a todos con su erudici¨®n y el canto a capella de tangos en lunfardo y milongas, que ¨¦l sab¨ªa diferenciar. No hablamos de su primog¨¦nito, que por aquellos a?os, los primeros 90, comparec¨ªa con menor frecuencia ante los tribunales y se dedicaba al cuento; su colecci¨®n Cuentos recuperados de la papelera contiene al menos dos piezas hist¨®rico-sarc¨¢sticas estupendas.
De su primer matrimonio, Torrente Ballester hab¨ªa tambi¨¦n tenido dos hijas muy poco parecidas, f¨ªsicamente, entre s¨ª. A una, Maris¨¦ (Mar¨ªa Jos¨¦), me la encontraba de vez en cuando, por ser buena amiga de amigos; de poca estatura, de pelo ensortijado y siempre con gafas negras, se la llamaba, de modo cari?oso, Bob Dylan Torrente. La segunda era Marisa (Mar¨ªa Luisa), amiga m¨ªa hoy residente en Corcubi¨®n pero nunca olvidada: inteligente, culta, bella, fue galerista y periodista televisiva, y es la mujer con el mejor saludo de beso en la mejilla, parco y c¨¢lido, que he conocido. Maris¨¦ ten¨ªa un esposo o pareja muy vivaz, el grabador Julio Zachrisson, y Marisa, cuando la conoc¨ª, un ex-marido pintor, Juan Giralt, cuyos cuadros yo admiraba. Y hab¨ªa un hijo de ambos que viv¨ªa con la madre, un adolescente de rasgos ef¨¦bicos y mirada melanc¨®lica que segu¨ªa las conversaciones adultas con atenci¨®n y hablaba poco; nunca ha sido, creo, muy hablador. Pronto fue, sin embargo, muy buen escritor.
Marcos Giralt Torrente nos dio hace un par de a?os la emocionante narraci¨®n de una sub-trama propia de la saga Torrente en su libro Tiempo de vida, que cuenta una relaci¨®n paterno-filial no siempre f¨¢cil y la enfermedad y muerte de Juan Giralt. Y tambi¨¦n hizo en este peri¨®dico el retrato breve de su t¨ªo Torrente Malvido cuando Gonzalito muri¨® a finales del pasado mes de diciembre. Ca¨ª en la cuenta con ese motivo de que Marcos se llama como el protagonista de La raya, la primera noticia que yo tuve de esta formidable estirpe literaria.
?Vicente Molina Foix es escritor.
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