El ¨²ltimo de los mohicanos
En 'La civilizaci¨®n del espect¨¢culo', Vargas Llosa acierta al diagnosticar el final de una era: la de los intelectuales como ¨¦l. Parece a?orar los buenos tiempos en que una ¨¦lite ¡ªjusta e ilustrada¡ª conduc¨ªa nuestras elecciones
El ¨²ltimo sabio de la tribu recorre el campo de batalla. Ante su mirada comparecen los ¨¢rboles troceados, las caba?as incendiadas, los cuerpos exang¨¹es, los restos del pillaje y el saqueo, y no contiene su furia. Levanta los brazos y, con voz de trueno, impreca contra los b¨¢rbaros que han transformado al mundo en un p¨¢ramo sin sentido. Con un nudo en la garganta, sigue su camino, consciente de que sus d¨ªas est¨¢n contados y de que ¡ªay¡ª ya nadie atiende sus consejos. Su nostalgia le impide recordar que, no hace tanto, sus palabras animaron la batalla.
En La civilizaci¨®n del espect¨¢culo (2012), Mario Vargas Llosa se suma a la abultada lista de hombres de letras que, hacia el ocaso de sus d¨ªas, se lamentan por la triste condici¨®n de su ¨¦poca. Si ¨¦l no hubiese sido uno de los novelistas m¨¢s portentosos y arriesgados del siglo XX ¡ªen muchos sentidos, el m¨¢s joven¡ª, recordar¨ªa al S¨®crates que, en el Fedro, ruge contra la aparici¨®n de la escritura. Aunque a veces su tono moralista sea el de un h¨¦roe en el retiro, su voz mantiene la lucidez de sus mejores textos, aunque al final la ideolog¨ªa, m¨¢s que los a?os, estropee algunas de sus conclusiones.
?De qu¨¦ se lamenta Vargas Llosa? De todo. Del estado actual de la cultura y la pol¨ªtica, de la religi¨®n e incluso del sexo. Seg¨²n ¨¦l, todas estas vertientes de lo humano han sido pervertidas por la gangrena de la frivolidad. ?sta consiste ¡°en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa m¨¢s que el contenido, la apariencia m¨¢s que la esencia y el desplante ¡ªla representaci¨®n¡ª hacen las veces de sentimientos e ideas¡±. La frivolidad, pues, como causa de que la cultura haya desaparecido; de que los pol¨ªticos se hayan vuelto inanes o corruptos; de que el arte conceptual sea un timo; y de que hayamos extraviado el erotismo. Por su culpa, vivimos en la civilizaci¨®n del espect¨¢culo: una era que ha perdido los valores que separaban lo bueno de lo malo ¡ªen sentido ¨¦tico y est¨¦tico¡ª y donde, al carecer de preceptores, cualquiera puede ser enga?ado por mercachifles.
Bajo esta justa invectiva contra el car¨¢cter banal ¡ªy venal¡ª de nuestros d¨ªas, Vargas Llosa parece a?orar los buenos tiempos en que una ¨¦lite ¡ªjusta e ilustrada¡ª conduc¨ªa nuestras elecciones. Seg¨²n ¨¦l, la existencia de una auctoritas permiti¨® el desarrollo de la cultura gracias a que un peque?o grupo de sabios, cuya influencia no depend¨ªa de sus conexiones de clase sino de su talento, se?al¨® el camino a los j¨®venes. (?Qui¨¦nes ser¨ªan esos arist¨®cratas sin v¨ªnculos con el poder?) La consecuencia m¨¢s perniciosa de la rebeli¨®n estudiantil de 1968 fue destruir la legitimidad de esa ¨¦lite, provocando que toda autoridad sea vista como sospechosa y deleznable. Y, a partir de all¨ª, le d¨¦luge.
La frivolidad est¨¢ en el origen de una
El de Vargas Llosa es un vehemente elogio de la aristocracia (en el mejor sentido del t¨¦rmino). No deja de ser curioso que alguien que se define como liberal ¡ªinvocando una estirpe que va de Smith, Stuart Mill y Popper a Hayek y Friedman¡ª, se muestre como adalid de una ¨¦lite cultural que, en t¨¦rminos pol¨ªticos, le resultar¨ªa inadmisible: un mandato de sabios, semejante al de La Rep¨²blica, resulta m¨¢s propio de un universo totalitario como el de Plat¨®n que del orbe de un dem¨®crata. Por supuesto, Vargas Llosa no admite la paradoja: a sus ojos, su lucha contra al autoritarismo pol¨ªtico ¡ªde Castro a Ch¨¢vez, pasando por Fujimori¡ª, no invalida su defensa de la autoridad en t¨¦rminos culturales porque ¨¦sta se demuestra a trav¨¦s de las obras.
