Romney: matonismo y memoria
No es extra?o que ejerciera el mismo tipo de adiestramiento en el arte de ser ¡°hombre¡±. Ayer, el pelo de los gais. Ma?ana, los pelos del presupuesto
Cuando supe que Mitt Romney hab¨ªa llevado a cabo, a los 18 a?os, actos de matonismo contra un compa?ero de curso, lo primero que me vino a la memoria, como seguramente le sucedi¨® a muchos otros lectores de la noticia, fueron mis propias experiencias con este tipo de asalto, como v¨ªctima y tambi¨¦n como practicante.
Ninguna de ellas alcanz¨® la brutalidad con que obr¨® el presunto candidato presidencial republicano, pero abren una eventual ventana sobre este tipo de incidente, la posibilidad de entender quiz¨¢s sus alcances.
Fue en 1953 y en Nueva York que adquir¨ª, a los 11 a?os de edad, conciencia de lo que significa el bullying, palabra de moda ahora en Estados Unidos para denunciar las agresiones malignas que sufren j¨®venes de sus semejantes en los lugares p¨²blicos. En ese entonces, sin embargo, tales embestidas eran consideradas naturales, y quienes recib¨ªan el maltrato deb¨ªan, muy simplemente, aguantar, y jam¨¢s protestar ni menos avisar a las autoridades acerca de esa especie de ataque.
As¨ª que aguant¨¦, qu¨¦ le iba a hacer. No le cont¨¦ a nadie que en Dalton, el colegio particular y exclusivo en Manhattan al que me hab¨ªa trasladado cuanto nos mudamos despu¨¦s de cinco a?os en Queens, era yo el objeto de constantes arremetidas de parte de una pandilla de compa?eros de curso. Por suerte, no fueron asaltos f¨ªsicos (esos vendr¨ªan m¨¢s tarde, en Chile), pero las palabras (acompa?adas de empujones y codazos y acorralamientos) pueden herir m¨¢s que un pu?etazo o una cachetada. Creo que lo que m¨¢s me dol¨ªa era sentirme extranjero, que no se me recibiera como un miembro ordinario y normal del grupo. Porque era, en efecto, extranjero. Aunque mi ingl¨¦s era perfecto, sab¨ªan aquellos muchachos que hab¨ªa nacido yo en la Argentina y de las simpat¨ªas de mi padre por el comunismo y enemigo, en consecuencia, del pueblo norteamericano. Y por cierto que a los machitos que me persegu¨ªan no les gustaba mi personalidad desbordante de energ¨ªa e ideas estrafalarias, mis aspavientos y jactancias, mis oscilaciones entre la sonrisa gregaria y la introspecci¨®n art¨ªstica.
A los 11 a?os aprend¨ª que es terrible ser v¨ªctima pero mucho peor es convertir a otro ser humano en v¨ªctima
El peor de todos era un chico al que llamar¨¦ Johnny. Era el m¨¢s peque?o de la jaur¨ªa: pecoso, simp¨¢tico, regordete, pero agraciado con una lengua de v¨ªbora que siempre atinaba qu¨¦ decir para dar en la herida y echarle sal. Era el m¨¢s peque?o, digo, y tal vez por eso, una tarde, cuando sal¨ª del colegio y me lo top¨¦ y me comenz¨® a insultar y yo me fui por la calle 89 hacia Central Park donde deb¨ªa tomar el bus de vuelta a casa y ¨¦l no cej¨®, continu¨® detr¨¢s de m¨ª, jugando con mi nombre ¡ªno te deber¨ªas llamar Vlady, sino que Bloody, o mejor Lady, eres una lady, una mujercita, you¡¯re not a man you¡¯re a lady. Y justo antes de llegar a la esquina, de pronto algo se quebr¨® adentro de m¨ª y me di media vuelta y lo tir¨¦ al suelo y me mont¨¦ encima de ¨¦l y le apret¨¦ los dos brazos contra el pavimento duro de Nueva York y le exig¨ª que se tragara sus palabras, que prometiera nunca m¨¢s atormentarme.
No lo quiso hacer.
Lo tuve ah¨ª largos minutos, acezando de ferocidad, sin aliento los dos, ¨¦l de espaldas y yo encima de ¨¦l, incapaz de movernos. Recuerdo una se?ora que pas¨® por la calle y que se detuvo por unos instantes, mir¨¢ndonos, recuerdo su cara de p¨¢jaro, sus ojos preocupados detr¨¢s de anteojos min¨²sculos de abuelita, recuerdo que finalmente, sin decir una palabra, sigui¨® su camino.
