La resistencia er¨®tica del libro
Preguntarse por el futuro del libro es tambi¨¦n, y sobre todo, preguntarse qu¨¦ pasar¨¢ con el ecosistema del libro: con las librer¨ªas y las bibliotecas, sobre todo las p¨²blicas. Sin librer¨ªas y bibliotecas, no existe la ciudad
El libro siempre ha sido algo el¨¦ctrico. Y el acto de leer, electrizante. ?Por fin a solas, con el libro deseado! Abrirlo y que te abra. ?No oyen la crepitaci¨®n? ?No siente el estremecimiento, la quemadura incluso? Con raz¨®n, Clarice Lispector titul¨® a ese encuentro ¡°la felicidad clandestina¡±.
Ese roce er¨®tico es lo que percibimos en la iconograf¨ªa de la lectura. Suelen ser cuadros que hoy vemos con una inquieta melancol¨ªa. Como el de la lectora que retrata Edward Hopper, con una maleta al lado, en una especie de habitaci¨®n n¨®mada. La mirada se nos vuelve t¨¢ctil. La mujer tiene una cita. Un amor en verdad libre. ?Un libro, claro!
Hay un momento extraordinario en Las uvas de la ira, de John Steinbeck, en el cap¨ªtulo XIV, en el que se describe una metamorfosis de los pronombres personales cuando se ventila la vida, cuando se ponen en vilo: ¡°La noche cae. El peque?o est¨¢ resfriado. Toma, coge esta manta. Es de lana. Era la manta de mi madre, c¨®gela para el beb¨¦. Esto es lo que hay que bombardear. ?ste es el principio: del yo al nosotros¡±.
?Por qu¨¦ hay que bombardearlo? ?Qu¨¦ tiene de peligroso? Ha nacido una cuarta persona, un pasaje entre lo singular y lo plural. En la oscuridad, se entrelazan soledades. Quien murmura, insurgente, es el cuarto pronombre.
Leer es escribir, y escribir es leer. Es un viaje radicalmente individual, hacia dentro, en lucha laboriosa contra la propia estupidez, como lo describi¨® Rodolfo Walsh, otro ¡°piel roja¡± de las letras. Un viaje hacia el otro lado del espejo, hacia el reverso enigm¨¢tico. All¨ª donde Gregor Samsa se descubre diferente. La habitaci¨®n de La metamorfosis es la c¨¢mara oscura de la humanidad. Como ojo de cerradura, como obturador, la luz entra y sale por la boca de la literatura. Lo que mueve esa boca, lo que empuja esa puerta hacia fuera, es la pulsi¨®n del deseo. La energ¨ªa alternativa de re-existir. La obra de Kafka lleva al l¨ªmite la dram¨¢tica simultaneidad del andar literario: se abre un paso para llegar a lo inaccesible, pero en la frontera reina Terminus, ese intratable dios que exige su tributo de sangre.
El libro tiene forma de arca y maneras de barca. La construcci¨®n de No¨¦ ser¨ªa un mamotreto o rollo bajo el brazo. La memoria, que rema de espaldas, como un proceso de rescate, un desplazamiento que ¡°sue?a hacia adelante¡±. Y ese es el viaje de la Odisea: la memoria como invenci¨®n y descubrimiento. Para saciar el hambre, en la Odisea, los compa?eros de Ulises no respetan el juramento y matan las vacas del Sol (el tiempo, la memoria). Pero los pellejos, la carnaza, los restos, siguen mugiendo. Todos los libros donde murmura la boca de la literatura tienen algo de neogriegos. Vladimir y Estrag¨®n, en Esperando a Godot, se preguntan para qu¨¦ hablan las ¡°voces muertas¡±:
Lo que ocurrir¨¢, lo que debe ocurrir, es una re-existencia del libro, con nuevas calidades est¨¦ticas
Estrag¨®n: Hablan de su vida.
Vladimir: Haber vivido no es bastante para ellas.
Estrag¨®n: No es bastante.
No, no es bastante. Es una necesidad. O¨ªr los murmullos de las voces muertas. O¨ªr las ¡°voces bajas¡± de los vivos. En Pedro P¨¢ramo, Juan Rulfo identifica el lugar: ¡°All¨ª, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida¡±. Ese es el espacio donde se abre la boca de la literatura. Un local universal. Un hogar n¨®mada, donde no existe centro ni periferia. Una aldea en forma de redoma de cristal donde se posa y apoya la esfera terrestre.
Rebelarse contra la injusticia, eso que hace hablar a la asna de Balaam, es lo m¨¢s humano. Y otro rasgo que de verdad define al ser humano es la condici¨®n de ¡°contador de historias¡±. Paul Celan dec¨ªa que lo que m¨¢s asemejaba a un texto po¨¦tico era el acto de dar la mano. El regalo humano con plenitud, la sensaci¨®n de que realmente est¨¢s recibiendo algo diferente, una parte del otro, algo que llevaba en su c¨¢mara oscura, es cuando recibes una historia desde ¡°lo desconocido¡±. Una especie de confidencia c¨®smica. Un primer cuento o ese primer poema que es una canci¨®n de cuna. No hay ning¨²n regalo, ning¨²n cacharro, comparable para la criatura humana.
En el Talmud se dice que Dios invent¨® al ser humano para o¨ªrle contar cuentos. La verdad es que la divinidad ¨²nica, si lo comparamos con la promiscuidad del Olimpo, debe tener sus inconvenientes. El gran momento narrativo de Dios es el G¨¦nesis. Con ese maravilloso encadenamiento de flash-back: ¡°Pas¨® una tarde, pas¨® una ma?ana...¡±. Luego, como es sabido, se aburri¨®. Y ya Voltaire advert¨ªa que el ¨²nico g¨¦nero imperdonable es el del aburrimiento.
