Creyentes arrepentidos
Que hablen. Es posible que alguno salga de sus creencias asesinas y se reinserte en la racionalidad
Parece ser que la direcci¨®n del viento est¨¢ cambiando. ¡°Si arrepentimiento es pesar de haber hecho algo, entre las decenas y decenas de antiguos militantes de ETA que tuve ocasi¨®n de entrevistar a fondo durante a?os no conoc¨ª ninguno que se mostrase arrepentido de haberlo sido¡±, escribe Fernando Reinares (EL PA?S, 13 de junio). ¡°Antes que preocuparnos por la reinserci¨®n de asesinos que no se arrepienten, deber¨ªamos pedirles que cuenten lo que saben¡±, a?ade Reverte (EL PA?S, 25 de junio)
La verdad es que se agradece el aire fresco, porque los miasmas del confesionario eran ya irrespirables: ¡°Patxi pide perd¨®n, aunque no se arrepiente¡±; ¡°Aitor se arrepiente, pero piensa que en el fondo ten¨ªa raz¨®n¡±; ¡°Gorka no pide perd¨®n ni se arrepiente, aunque considera la posibilidad de sentir un ligero dolor de los pecados¡±¡ ?De verdad tiene sentido comunicarnos cada d¨ªa el parte meteorol¨®gico sobre las almas, almitas y almejas de los terroristas encarcelados?
Hay dos formas diferentes de arrepentimiento: la conversi¨®n de los creyentes y la evoluci¨®n de los pensantes. Son de hecho dos cosas tan distintas que ni siquiera deber¨ªamos designarlas con el mismo t¨¦rmino, pero lo cierto es que lo hacemos continuamente en el habla cotidiana. Esta lamentable polisemia del t¨¦rmino ¡°arrepentimiento¡± est¨¢ llegando a confundirlo todo; sobre todo cuando se suma con el absurdo prestigio del perd¨®n, con la incomprensi¨®n psicol¨®gica de los naturales deseos de venganza y con la difundida creencia de que en algo hay que creer (apoyada por casi todos los fil¨®sofos).
La conversi¨®n de los creyentes supone un cambio de reba?o que no afecta para nada al abismo que separa ideas y creencias. Si pensar es cambiar de ideas, creer y dejar de creer es ir visitando iglesias sin caer nunca en el peligroso vicio del pensamiento propio. Acaba de fallecer Roger Garaudy, un cr¨¢neo previlegiado que despu¨¦s de profesar con devoci¨®n el estalinismo (durante 35 a?os) se dio cuenta un buen d¨ªa de su error¡ Y se convirti¨®, sucesivamente, al catolicismo y al islamismo (con negaci¨®n del Holocausto incluida).
Mucho m¨¢s interesante es el caso de Arthur Koestler, un ejemplo rar¨ªsimo de creyente con brotes de lucidez que despu¨¦s de pasar por el comunismo, el anticomunismo, el sionismo y la parapsicolog¨ªa, fue capaz de autodiagnosticarse el problema, tom¨® conciencia de su enfermiza propensi¨®n a los sistemas de creencias totalitarios y lo reconoci¨® con una declaraci¨®n impecable: ¡°Sufro absolutitis¡±, dec¨ªa.
Hay dos formas diferentes de arrepentimiento: la conversi¨®n de los creyentes y la evoluci¨®n de los pensantes
Los tres rasgos que caracterizan a un aut¨¦ntico creyente son totalmente opuestos a los que muestra un verdadero pensante: 1) la congelaci¨®n de un sistema de afirmaciones que dejan de ser modificables y se hacen refractarias a cualquier tipo de cr¨ªtica, refutaci¨®n o cuestionamiento; 2) la investidura emocional de ese sistema de verdades absolutas, que se cargan afectivamente hasta identificarse con el propio n¨²cleo sentimental del creyente que las ha adoptado; 3) la formaci¨®n de una comunidad definida por el sistema de creencias compartidas, en el que llegan incluso a confundirse la identidad del grupo y la de cada uno de sus miembros.
A diferencia del creyente, un pensante se caracteriza por el car¨¢cter din¨¢mico de sus conocimientos e ideas sobre la realidad. En las creencias se est¨¢, por las ideas se pasa.
El problema que plantean los militantes de ETA es que son aut¨¦nticos creyentes casi todos. Y aut¨¦nticos psic¨®patas buena parte de ellos. Los psic¨®patas no se curan, pero los creyentes algunas veces (no muchas) llegan a dejar de serlo. Para ayudarles a lograrlo es fundamental escucharlos. Se equivocan por completo quienes niegan la palabra a terroristas, violadores, fan¨¢ticos y sectarios: hay que dejarles hablar y escuchar con la mayor atenci¨®n lo que dicen. Hay que estimularles a que se expresen y llegar a comprender (sin aprobarla) la oscura l¨®gica que les ha llevado a ser lo que son. No todo el mundo, por supuesto, est¨¢ obligado a escuchar semejante discurso. No parece oportuno retransmitirlo por televisi¨®n y tampoco son precisamente sus v¨ªctimas las personas id¨®neas para prestarle o¨ªdos. Pero no hay mejor forma de combatir el horror que entrando en su interior con una escucha atenta y explorando con mente abierta y fr¨ªa hasta el ¨²ltimo rinc¨®n de sus pestilentes s¨®tanos. Hay que leer los escritos de Hitler y los de Stalin, el libro rojo de Mao y el verde de Gadafi, incluso los discursos de Franco y las proclamas de Bin Laden. Hay que leerlos, claro est¨¢, con guantes higi¨¦nicos, con ojo cr¨ªtico y con mirada cl¨ªnica. No hay que quemar a Sade, hay que analizarlo hasta la ¨²ltima coma. S¨®lo un general suicida renunciar¨ªa a la posibilidad de conocer directamente las reflexiones, las intenciones, los argumentos, las fantas¨ªas y los delirios del general que dirige el ej¨¦rcito enemigo.
Que hablen los arrepentidos. Que hablen ante el que sea capaz de escucharlos a fondo y ayudarles a comprender el sentido oculto de sus palabras. Es posible que entonces alguno logre realmente salir de sus creencias asesinas y reinsertarse en la racionalidad.
Jos¨¦ L¨¢zaro es profesor de Humanidades M¨¦dicas en la Universidad Aut¨®noma de Madrid. Es autor de Vidas y muertes de Luis Mart¨ªn-Santos y de Creencias mort¨ªferas (En prensa).
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