Por una escuela p¨²blica, laica y literaria
Se educa al ni?o para decirle que, por muy raro que pueda parecer, es posible la felicidad
Son numerosos los cuentos infantiles que giran sobre el temor de los ni?os a ser rechazados por los adultos. Suelen terminar con el regreso a casa de sus peque?os protagonistas. Cuando esto sucede, ya no son los mismos que aquellos que fueron abandonados. Se han enfrentado a los peligros del mundo y regresan preparados para asumir los compromisos del crecimiento. Y lo hacen, esto suele olvidarse, portando con ellos los tesoros del mundo de la infancia: las riquezas de la bruja, la gallina de los huevos de oro, el bot¨ªn que se guardaba en la cueva de Al¨ª Bab¨¢.
Los cuentos maravillosos contienen una ense?anza para ni?os y adultos. Al ni?o le dicen que la vida es extra?a, y que tendr¨¢ que enfrentarse a numerosos peligros al crecer, pero que si es noble y generoso lograr¨¢ salir adelante; y al adulto, que no debe abandonar del todo su infancia, pues su vida se empobrecer¨¢ si lo hace. ¡°Somos todos¡±, escribi¨® Ortega, ¡°en varia medida, como el cascabel, criaturas dobles, con una coraza externa que aprisiona un n¨²cleo ¨ªntimo siempre agitado y vivaz. Y es el caso que, como el cascabel, lo mejor de nosotros est¨¢ en el son que hace el ni?o interior al dar un brinco para libertarse y chocar con las paredes de su prisi¨®n¡±.
Nadie puede discutir el papel que ha representado la escuela p¨²blica en esta reivindicaci¨®n de la autonom¨ªa de la infancia, ni el esfuerzo que se han visto obligados a realizar varias generaciones de maestros y maestras para lograr una ense?anza que no se dirija a un ni?o privilegiado sino al ni?o ¨²nico, a ese ni?o que en el fondo son todos los ni?os, al margen de su sexo, clase, raza, religi¨®n o capacidad.
La ense?anza debe ser p¨²blica, laica y, como afirma Federico Mart¨ªn Nebreda, literaria. S¨®lo siendo p¨²blica se asegurar¨¢ la igualdad de oportunidades, y la atenci¨®n a los menos favorecidos; s¨®lo siendo laica, sus valores ser¨¢n los principios universales de la raz¨®n y no estar¨¢n dictados por ninguna iglesia ni sujetos a dogmas particulares. Y s¨®lo siendo literaria el adulto acertar¨¢ a ponerse en el lugar de los ni?os y a mirar por sus ojos. Porque es verdad que los ni?os van a la escuela a aprender una serie determinada de saberes, matem¨¢ticas, geograf¨ªa, ciencias naturales, pero tambi¨¦n a hablar con esa voz que s¨®lo a ellos pertenece y que hay que saber escuchar.
A la educaci¨®n racional, basada en la trasmisi¨®n ordenada de conocimientos objetivos, debe a?adirse otra, basada en el amor y en el reconocimiento del valor y el misterio de la infancia. Montaigne no aprobaba la pasi¨®n de hacer caranto?as a los reci¨¦n nacidos, por considerar que carec¨ªan de toda actividad mental y eran indignos de nuestro amor, llegando a no soportar que se les diera de comer en su presencia, y durante mucho tiempo el ni?o que era demasiado peque?o para participar en la vida de los adultos era considerado un ser inferior que deb¨ªa permanecer en el ¨¢mbito dom¨¦stico y de las mujeres. Pero el ni?o es algo m¨¢s que una criatura imperfecta a la que hay que llevar de la mano hasta que se transforme en alguien semejante a nosotros. El ni?o, como ha dicho Fran?ois Dolto, es el m¨¦dium de la realidad. Su voz, como la del poeta, es la otra voz, la voz que nos sit¨²a en el ¨¢mbito de esas experiencias b¨¢sicas, la del conocimiento, la del amor, la de la imaginaci¨®n, sin las que nuestro coraz¨®n se agostar¨ªa inevitablemente.
