Ceder soberan¨ªa, ?a qui¨¦n?
Un superministro de Econom¨ªa europeo s¨®lo puede ser aceptable si se sabe c¨®mo expulsarle
La arrogancia y la desesperaci¨®n son malas consejeras en pol¨ªtica. Si adem¨¢s se combinan de manera aleatoria, el resultado es algo muy parecido a la actuaci¨®n del gobierno de los ¨²ltimos meses. El trayecto de Mariano Rajoy y su equipo en la gesti¨®n de la crisis financiera puede describirse como un accidentado viaje pendular, desde la arrogancia hacia la impotencia, que ha lastrado enormemente la credibilidad del gobierno. La soberbia de los populares comenz¨® causando enfado en Bruselas con el retraso en la presentaci¨®n de los presupuestos generales y acab¨® siendo fuente de hilaridad en buena parte de la prensa internacional con el ya conocido ¡°Usted dice tomate, yo digo rescate¡±.
La desesperaci¨®n ante el agravamiento de la crisis de la deuda llev¨® finalmente a Rajoy a proponer la cesi¨®n de soberan¨ªa a Europa a cambio de que los socios europeos se implicasen m¨¢s en la ayuda a los pa¨ªses en dificultades. La soluci¨®n no era de altos vuelos: se parec¨ªa m¨¢s a un pragm¨¢tico intercambio de favores auspiciado por la debilidad espa?ola, que a un proyecto europe¨ªsta de largo alcance. El presidente solo ha conseguido que el Eurogrupo atienda las urgencias de la deuda cuando se ha dejado acompa?ar por Italia y Francia y ha sustituido la grandilocuencia por una descripci¨®n sincera de la situaci¨®n espa?ola.
Entre lo urgente y lo necesario, la cumbre de la eurozona parece haber resuelto lo urgente, pero persisten los interrogantes sobre lo necesario. Rajoy y otros l¨ªderes europeos han hablado de la necesidad de ceder soberan¨ªa, pero las garant¨ªas que acompa?ar¨¢n la futura cesi¨®n de poder pol¨ªtico siguen estando fuera del debate.
Los pocos avances que hasta ahora se han producido en la crisis del euro han tenido mucho que ver con las f¨®rmulas para gobernar la econom¨ªa y muy poco con las instituciones pol¨ªticas que completar¨¢n la futura uni¨®n bancaria y fiscal. M¨¢s all¨¢ de ser la coletilla con la que los l¨ªderes europeos terminan sus discursos, la uni¨®n pol¨ªtica est¨¢ hoy m¨¢s presente en las disquisiciones acad¨¦micas que en la agenda europea. La consecuencia es que nos encaminamos hacia una mayor uni¨®n econ¨®mica, sin que se discuta a qui¨¦n cederemos soberan¨ªa: qu¨¦ ¨®rganos van a gestionarla y c¨®mo van a ser controlados por la ciudadan¨ªa.
La? Cumbre parece haber resuelto lo urgente, persisten los interrogantes sobre lo necesario
Por ello cabe preguntarse si ceder m¨¢s poder pol¨ªtico mejorar¨¢ la capacidad de los ciudadanos de influir en las decisiones de los pol¨ªticos. La respuesta es que no lo har¨¢ si no se produce una transformaci¨®n de calado en las instituciones pol¨ªticas europeas.
El mayor poder que tiene la ciudadan¨ªa en cualquier democracia es la capacidad de expulsar del poder a sus gobiernos. Precisamente es el horizonte de premios y castigos al final de la legislatura lo que hace que los pol¨ªticos tengan incentivos para no desviarse en exceso de lo que quieren los votantes. Igual de importante es el trabajo de control e informaci¨®n sobre el gobierno que realizan los partidos de la oposici¨®n.
Sin embargo, en las actuales instituciones europeas los ciudadanos no pueden expulsar a quienes gobiernan desde Bruselas, ni en el Parlamento Europeo hay nada parecido a las din¨¢micas entre un gobierno y la oposici¨®n. Adem¨¢s, en momentos de crisis hemos comprobado que el poco poder pol¨ªtico supranacional desaparece. La marginaci¨®n del Parlamento Europeo y de la Comisi¨®n en beneficio del Consejo ha terminado por reducir la estructura pol¨ªtica europea a un directorio intergubernamental entre Alemania y Francia. Lo an¨®malo de esta situaci¨®n ha quedado patente cuando miles ciudadanos segu¨ªan con impaciencia la evoluci¨®n de las din¨¢micas electorales en esos dos pa¨ªses para intentar comprender el desenlace de la crisis en el suyo. Por lo tanto, es cuestionable ceder m¨¢s soberan¨ªa si se mantienen estas instituciones o si se desconoce cu¨¢les van a reemplazarlas.
Alguien puede pensar que la cuesti¨®n de la soberan¨ªa no es tan relevante si lo que importa a los ciudadanos no es perder capacidad de decisi¨®n, sino la instauraci¨®n de un liderazgo europeo eficaz que ponga soluci¨®n a la crisis. Los datos de opini¨®n no parecen apuntar que eso sea as¨ª y, en el caso de que lo fuera, reconocerlo no alivia el problema, sino que lo agrava. La misma desesperaci¨®n que explica que muchos ciudadanos acaben aceptando gobiernos tecn¨®cratas ante la incapacidad de sus gobernantes es la que lleva a algunos l¨ªderes a plantearse perder soberan¨ªa para resolver una crisis de eficacia.
La tarea de reinventarse las instituciones pol¨ªticas europeas es m¨¢s complicada, si cabe, que las de construir el gobierno econ¨®mico. No obstante, las prisas que impone la crisis en algunos pa¨ªses no pueden servir para eludir este debate. En definitiva, la propuesta de Alemania de crear un superministro de Econom¨ªa europeo s¨®lo puede ser aceptable si se conocen las condiciones bajo las cuales los ciudadanos van a ser capaces de expulsarle del poder. Si no es as¨ª, no est¨¢ claro que ¡°m¨¢s Europa¡± mejore la capacidad de decisi¨®n de la ciudadan¨ªa. Pensar en la estructura institucional que s¨ª lo haga posible es un reto que no puede quedar socavado por la coartada de la crisis ni por las urgencias de quienes se prestan a ceder soberan¨ªa con los ojos cerrados.
Sandra Le¨®n es profesora de la UCM y colaboradora de la Fundaci¨®n Alternativas.
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