El economista rey
Los economistas est¨¢n tan convencidos de la bondad de sus modelos que nunca valoran la p¨¦rdida de autogobierno democr¨¢tico que supone la implantaci¨®n de sus recetas institucionales
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En la famosa obra de Ibsen, Un enemigo del pueblo, el doctor Stockmann descubre que las aguas del balneario del que depende econ¨®micamente el pueblo en el que reside est¨¢n infectadas. Su obligaci¨®n como m¨¦dico es hac¨¦rselo saber a todo el mundo, aun si ello implica poner en riesgo la fuente de la prosperidad de la que disfrutan sus habitantes. Las autoridades y los poderosos consiguen, sin embargo, tapar la verdad, con el apoyo de una muchedumbre enfervorecida que sucumbe a la demagogia. Se trata de un conflicto entre la verdad cient¨ªfica y los intereses pol¨ªticos y econ¨®micos de la comunidad. La tesis de Ibsen es que la democracia no es siempre compatible con la verdad.
La tensi¨®n entre ambas, entre democracia y verdad, es a¨²n m¨¢s profunda cuando alguien llega al convencimiento de contar con la soluci¨®n para conseguir un orden pol¨ªtico armonioso y estable para el Estado (o para la polis, la rep¨²blica, el imperio o cualquier otro cuerpo pol¨ªtico). Supongamos que frente a las ideas confusas y desatinadas de los propios ciudadanos, algunas personas de excepcional agudeza intelectual acceden a un conocimiento verdadero sobre el gobierno de los asuntos humanos. ?Qu¨¦ sentido tendr¨ªa entonces que el destino del Estado se dejara en manos de la gente com¨²n y no en manos del criterio de los sabios?
Este tipo de razonamiento est¨¢ en la base del desd¨¦n hacia la democracia que han sentido tantos fil¨®sofos a lo largo de la historia, de S¨®crates a Heidegger. Para estos pensadores, nada garantiza que una decisi¨®n colectiva basada en la agregaci¨®n de las preferencias de los ciudadanos sea la forma m¨¢s adecuada de resolver los asuntos p¨²blicos. Si alguien tiene un conocimiento superior sobre lo que resulta conveniente para la rep¨²blica, ?c¨®mo no darle el poder para que sea ¨¦l quien tome las decisiones?
Por fortuna, el sue?o del fil¨®sofo rey plat¨®nico no es una amenaza demasiado seria, entre otras razones porque los fil¨®sofos pasan m¨¢s tiempo del debido en el mundo supralunar y sus ideas son demasiado abstractas y generales para servir de gu¨ªa en la vida pol¨ªtica. La propia naturaleza especulativa del conocimiento filos¨®fico impide su traslaci¨®n inmediata y efectiva al orden pr¨¢ctico. En este sentido, la visi¨®n de un Estado regido por fil¨®sofos resulta m¨¢s risible que siniestra.
Los economistas han acabado desempe?ando el papel que Plat¨®n reservaba a los fil¨®sofos
Sucede, no obstante, que no son s¨®lo los fil¨®sofos quienes reclaman un saber privilegiado o superior acerca del gobierno de los asuntos humanos. Desde hace dos siglos, los economistas creen estar en posesi¨®n de una ciencia sobre el bienestar social y sobre la forma m¨¢s eficiente de resolver los problemas de distribuci¨®n de los recursos que aquejan a toda colectividad humana. A diferencia de los fil¨®sofos, los economistas est¨¢n m¨¢s orientados a la intervenci¨®n social y su saber t¨¦cnico puede ser utilizado f¨¢cilmente en la toma colectiva de decisiones. De ah¨ª que haya cierta base para afirmar que los economistas han acabado desempe?ando el papel que Plat¨®n reservaba a los fil¨®sofos. Los economistas creen que las conclusiones que se siguen de las teor¨ªas cient¨ªficas que manejan deber¨ªan llevarse a t¨¦rmino con independencia de lo que puedan decidir los ciudadanos o sus representantes.
Las pretensiones de los economistas se refuerzan con algunas de las teor¨ªas que ellos mismos han elaborado sobre el funcionamiento de la pol¨ªtica. Los pol¨ªticos que aparecen en sus modelos matem¨¢ticos son siempre cortoplacistas, buscan sobre todo obtener rentas del ejercicio del poder y, con tal de seguir ganando elecciones, est¨¢n dispuestos a endeudar excesivamente al Estado y a manipular la inflaci¨®n para generar as¨ª la apariencia de que consiguen un mayor crecimiento econ¨®mico. Los ciudadanos, con opiniones poco formadas sobre estos asuntos t¨¦cnicos y con un bajo inter¨¦s por la pol¨ªtica, no piden cuentas por las decisiones sub-¨®ptimas que toman sus representantes. Por si todo esto no fuera suficiente, los modelos econ¨®micos de la pol¨ªtica indican que todas las reglas electorales son manipulables, que los procedimientos de agregaci¨®n de preferencias son todos imperfectos y que los resultados de una votaci¨®n pueden ser incoherentes.
