¡®Glasnost¡¯ y ¡®Perestroika¡® para el Consejo General del Poder Judicial
Es razonable probar otro sistema de designaciones judiciales. Ponerlas bajo un foco de luz: convocando las plazas con requisitos y m¨¦ritos, valorando m¨¢s la experiencia y la capacidad que la cercan¨ªa
Hans K¨¹ng acaba de escribir sobre el Vaticano que al Papa actual se le acaba el tiempo, pero a¨²n puede impulsar ¡°un solo acto constructivo de reforma¡± que ¡°ayudar¨ªa a restablecer la confianza. Lo que se pidi¨® en el Kremlin puede pedirse al Vaticano: primero, glasnost, transparencia sobre su actividad financiera ante la opini¨®n p¨²blica; luego, perestroika: reconstrucci¨®n, reestructuraci¨®n¡±.
Parece que hubiera estado pensando en el Consejo General del Poder Judicial, al que el esc¨¢ndalo por los gastos de viaje de su presidente ha causado un da?o terrible, pero que en realidad lleva en crisis casi desde su creaci¨®n: por su estructura ¡ªpomposa, lenta, inane¡ª propia del Antiguo R¨¦gimen; porque es un ¨®rgano ejecutivo que hace visible la pol¨ªtica en torno al poder judicial. Tambi¨¦n por su magn¨¦tico atractivo para los medios, que le dedican una atenci¨®n desproporcionada. Quiz¨¢ porque es un ¨®rgano f¨¢cil de explicar: se sabe c¨®mo y por qu¨¦ se elige a sus integrantes, ¨¦stos responden puntualmente a las expectativas y se dividen en dos grupos, capitaneados por unas pocas personalidades que toman sus decisiones por cuotas y en intrigas previsibles. O porque reproduce a escala el gran conflicto pol¨ªtico y da gusto meterse con sus vocales (que se politizan, qu¨¦ horror) y sus decisiones (en funci¨®n de la cercan¨ªa a los que mandan, oh sorpresa) sin los riesgos de hacerlo con las instituciones aut¨¦nticamente poderosas de una sociedad en la que no son desconocidas pautas clientelares semejantes.
La crisis de los gastos ha sido tan da?ina porque ha mostrado una altiva ajenidad a la realidad de un pa¨ªs que se acuesta cada d¨ªa m¨¢s consciente de su vulnerabilidad, m¨¢s irritado por la ineficacia de los poderes que deb¨ªan haber evitado estos lodos y menos convencido de que pagar¨¢n los pecadores y no los de siempre. En su inicio, quiz¨¢ hubiera podido resolverse como el caso de cualquier empleado que gasta de m¨¢s en un viaje: se le reclama el exceso, lo reintegra abochornado, se explican mejor las normas y la vida sigue. Las semanas de silencios y distingos la han elevado a s¨ªmbolo de laxitud en el uso de recursos que son instrumentales para el desempe?o de funciones p¨²blicas, no beneficios o privilegios de clase.
Y esto en medio de una crisis ¡ªde la econom¨ªa, la moneda, el pa¨ªs, la Uni¨®n¡ª que obliga a revisarlo todo, a coger la realidad por los cuernos. No por los dos cuernos, no suele ser tan sencilla: a cogerla por los innumerables cuernos, cuernecillos y tent¨¢culos de la sociedad de los hombres, con su af¨¢n de poder, su vanidad y su pereza.
El problema de la justicia es de eficacia y de organizaci¨®n
En este contexto, las reformas que se anuncian en el poder judicial recuerdan la escena de Casablanca: ¡°Han matado al mayor Strasser. Detengan a los sospechosos habituales¡±. Elevar algunas penas y criminalizar conductas de pura expresi¨®n pol¨ªtica parece el recurso cl¨¢sico neoconservador: atizar la disparidad de los valores para movilizar a los propios y distraer a la mayor¨ªa silenciosa. Convertir en asunto pol¨ªtico de primera fila qui¨¦n y c¨®mo elige a los vocales del CGPJ parece vieja pol¨ªtica, la que intenta ganar visibilidad y sumar unos puntos atacando un problema f¨¢cil, aunque tenga poco o ning¨²n efecto sobre los problemas reales.
Porque el problema de la justicia es de eficacia y de organizaci¨®n. Su mejora depende de que quienes hacen las leyes se planteen si es razonable la calidad del servicio p¨²blico de la justicia con los plazos de soluci¨®n actual, si la seguridad jur¨ªdica de que disfrutan ¡ªdig¨¢moslo as¨ª¡ª ciudadanos y empresas refuerza o m¨¢s bien distorsiona el imperio de la ley. Si es posible cargar m¨¢s al sistema jurisdiccional sin m¨¢s jueces por habitante, sin una inform¨¢tica como la de Hacienda o la Seguridad Social.