Reluce aqu¨ª la fuente de su malestar: si el respeto a la ¨¦lite cultural se desvanece, los par¨¢metros que permiten distinguir las obras buenas de las malas ¡ªy a los autores que merecen autoridad de los estafadores¡ª se resquebrajan. En un mundo as¨ª, ya no es posible confiar en nadie, ni siquiera en un Premio Nobel. Las masas ya no siguen a los sabios y, en vez de escuchar una ¨®pera de Wagner o leer una novela de Faulkner, se lanzan a un concierto de Lady Gaga o devoran las p¨¢ginas de Dan Brown. Para Vargas Llosa, no lo hacen porque les gusten esos bodrios, sino porque dejaron de hacer caso a los happy few que, a diferencia de ellos, pose¨ªan buen gusto. Vista as¨ª, la cultura ¡ªesa cultura¡ª desaparece. Y se impone el c¨¢os.
Vargas Llosa no es, por supuesto, el primero en entristecerse al ver un estadio lleno para Shakira cuando s¨®lo un pu?ado de fan¨¢ticos asiste a un recital de Schumann pero, en t¨¦rminos proporcionales, nunca tanta gente disfrut¨® de la alta cultura. Nunca se leyeron tantas novelas profundas, nunca se oy¨® tanta m¨²sica cl¨¢sica, nunca se asisti¨® tanto a museos, nunca se vio tanto cine de autor. El novelista acepta esta expansi¨®n, pero piensa que algo se perdi¨® en el camino, que el p¨²blico de hoy no comprende el sustrato ¨ªntimo de esas piezas. ?En verdad piensa que en el siglo XIX los lectores de Hugo o Sue, o quienes abuchearon la premi¨¨re de La Traviata, eran m¨¢s cultos?
?Qu¨¦ es, entonces, lo que le perturba? En el fondo, s¨®lo ha cambiado una cosa: antes, las masas trabajaban; ahora, trabajan y se entretienen. Pero al marxista que Vargas Llosa tiene arrinconado en su interior esto le resulta indigerible: al divertirse, sin abrevar en las aguas del esp¨ªritu, las masas est¨¢n alienadas. En cambio, la peque?a burgues¨ªa ilustrada sigue all¨ª, aunque ya no sea tan peque?a. De hecho, muchos de los lectores de Vargas Llosa provienen de sus miembros, aunque ¨¦l tambi¨¦n se haya convertido en parte de esa cultura popular que tanto fustiga ¡ªy que vuelve sin¨®nimo de ¡°incultura¡±.
Cuando extrapola este an¨¢lisis a la pol¨ªtica, sus argumentos se tornan m¨¢s inquietantes
Cuando extrapola este an¨¢lisis a la pol¨ªtica, sus argumentos se tornan m¨¢s inquietantes. Tras el fin del comunismo ¡ªel ¨²nico lugar donde, por cierto, la alta cultura se mantuvo intacta¡ª, las democracias liberales no han respondido a las expectativas de los ciudadanos. La causa es, de nuevo, la frivolidad. En la arcadia que dibuja, los pol¨ªticos estaban comprometidos con un ideal de servicio que la civilizaci¨®n del espect¨¢culo destruy¨®. Vargas Llosa no contempla que la actual crisis del capitalismo no se debe tanto a la falta de valores como a la ideolog¨ªa ultraliberal, inspirada en Hayek o Friedman, que hizo ver al Estado como responsable de todos los males y provoc¨® la desregulaci¨®n que precipit¨® la cat¨¢strofe.
A¨²n m¨¢s lacerante suena la vena aristocr¨¢tica de Vargas Llosa al hablar de religi¨®n. ?l, que se declara no creyente y ha combatido sin tregua la intolerancia, recomienda para la gente com¨²n, es decir, para aquellos que no tienen la grandeza moral para ser ateos, un poco de religi¨®n, incluso en las escuelas. Aunque falsa, ¨¦sta al menos les conceder¨¢ un atisbo de vida espiritual. Como cuando se refiere a la necesidad de devolverle ciertos l¨ªmites a un sexo que juzga anodino, el disc¨ªpulo de Popper no parece tolerar esa sociedad radicalmente abierta, en t¨¦rminos culturales, que tanto defendi¨® en pol¨ªtica.
En La civilizaci¨®n del espect¨¢culo, Vargas Llosa acierta al diagnosticar el final de una era: la de los intelectuales como ¨¦l. Poco a poco se difuminan nuestras ideas de autor¨ªa y propiedad intelectual; ya no existen las fronteras entre la alta cultura y la cultura popular; y, s¨ª, se desdibuja el mundo del libro en papel. Pero, en vez de ver en esta mutaci¨®n un triunfo de la barbarie, podr¨ªa entenderse como la oportunidad de definir nuevas relaciones de poder cultural. La soluci¨®n frente al imperio de la banalidad, que tan minuciosamente describe, no pasa por un regreso al modelo previo de autoridad, sino por el reconocimiento de una libertad que, por vertiginosa, inasible y m¨®vil que nos parezca, se deriva de aquella por la que Vargas Llosa siempre luch¨®.
Jorge Volpi es escritor mexicano.
twitter: @jvolpi
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