Siguiendo el N¨ªger (III): Bamako, la ciudad el¨¦ctrica
Autor invitado: Gin¨¦s Casanova Baixauli (*)
Otras entradas de esta serie: Lumley Beach, No tan lejos
El tiempo en Bamako pas¨® volando. Me queda el recuerdo del ventilador encendido en casa de Manu Mora, ondeando mi mosquitera. La puerta y las contraventanas entornadas, haciendo una penumbra de verano a primera hora de la ma?ana. Mi ropa en remojo y el bote de doxiciclina sobre la mesa.
Despu¨¦s de un mes adentrado en zonas rurales de Sierra Leona y Guinea Conakry, Bamako ten¨ªa, ante todo, lo que me prometieron en Freetown: ¡°a lot of electricity¡± (mucha electricidad). Y no solo electricidad: grandes avenidas, farolas, tiendas, mercados y supermercados, hoteles, puestos en la calle, mendigos, gu¨ªas, vecinos. Y la casa de mi amigo.
Vista de Bamako con el N¨ªger al fondo. Foto Tripadvisor.
Fueron d¨ªas de comer tres o cuatro veces, de cocinar en casa, de charlar de cualquier cosa, hasta de ?frica, con alguien cercano y d¨ªas, sobre todo, de re¨ªr a gusto. Buscaba peque?as ocupaciones que dejaba siempre para despu¨¦s, con idea de tener alguna excusa para moverme cuando me apetec¨ªa estar m¨¢s activo: hacer la comida, fregar, ordenar el cuarto, lavar la ropa, ir al mercado¡, la mayor parte del tiempo se me pasaba en asuntos dom¨¦sticos; una forma m¨¢s de aterrizar y darle tregua a la mochila.
Despu¨¦s de las 8, con las calles casi vac¨ªas, sal¨ªamos a pasear. Estas horas, las mejores del ?frica oeste, est¨¢n siempre presentes en las advertencias est¨¢ndar para viajeros y turistas. En estos recetarios, la noche queda siempre en mal lugar. Con las calles pr¨¢cticamente vac¨ªas, solo se ve a los que siempre est¨¢n ah¨ª: aquellos que duermen, comen, trabajan y dir¨ªa que incluso se han criado en la misma esquina, sin moverse apenas a lo largo de una semana entera. Tambi¨¦n dan alguna vuelta m¨¢s a esas horas los que buscan conversaci¨®n frente a la ¨²ltima cerveza e incluso puede verse a alg¨²n blanco que, por descuido o atrevimiento, contraviene la consigna y se deja mecer por la quietud de las avenidas. Esa hora es el tiempo, en resumen, de vecinos, parroquianos y familias enteras que se apostan a la puerta de sus casas agradeciendo que por fin el aire corra fresco. Creo que ni las tensiones que vive hoy la capital maliense pueden evitar por mucho tiempo esta necesidad de un clima templado. De alguna forma, me pareci¨® que compart¨ªa con ellos, en aquel noviembre, algo que he sentido siempre a la ca¨ªda del sol de agosto en Andaluc¨ªa, una especie de esperanza que deja la m¨ªnima amabilidad de cualquier verano.
El N¨ªger a su paso por Siguiri. Foto vol-resa.
