?Un curso en blanco?
Meses lleva el gobierno senegal¨¦s tratando de encontrar un modo de salvar el curso escolar tras el a?o turbulento y electoral vivido recientemente en Senegal. Adem¨¢s, de los disturbios y protestas callejeras, las repetidas huelgas de los maestros en protesta por los salarios paup¨¦rrimos tuvieron como consecuencia que los estudiantes no recibieran suficientes horas de ense?anza y ahora el curso est¨¢ llegando a su fin y los alumnos aseguran que no pueden presentarse a los ex¨¢menes finales porque no han dado el temario. El gobierno de Macky Sall, reci¨¦n aterrizado en el poder tras la larga pelea presentada por el ex presidente Wade, no quiere pasar por la verg¨¹enza de llamar a este un "annee blanche", o a?o acad¨¦mico perdido, inv¨¢lido, lo que significar¨ªa que todos deber¨ªan empezar de nuevo o repetir curso, lo cual representa muchas cosas adem¨¢s de un coste de millones de euros en una econom¨ªa en situaci¨®n dif¨ªcil. Los colegios privados aseguran que celebrar¨¢n ex¨¢menes; los sindicatos han mostrado su decisi¨®n de terminar el curso en marcha... Y mientras, hay quien ha sabido sacar provecho al par¨®n escolar. Como Abass. Esta es su historia.
Soy amiga suya desde Navidad, cuando me vendi¨® una tela con las letras 'VIP' impresas en burbujas verdes, un detalle bien t¨ªpico en ?frica, donde cada una o uno se estampa el tejido de su vestido con el mensaje que desea (logos y s¨ªmbolos de partidos pol¨ªticos, consignas de campa?as de salud, como la que muestra la foto de abajo contra la malaria, mensajes amorosos...). Hab¨ªa algo muy cercano en ¨¦l y sobre todo me gustaba su selecci¨®n de telas, una peque?a e interesante selecci¨®n procedente de todo el ?frica occidental, y no esas copias de los chinos que llenan hoy d¨ªa los mercados senegaleses.
Abass est¨¢ en los veintipocos. Su puesto se encuentra en un mercado en la parte decadente de Dakar, all¨¢ donde las carreteras est¨¢n arruinadas por los baches y fluye cercano un canal de aguas residuales. Pero el mercado vende comida, ropa china barata, artilugios para el hogar e incluso viejos vinilos, y al anochecer la muchedumbre de clientes se hace sitio entre el tr¨¢fico y se agolpa bajo las bombillas desnudas que cuelgan en cada puesto. La tienda de Abass es apenas un cub¨ªculo pero lleno de reflejos producto de las telas multicolor que cuelgan en en marcos de madera encima de su taburete. En un cassette suena Bob Marley mientras ¨¦l conversa con alguno de sus muchos clientes.
Abass sol¨ªa ir a la escuela de negocios en Dakar, pero lo dej¨® debido a la huelga de maestros. "Yo estaba desanimado", dice, con un peque?o encogimiento de hombros. "Renunci¨¦". En cambio, me dice (mientras uno de esos autobuses multicolores que circulan por Dakar pasa alarmantemente cerca del puesto con los pasajeros colgados a sus espaldas y la voz del conductor anunciando el destino), entr¨® en el negocio de telas. "Mi padre es uno de los hombres m¨¢s ricos de nuestra vecindad", dice en una voz baja mientras un cliente toquetea una de las telas, probando su calidad. "Cuando abandon¨¦ la escuela de negocios, ¨¦l me financi¨® me abrir mi propio negocio".
Existen m¨²ltiples maneras de vender telas en Dakar, cuenta. "Si hablas buen franc¨¦s, puedes hacerlo muy bien. Por ejemplo, muchas personas piensan que soy de Costa de Marfil porque no tengo un look muy senegal¨¦s". Es cierto que Abass, robusto y de rostro inusual no parece el ciudadano de Dakar promedio. "Si la gente cree que eres de Costa de Marfil o de Congo, asegura, puedes vender las telas al doble del precio". "Yo, dijo, pasando su mano a trav¨¦s de su pelo mojado y rizado, "parezco un poco extranjero por lo que la gente piensa que mi pa?o es de especial calidad".
Abass compra s¨®lo alta calidad y marca, tejidos inusuales que vende por alrededor de 2.500 francos CFA (3.80€) la yarda. "No veo ninguna ventaja en tener material barato", dice, "porque todos los mercados est¨¢n ya llenos de ¨¦l". Compra su pa?o de comerciantes que vienen de todas partes del Africa occidental y central y europeos, y lo que no vende en su puesto se lo entrega a las mujeres que act¨²an como intermediarias, haciendo lo que se llama "la ronda de las oficinas" al final de mes. Ellas dejan las telas a las empleadas y regresan luego a principio del mes, cuando ya han cobrado el salario, a recoger el dinero. A continuaci¨®n, le dan a Abass su parte.
Aplica una t¨¢ctica similar a los hombres que venden la tela en los barrios. ?l les da determinadas longitudes de tela y ellos se mueven de un lado a otro, vendiendo puerta a puerta. A veces, dice, los hombres negocian con clientes acuerdos para pagar la tela a plazo, con un coste muy bajo, y hasta por d¨ªa. Una determinada tela podr¨¢ representar meses de pago, y mucho m¨¢s si es de las de precio elevado. El vendedor volver¨¢ cada d¨ªa a ver al cliente, recordando siempre en su cabeza lo que deben y recoger su dinero... as¨ª hasta que la tela quede pagada completamente.
Me pregunto si Abass nunca ha perdido dinero a manos de alguno de sus clientes o intermediarios. "Ustedes los extranjeross", se le escapa una risa amable cuando se levanta a recolocar un perno de tela que uno de sus clientes ha descolocado, "ustedes creen en los contratos escritos. Pero nosotros, los africanos, hacemos todo con contratos orales. Gracias a esto, yo nunca he perdido ni un c¨¦ntimo".
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