El ¨²nico m¨¦rito, el de la ciudadan¨ªa
Es cierto que es dif¨ªcil moverse por Europa cuando uno no consigue estar c¨®modo en su propio pa¨ªs
El encuentro de Roma no oculta una de las realidades m¨¢s preocupantes de Europa: no existe di¨¢logo suficiente entre los dirigentes europeos, lo que se traduce en cumbres de resultados inciertos y en la imposibilidad de poner fin a las dudas sobre el futuro del euro. La irracionalidad del debate, sin un aut¨¦ntico n¨²cleo duro que ataje mensajes contradictorios y movimientos especulativos, est¨¢ teniendo un coste ¡°sist¨¦mico¡± en las relaciones de la ciudadan¨ªa con los poderes pol¨ªticos.
Dirigentes que deb¨ªan dar la impresi¨®n de afrontar juntos una de las peores crisis de la historia reciente aparecen enfrentados, defendiendo intereses nacionales y dando p¨¢bulo a todo tipo de estereotipos, es decir, proporcionando el aire imprescindible para que se propaguen, una vez m¨¢s, lugares comunes sobre las caracter¨ªsticas ¡°nacionales¡± de unos pueblos y de otros. Ya sabemos lo que sucede cuando la austeridad impuesta sin freno se junta con los t¨®picos. El gobernador del Banco de Austria lo dijo esta semana sin tapujos: ¡°As¨ª nacen los fascismos¡±.
Por eso, porque lo m¨¢s urgente es alentar el di¨¢logo entre dirigentes y luchar contra los estereotipos, resulta tan dram¨¢tica la ausencia de una diplomacia espa?ola dirigida a Europa. Salvo el ministro de Econom¨ªa y Competitividad, Luis de Guindos, a quien nadie puede reprochar que no viaje continuamente para explicar su posici¨®n, no se puede decir que Espa?a haya desplegado una actividad diplom¨¢tica propia, empezando por el presidente del Gobierno, que solo acude a los encuentros obligados, sin pr¨¢cticamente iniciativa para adelantar movimientos que puedan ser ¨²tiles.
?Qu¨¦ sentido tiene implicar ahora al Rey en el contencioso de Algeciras, en lugar de pedirle que organice un encuentro con su amiga, la reina Beatriz de Holanda, con el presidente de Alemania o que haga una r¨¢pida gira por Europa central? ?Qui¨¦n nos puede ser de ayuda? ?No deber¨ªa haber visitado ya varias veces Rajoy a su colega polaco, haber concertado conversaciones con el primer ministro italiano, antes y despu¨¦s de la reuni¨®n de Roma? Al fin y al cabo, todo el mundo cree en la Uni¨®n que no es concebible un escenario en el que Espa?a fracase e Italia tenga ¨¦xito. Y, finalmente, ?no deber¨ªa el Gobierno pedir ayuda al PSOE y al expresidente Felipe Gonz¨¢lez, con bien ganado prestigio europeo, para que se movilicen all¨¢ donde al PP le resulte dif¨ªcil llegar?
Es cierto que es dif¨ªcil moverse por Europa cuando uno no consigue estar c¨®modo en su propio pa¨ªs. El problema con la decisi¨®n del presidente del Gobierno de no celebrar el debate sobre el estado de la naci¨®n no es si existen precedentes, sino que se pierde una magn¨ªfica ocasi¨®n para explicar, a trav¨¦s del Parlamento, cu¨¢les son las expectativas de este pa¨ªs. Nadie en el entorno de Rajoy puede ignorar que su comunicaci¨®n con los ciudadanos es desastrosa, no solo porque el contenido de sus mensajes es insuficiente, sino porque es vacilante y oportunista. Acudir al Parlamento podr¨ªa haber ayudado a hacer olvidar su comparecencia del d¨ªa del anuncio del rescate bancario, cuando, incomprensiblemente, dio la impresi¨®n de querer apuntarse un ¨¦xito. Ojal¨¢ Rajoy y sus asesores se convenzan del da?o que hace esa pol¨ªtica y preparen, al menos, su obligada intervenci¨®n ante el pleno del Congreso a su vuelta de la pr¨®xima cumbre europea, con un discurso serio y veraz, con el que los ciudadanos podamos sentirnos respetados.
Un pa¨ªs s¨®lido deber¨ªa ser capaz de suplir la ocasional falta de liderazgo de sus dirigentes con el excelente funcionamiento de sus instituciones. La manifiesta incapacidad de las nuestras para concitar el respeto un¨¢nime de los ciudadanos deber¨ªa ser motivo de reflexi¨®n, porque hasta ahora, si se piensa bien, lo ¨²nico que realmente ha demostrado su m¨¦rito es la propia ciudadan¨ªa. Ha sido, por ejemplo, su indignaci¨®n lo que ha llevado al presidente del Consejo General del Poder Judicial a dimitir y no el voto de muchos de sus colegas que, conviene recordarlo, optaron inicial, e indignamente, por cerrar los ojos.
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