No es de extra?ar entonces que los economistas, desenga?ado del sistema representativo, considere que deben emprenderse reformas institucionales que garanticen que las soluciones de la ciencia econ¨®mica sean las que se lleven a cabo, pasando por encima de la voluntad popular. As¨ª, los economistas han llegado a la conclusi¨®n de que la mejor manera de dirigir la pol¨ªtica monetaria consiste en quit¨¢rsela a los representantes democr¨¢ticos y d¨¢rsela al gobernador de un banco central independiente. Puesto que el gobernador no est¨¢ sometido a presiones electorales, no cometer¨¢ los errores de los pol¨ªticos. Asimismo, para evitar d¨¦ficits excesivos y altos niveles de endeudamiento, nada mejor que recortar la discrecionalidad de los pol¨ªticos estableciendo reglas constitucionales de limitaci¨®n del d¨¦ficit. En la misma l¨ªnea, han promovido reformas de mercado en todos los ¨¢mbitos ante el temor de intervenciones contraproducentes por parte del poder pol¨ªtico, siendo la desregulaci¨®n de las transacciones financieras la medida que mayor impacto ha tenido en la forma de capitalismo que padecemos en nuestra ¨¦poca.
La crisis tendr¨ªa que hacernos reconsiderar si los economistas est¨¢n en posesi¨®n de la verdad
Sorprendentemente, los pol¨ªticos no han puesto demasiadas resistencias a todos estos cambios que vac¨ªan sus funciones; tal es el poder de las ideas econ¨®micas en nuestro tiempo. Adem¨¢s, los economistas han tenido la inteligencia de no aspirar a ejercer ellos mismos el gobierno. Se contentan con influir decisivamente sobre los pol¨ªticos. Esto tiene para ellos la ventaja a?adida de que cuando sus recomendaciones salen mal, el pueblo la emprende con los pol¨ªticos y no con los autores intelectuales de las propuestas.
Como todas las enso?aciones aristocr¨¢ticas, esta de los economistas tambi¨¦n ha acabado saliendo mal. La crisis econ¨®mica se ha llevado por delante las teor¨ªas cient¨ªficas que sirvieron de fundamento a la desregulaci¨®n financiera. Y las reformas institucionales que se promovieron en nombre del saber econ¨®mico son las que impiden hoy a los pol¨ªticos sacarnos del agujero en el que nos encontramos. Puede que el Banco Central Europeo no est¨¦ sometido a presiones electorales, pero el problema fundamental es que no rinde cuentas a nadie por sus decisiones. Y son esas decisiones las que est¨¢n hundiendo no s¨®lo a los pa¨ªses del sur, sino al propio proyecto de integraci¨®n europea, que cada vez tiene menos atractivo a ojos de la ciudadan¨ªa. ?C¨®mo puede ser que el actor clave en la actual recesi¨®n pueda actuar impunemente, sin pagar por las consecuencias de sus actos? ?Y c¨®mo puede ser que cuando se necesitan pol¨ªticas que estimulen el crecimiento nos encontremos con que los gobiernos aceptan atarse las manos aprobando reglas institucionales que impiden realizar pol¨ªticas expansivas?
Los economistas est¨¢n tan convencidos de la bondad de sus modelos que nunca valoran la p¨¦rdida de autogobierno democr¨¢tico que supone la implantaci¨®n de sus recetas institucionales. Al fin y al cabo, deben pensar, ellos tienen la soluci¨®n cient¨ªfica a los problemas. ?Por qu¨¦ lo que piense gente ignorante, sin formaci¨®n t¨¦cnica, deber¨ªa ser un freno a la hora de resolver los problemas seg¨²n los dictados de la teor¨ªa? En este conflicto entre verdad y democracia, la democracia debe retirarse a un discreto segundo plano.
La experiencia de la crisis tendr¨ªa que hacernos reconsiderar hasta qu¨¦ punto los economistas est¨¢n realmente en posesi¨®n de la verdad. A la vista del mal funcionamiento de sus modelos, no parece l¨®gico que las pol¨ªticas econ¨®micas queden blindadas frente a los poderes representativos. La alternativa, por descontado, no consiste en que las decisiones econ¨®micas se resuelvan mediante refer¨¦ndum popular o encuesta. Evidentemente, el conocimiento t¨¦cnico de los economistas sigue resultando imprescindible, aunque sin perder de vista que es s¨®lo aproximado y que, por tanto, puede fallar. Por eso mismo, no deber¨ªa estar en ning¨²n caso por encima de decisiones colectivas tomadas democr¨¢ticamente.
El gobierno de los expertos est¨¢ condenado al fracaso. La raz¨®n ¨²ltima es que no est¨¢ claro qu¨¦ cuenta como verdad en los asuntos humanos. De momento, no se ha inventado nada mejor que un gobierno limitado elegido por el pueblo.
Ignacio S¨¢nchez-Cuenca es profesor de Sociolog¨ªa. Su ¨²ltimo libro es A?os de cambios, a?os de crisis. Ocho a?os de Gobiernos socialistas (Catarata).
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