Pero la literatura no solo es necesaria para entretener a Dios y de paso a los humanos. Si hay algo en com¨²n en todos los cuentos tradicionales, esos cuentos que llamamos infantiles y que en realidad son del g¨¦nero de narrativa criminal, es que tratan del miedo. M¨¢s en concreto, del peor de los miedos. El miedo al abandono. Para esclarecer el fondo muchas cosas que pasan hoy, la reforma (liquidaci¨®n) laboral, por ejemplo, ser¨ªa m¨¢s recomendable leer Los m¨²sicos de Bremen que los informes econ¨®micos con que nos abruman los bur¨®cratas.
La atm¨®sfera apocal¨ªptica afecta muy directamente al libro y al peri¨®dico de papel, las dos criaturas predilectas de la era Gutenberg. La imprenta signific¨® la gran revoluci¨®n hist¨®rica en la democratizaci¨®n de la cultura. Por eso fue tambi¨¦n tan perseguida. Para el apocal¨ªptico consecuente, el fin de esa era coincide con el declive de una civilizaci¨®n. Vivimos una especie de melancol¨ªa ilustrada, tan despose¨ªda de humor como de esperanza. Yo soy un pesimista esperanzado. Conviene ser algo optimista incluso en la rendici¨®n, porque as¨ª, desde la derrota de la cultura, podemos provocar un efecto boomerang imprevisible, como nos sugiere Stanislaw Lec en uno de sus pensamientos despeinados: ¡°Cuando al rendirse al enemigo levantaron los brazos, resultaron tan amenazadores que el enemigo huy¨® por piernas¡±.
Lo importante es no dejar de ejercer el derecho a so?ar. Preguntarnos qu¨¦ hace y d¨®nde est¨¢ el ¡°contador de historias¡±. Qu¨¦ teme. Cuanto m¨¢s nos despojemos del derecho a so?ar, y de ¡°so?ar hacia adelante¡±, m¨¢s sombra seremos. Un reba?o de sombras.
Existe tambi¨¦n un optimismo est¨²pido, como una especie de superstici¨®n de la tecnolog¨ªa. Que toda innovaci¨®n t¨¦cnica, por una especie de automatismo, va a suponer un desarrollo cultural. Volvamos a despeinarnos con Lec: si un can¨ªbal utiliza tenedor y cuchillo para comer, ?eso es progreso? No s¨®lo creo que son compatibles, el libro electr¨®nico y el de papel. Lo que ocurrir¨¢, lo que debe ocurrir, es una re-existencia del libro, con nuevas calidades est¨¦ticas. Crear el c¨®dice accesible, el c¨®dice de bolsillo. Al fin, el libro de papel es mucho m¨¢s el¨¦ctrico que el electr¨®nico.
No hay ninguna entidad que en proporci¨®n tenga tantos asociados como las bibliotecas p¨²blicas
Preguntarse por el futuro del libro es tambi¨¦n, y sobre todo, preguntarse qu¨¦ pasar¨¢ con el ecosistema del libro. Con las librer¨ªas y las bibliotecas. En especial con las redes de bibliotecas p¨²blicas. Sin librer¨ªas y bibliotecas, no existe la ciudad. En psicogeograf¨ªa, hay el lugar y el no lugar. El lugar es una unidad de emoci¨®n y memoria. Podr¨ªamos ser m¨¢s precisos y hablar del tercer lugar. El lugar donde a la memoria y la emoci¨®n se suma el encuentro. Hoy es dif¨ªcil se?alar un lugar donde se d¨¦ mayor diversidad, mayor mezcla entre gente de diferentes generaciones, clases sociales, g¨¦neros, or¨ªgenes, ideolog¨ªas, creencias o est¨¦ticas que en una biblioteca p¨²blica. Se habla mucho de los bajos ¨ªndices de lectura en Espa?a, pero se habla poco de la gran revoluci¨®n vivida en muchas ciudades, grandes y peque?as, al crear, y con bajo coste, redes de bibliotecas p¨²blicas. No hay ninguna entidad, ni siquiera deportiva, que en proporci¨®n tenga tantos asociados como las bibliotecas p¨²blicas.
Algunas instituciones, por desgracia, ya han recortado los gastos en el suministro de libros a las bibliotecas. Esto s¨ª que es fundir los plomos de la ¡°civilizaci¨®n¡±.
Cuando el urbanismo humanista, avanzado, imagin¨® la ciudad como una ciudad-jard¨ªn, ten¨ªa la forma de c¨ªrculos conc¨¦ntricos, en los que cada c¨ªrculo era un anillo verde. En el centro estaban los servicios p¨²blicos. Y desde luego, como una c¨¦lula madre, la biblioteca. En la ciudad pluric¨¦ntrica, la biblioteca (concebida ya como un taller plural de artes) deber¨ªa ocupar los lugares de referencia, la primera marca en las coordenadas humanas de la ciudad. El lugar sentipensante, de resistencia y re-existencia.
En ese sentido ecol¨®gico, el lugar de lo necesario coincide con el deseo. Un espacio donde una ley no establecida dice: no dominar. El lugar er¨®tico, donde puedan encontrarse Anna Karenina y uno que dice ser Ulises, mientras Falstaff murmura: ¡°Nadie sabe lo que puede pasar si viene junio un poco caliente¡±.
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