No es seguro que otro sistema de elecci¨®n de sus vocales logre cambiar siquiera el funcionamiento del Consejo. Para eso har¨ªa falta plantearse de qu¨¦ medios dispone para ayudar a los jueces que se ven atrapados en la vor¨¢gine de un caso sensacional o pol¨¦mico; si hay sistemas mejores para estimular la calidad del trabajo de los jueces que el actual de juzgar a destajo; c¨®mo racionalizar una instituci¨®n en la que unos pocos consejeros tiran del carro y los dem¨¢s parecen pasajeros de Perdidos en el Espacio¡
La raz¨®n de m¨¢s peso para cambiar el modo de elegir a los consejeros es probar otra cosa: si un Consejo que refleje la pluralidad ideol¨®gica y asociativa se ocupar¨¢ m¨¢s eficazmente de su funci¨®n constitucional de garantizar la independencia de los jueces y menos de otras que ha ido asumiendo para procurarse recursos y sobrevivir pese a su inanidad. Con pocas esperanzas, porque cualquier novedad puede usarse para que ocurra lo de siempre y porque lo decisivo al final es el factor humano: que entre los designados para el Consejo haya unos cuantos empe?ados en hacer lo que es debido. Por si abrir el sistema a m¨¢s candidatos, haci¨¦ndolo m¨¢s transparente y competitivo, hace sonre¨ªr a Fortuna.
Constitucionalistas de buena voluntad oponen que si los jueces eligen a 12 de sus 20 integrantes el Consejo perder¨¢ legitimidad democr¨¢tica, ser¨¢ corporativo. Es verdad que en el Consejo ¡ªy los Tribunales Constitucional y de Cuentas¡ª est¨¢ mal resuelto el quis custodiet ipsos custodes? Pero los ¨®rganos de garant¨ªa se legitiman cumpliendo su funci¨®n: hay que juzgarlos por su eficacia. Desentenderse de ¨¦sta y quedarse en la finezza constitucional es dejar m¨¢s campo al caballo de Atila, que avanza por doquier bajo la bandera de la globalizaci¨®n arrasando instituciones, garant¨ªas y derechos. La valoraci¨®n negativa sobre el sistema actual es casi un¨¢nime. Es razonable probar otro.
Si cambia, ser¨¢ decisivo su grado de representatividad. No es una cuesti¨®n te¨®rica: el Consejo de 1980, elegido en parte por los jueces, fue el menos plural de todos. Una reforma que se limite a devolver el predominio a una asociaci¨®n ser¨ªa un retroceso costoso para quien lo impulse, porque la crisis alimenta un radicalismo intelectual y pr¨¢ctico que no aconseja andarse con bromas. Si el pr¨®ximo Consejo no es m¨¢s diverso le costar¨¢ sobrevivir como instituci¨®n.
Si cambia, ser¨¢ decisivo su grado de representatividad. No es una cuesti¨®n te¨®rica
Que sus miembros act¨²en luego reparti¨¦ndose cuotas es dif¨ªcil de evitar: en un oficio escalafonado cuya labor es poner sentencias hay pocos m¨¦ritos objetivables fuera de la antig¨¹edad. Pero podr¨ªamos aprender de los EE UU, donde universidades y medios analizan la obra entera de cada candidato y los debates sobre designaciones judiciales se retransmiten por televisi¨®n. Ponerlas bajo un foco de luz: convocando las plazas con requisitos y m¨¦ritos, valorando m¨¢s la experiencia y la capacidad que la cercan¨ªa, explicando realmente por qu¨¦ es mejor Hern¨¢ndez para la audiencia, Fern¨¢ndez para el Supremo y L¨®pez, si acaso, para el Constitucional.
Es todo una pena, por el da?o causado a la percepci¨®n p¨²blica de los jueces ¡ªla opini¨®n p¨²blica, que existe, distingue poco¡ª y porque este Consejo hab¨ªa hecho algunas mejoras en las condiciones de trabajo de los jueces y en los nombramientos, con unas comparecencias que no son decisivas, pero que en ocasiones revelan rasgos de personalidad de los candidatos que s¨ª lo son, en su contra. De hecho, pod¨ªa haberse pensado que la mejor ocasi¨®n de reforma estaba en el propio Consejo ¡ªs¨ª, del actual¡ª porque estaba maduro, trabajaba con un cierto equilibrio interno y ten¨ªa casi dos a?os para decir al final lo que un buen profesor de un alumno dif¨ªcil: a ese chico lo saqu¨¦ yo adelante. Podr¨ªa haber adoptado alg¨²n instrumento jur¨ªdico eficaz para respaldar a los jueces enzarzados en casos tr¨¢gicos o de relieve pol¨ªtico; una pauta de objetividad y motivaci¨®n en los nombramiento que una vez puesta en marcha sea dif¨ªcil abandonar sin bochorno. Quiz¨¢, cuando acabe el Ban¨²sgate del ¨²nico modo posible, quiera redimirse intent¨¢ndolo. Como propone Hans K¨¹ng: primero glasnost y luego perestroika.
Diego ??iguez es magistrado, autor de El fracaso del autogobierno judicial.(2008)
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