La educaci¨®n debe tener un contenido rom¨¢ntico
Por eso la escuela debe ser literaria y el maestro, antes que nada, alguien que cuenta cosas. Un maestro no necesita para esta tarea que los ni?os le entiendan, debe arregl¨¢rselas para que le sigan, para que vayan donde ¨¦l va. Como el flautista de Hamelin, debe contagiar a los ni?os su felicidad y su arma para lograrlo son las palabras. No las palabras de las creencias, que le dicen al ni?o c¨®mo debe pensar y vivir; sino las palabras libres del relato, que le animan a encontrar su propio camino. Sherezade encanta al sult¨¢n con sus historias y as¨ª logra salvar la vida; la Peque?a Cerillera ilumina el mundo con sus fr¨¢giles f¨®sforos, y en un cuento de Las mil y una noches un muchacho ve c¨®mo un grupo de ladrones hace abrirse la monta?a donde guardan sus tesoros con una palabra. Las palabras de la escuela deben ser ese ?¨¢brete S¨¦samo! capaz de abrir las piedras y llevar al ni?o a la cueva donde se guardan los tesoros del coraz¨®n humano. Pero tambi¨¦n, como las llamas de la cerillera, deben ayudarle a ver el mundo. No s¨®lo a ver mejor, sino a ver lo mejor, como quer¨ªa Juan de Mairena.
Rainer Maria Rilke escribi¨® que la verdadera patria del hombre es la infancia. Frente a la idea de la infancia como un mero estadio de transici¨®n hacia el estado adulto, el poeta alem¨¢n postula la autonom¨ªa radical de la infancia. A¨²n m¨¢s, la ve como un estadio superior de la vida, como esa patria a la que antes o despu¨¦s es necesario volver. George Bataille dijo que la literatura es la infancia recuperada; George Braque, que cuando dejamos de ser ni?os estamos muertos; y J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, que los dos a?os son el principio del fin. No se trata de que el ni?o no deba crecer, sino de valorarle por eso que es en s¨ª mismo y que le hace ser soberano de un reino del que solo ¨¦l tiene la llave.
Las palabras de la literatura hablan de esa patria perdida. Hacen vivir las preguntas, nos ense?an a ponernos en lugar de los dem¨¢s y tienden puentes entre realidades separadas: el mundo del sue?o y el mundo real, el de los vivos y los muertos, el de los animales y los hombres. Las palabras de la escuela deben seguir esta senda. ?C¨®mo podr¨ªa ponerse en contacto un maestro o una maestra, que son adultos, con un ni?o si no es con palabras as¨ª?
La educaci¨®n debe tener un contenido rom¨¢ntico. Se educa al ni?o para decirle que en este mundo, por muy raro que pueda parecer, es posible la felicidad. Educar es ayudar al ni?o a encontrar lugares donde vivir, donde encontrarse con los otros y aprender a respetarles. Lugares, a la vez, de dicha y de compromiso. Donde ser felices y hacernos responsables de algo. Blancanieves huye al bosque, se encuentra con la casa de los enanitos y pasa a ser una m¨¢s en su peque?a comunidad; Ricitos de oro, al utilizar los platos, sillas y camas de los osos se est¨¢ preguntando sin saberlo por su lugar entre los otros. Una casa hecha para escuchar a los dem¨¢s y estar pendiente de sus deseos y sue?os, donde hacernos cargo incluso de lo que no entendemos, as¨ª deber¨ªan ser todas las escuelas.
Educar no es pedirle al ni?o que renuncie a sus propios deseos, sino ayudarle a conciliar esos deseos con los deseos de los dem¨¢s. En un cuento de Las mil y una noche dos ni?os viven felices en su palacio, donde tienen todo lo que pueden desear. Una tarde ayudan a un anciano y este, en se?al de agradecimiento, les habla de un jard¨ªn donde pueden encontrar las cosas m¨¢s maravillosas. Y los ni?os, desde que oyen hablar de un lugar as¨ª, solo viven para encontrarlo. Adorno dijo que la filosof¨ªa era preguntarnos no tanto por lo que tenemos sino por aquello que nos falta. Eso mismo debe hacer la educaci¨®n, incitar al ni?o a no conformarse, a buscar siempre lo mejor. ?Para qu¨¦ le contar¨ªamos cuentos si no tuvi¨¦ramos la esperanza de que puede encontrar en el mundo un lugar donde los p¨¢jaros hablan, los ¨¢rboles cantan y las fuentes son de oro? A¨²n m¨¢s, ?si no fuera para encontrar tambi¨¦n nosotros, los adultos, gracias a los ni?os, lugares as¨ª?
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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