Odio
Debe de ser la mar de gratificante dividir el mundo entre malos y buenos y estar convencido de que uno siempre forma parte de la hinchada correcta
A veces me asalta la inquietante sensaci¨®n de estar viviendo en un pa¨ªs enfermo. En Espa?a padecemos la patolog¨ªa del sectarismo cr¨®nico y de cuando en cuando sufrimos brotes agudos de fiebres dogm¨¢ticas. Ahora estamos en uno de esos picos de intolerancia y todos nos odiamos los unos a los otros con entusiasmo. No hay m¨¢s que ver a qu¨¦ enrabietadas simas hemos ca¨ªdo con el rifirrafe en torno al 11-M para comprobar que somos capaces de manosear incluso algo tan puro y tan sagrado como el profundo sufrimiento. Nuestra enfermedad es una dolencia muy insidiosa, porque los sectarios, que son legi¨®n, aborrecen a sus contrarios, y los que supuestamente intentamos no caer en las manipulaciones maniqueas resulta que detestamos a los sectarios: no voy a negar que yo tambi¨¦n estoy cargada de ira. Total, nadie se salva del odio en este pa¨ªs. Es nuestro medio natural.
Y as¨ª, al que piensa distinto de nosotros le despreciamos con tirria enconada, lo cual no deja de ser un avance, porque hasta hace bien poco lo mat¨¢bamos. Espa?a est¨¢ llena de Torquemadas cuya primera reacci¨®n al conocer a alguien es juzgar si es suficientemente fiel a la horda propia o no, si es de verdad de izquierdas o de derechas, porque estos inquisidores se creen autorizados para otorgar los t¨ªtulos de pureza ideol¨®gica o los anatemas de la traici¨®n. Debe de ser la mar de gratificante dividir el mundo entre malos y buenos y estar convencido de que uno siempre forma parte de la hinchada correcta. Como soy una optimista irremediable, cre¨ª que, dada la dif¨ªcil situaci¨®n que atravesamos, har¨ªamos un esfuerzo por pensar por nosotros mismos, por colaborar unos con otros y por superar nuestra herencia cainita, pero no. Ah¨ª seguimos, llevando estruendosamente las ideas del grupo como quien lleva la bufanda a rayas del equipo y con la ferocidad del forofo clavada en el coraz¨®n.
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