Fue suficiente para que yo me viera como ella me estaba viendo: como un mat¨®n, alguien que estaba abrumando a otro ser humano, simplemente porque era m¨¢s fuerte.
Intent¨¦ una ¨²ltima arremetida desesperada.
-?Vas a dejarme tranquilo?
-No.
Johnny sab¨ªa que no le iba a hacer da?o de verdad. Sab¨ªa que, en el fondo y tambi¨¦n, porqu¨¦ no reconocerlo, en la superficie de mi ser, era yo un chico pac¨ªfico, de aquellos que tienen el cuidado de sacar de la casa un bicho o una ara?a para que recorriera en libertad su brev¨ªsima vida. Johnny sab¨ªa m¨¢s de m¨ª que yo mismo.
Me levant¨¦, temblando de rabia y verg¨¹enza. Alcanc¨¦ a espetarle unas amenazas in¨²tiles e idiotas ¡ªbueno, ahora te das cuenta lo que te puede pasar si sigues jodi¨¦ndome¡ª y me fui a casa, arrastrando mi fracaso y algo m¨¢s. Porque aprend¨ª en aquella peripecia una lecci¨®n que nunca se me olvid¨®: es terrible ser v¨ªctima pero mucho peor es convertir a otro ser humano en v¨ªctima, mucho peor es perpetrar contra un semejante lo que nos han hecho con alevos¨ªa. No sugiero que me haya convertido en santo a los 11 a?os: quedaban por delante muchas d¨¦cadas de errores e imperfecciones y furor. Pero la revelaci¨®n que tuve en esa calle de Nueva York nunca me dej¨®: fue fundamental, creo, para prepararme para una vida dedicada a la no violencia, una vida que explorara c¨®mo podemos evitar los seres humanos convertirnos en nuestro enemigo.
?Porqu¨¦ importa algo de esto para el caso de Mitt Romney?
El asalto suyo en contra del joven John Lorber, cort¨¢ndole el pelo con unas tijeras salvajes mientras un grupo de estudiantes inmovilizaban a su aullante v¨ªctima, es muy diferente de lo que yo sufr¨ª y diferente tambi¨¦n de lo que le inflig¨ª a aquel otro Johnny hace casi 60 a?os atr¨¢s. Se parece m¨¢s bien al tipo de ¡°lecci¨®n¡± que los militares chilenos despu¨¦s del golpe de 1973 le impon¨ªan a los j¨®venes que llevaban la melena larga. Me acuerdo haber visto a las patrullas trozando con bayonetas los pelos de cualquier joven que ten¨ªa el infortunio de parecerse a una mujer. Con mi propia mujer, Ang¨¦lica, presenciamos c¨®mo esos mismos soldados cercenaban los pantalones de chicas ¡ªotro modo de avisarles que en el Chile de Pinochet, las mujeres deb¨ªan llevar faldas y no vestirse como hombres, tal como los hombres deb¨ªan tener el pelo compuesto y ordenado y rapado para que nadie pensara que eran maricones¡ª. Los sexos separados y distantes, nada de ambig¨¹edad, nada de cruces h¨ªbridos o gen¨¦ricos. As¨ª que nada de extra?o que Romney ejerciera el mismo tipo de adiestramiento en el arte de ser ¡°hombre¡±, despu¨¦s de todo, es lo que promete hacer con Ir¨¢n y cualquier otro pueblo d¨ªscolo, es lo que propone hacer con los norteamericanos pobres, recortarles toda ayuda. Ayer, el pelo de los gays. Ma?ana, los pelos del presupuesto.
Eso no es una novedad, as¨ª que no me perturba especialmente.
Lo que me perturba es otra cosa, algo m¨¢s crucial.
A m¨ª no se me ha olvidado lo que pas¨® sobre ese pavimento de la ciudad remota de Nueva York. Me vuelve a la memoria una y otra vez la c¨®lera m¨ªa, el cuerpo de Johnny indefenso, la se?ora que me mir¨® y me devolvi¨® la raz¨®n, la certeza de que no se puede combatir a los matones transform¨¢ndome en uno de ellos. Quisiera encontrar un d¨ªa a Johnny para dec¨ªrselo.
Romney dice no recordar el incidente.
Eso es lo m¨¢s grave.
Es probable que de veras no lo recuerde.
Eso es lo m¨¢s grave.
Ariel Dorfman es escritor chileno. Est¨¢ por publicar el segundo volumen de sus memorias, Entre Sue?os y Traidores: Un Striptease del exilio.
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