Pronto me desped¨ª de Manu y de Bamako. A la salida de la gran ciudad, la sabana se impone. Quiz¨¢s es porque llegu¨¦ a Mal¨ª cuando ca¨ªa la noche, pero durante todo el d¨ªa tuve la impresi¨®n de haber dado un salto a otro lugar; como si entre la entrada y la salida de Bamako mediara una discontinuidad con lo que dejaba atr¨¢s. Los ¨¢rboles, que ya enmudec¨ªan pasada Siguiri, se iban ausentando de manera m¨¢s evidente conforme me adentraba en la zona central de Mal¨ª. La hierba sub¨ªa, tomando el relevo, hasta el pecho o la cabeza, y el verde reseco que encontr¨¦ a la salida de los bosques tropicales cedi¨® por fin los honores al color amarillo del Sahel. Casi por sorpresa, vi un chorro de madera que sal¨ªa a presi¨®n del suelo seco en los maizales. Si el agua en aquella regi¨®n era un monopolio del N¨ªger, los pozos de la sabana solo pod¨ªan contener nudos y rizomas y troncos que se propulsaban hacia arriba y salpicaban gotas verdes en su parte m¨¢s alta. Peque?as hojas que brotan como la cabeza de un rat¨®n en el cuello de un elefante. ¡°?Es eso un baobab?¡± Estaba realmente impresionado, quer¨ªa saber m¨¢s, pero no ten¨ªa a quien preguntar: me hac¨ªa figuraciones etnol¨®gicas sobre un posible culto a su ancianidad, o alg¨²n temor ancestral que imped¨ªa a las gentes bambara construir en sus inmediaciones. Sin conocer de este pueblo apenas sus largos y efusivos saludos, me ocup¨¦ en inventarme una antropolog¨ªa del gigante medio ¨¢rbol, medio roca. Estaba seguro de que todos los pueblos entre Bamako y S¨¦gou ten¨ªan una historia de terror y otra de piedad para ¨¦l. Invent¨¦ algunas, todas improbables, hasta que llegu¨¦ a mi destino.
El N¨ªger a su pasao por S¨¦gou. Foto Fotopedia.
Primera parada en S¨¦gou, la orilla del r¨ªo. El aire me llevaba al mar, pero la visi¨®n de la otra orilla me reten¨ªa en el N¨ªger. Llegaban algunas piraguas con su carga y las p¨¦rtigas pon¨ªan al l¨ªmite la flexibilidad de los cuerpos a una hora extra?a en la que la ciudad recoge sus negocios. Pas¨¦ la tarde vagando por la ciudad, intentando esconder mi cabeza del sol y esperando de nuevo la noche.
Mientras cenaba algo, estuve tomando las notas del d¨ªa. Me fije por un momento en las bombillas que me permit¨ªan escribir. Iluminaban, no solo el papel, sino tambi¨¦n un par de arriates del restaurante, mi bebida, la piel blanca de los visitantes que parec¨ªan empezar a acumularse en el camino hacia Tombuct¨². Tambi¨¦n el tronco de un par de ¨¢rboles que cruj¨ªan empujados por el viento. ?Qu¨¦ dir¨ªan a esa hora los baobabs de la sabana? ?Har¨ªan alg¨²n ruido las hojas-rat¨®n al agitarse con el aire? Me imagin¨¦ que, en ese momento de total oscuridad, los troncos propulsados por la tierra trazaban una par¨¢bola l¨ªquida hasta el suelo y se convert¨ªa en un charco de madera.
En esa oscuridad impenetrable, cualquier cosa podr¨ªa pasar sin que nadie lo supiera. En Europa, la oscuridad es la noticia, mientras que las bombillas encendidas son un objeto irrelevante. Solo existen cuando no funcionan. En la normalidad del d¨ªa a d¨ªa, lo que encendemos no son bombillas, sino interruptores.
Alejado de nuevo de Bamako -y m¨¢s a¨²n de casa-, me parec¨ªa que era la luz el¨¦ctrica la que era noticia. La bombilla, vanidosa, se?alaba a las sombras. De lo que hay en ?frica, cada unidad se se?ala a s¨ª misma en su ausencia vecina. Lo que existe all¨ª es real, sobre todo, porque se ausenta justo al lado. Tambi¨¦n la bombilla del arriate, de mi comida, de mi piel, exist¨ªa gracias al baobab, a la choza, a los perros de un ?frica a oscuras.
(*) Gin¨¦s Casanova Baixauli (Sevilla, 1981) viaj¨® en 2007 por varios pa¨ªses de ?frica occidental, despu¨¦s de tener un intenso contacto con la comunidad africana de Sevilla en los a?os anteriores. La traves¨ªa, algo m¨¢s de 7000 kil¨®metros, pasaba por Sierra Leona, Guinea Conakry, Mal¨ª, N¨ªger y Nigeria, y encontr¨® su mejor argumento en las peripecias de los exploradores y ge¨®grafos que en el siglo XIX arriesgaron (y perdieron) sus vidas en curso del r¨ªo N¨ªger.
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