Contra el recuerdo
Hemos de respetar el dolor de quien ha vivido el horror, pero para explicarnos qu¨¦ ocurri¨® y por qu¨¦
Cuando Charles de Gaulle, presidente de Francia y reconstructor de su memoria hist¨®rica, resolvi¨® que Argelia deb¨ªa ser independiente, uno de sus consejeros empez¨® a objetar: ¡°?Tanta sangre derramada!¡±. El general le cort¨® en el acto, adaptando al caso un proverbio latino: ¡°Nada se seca antes que la sangre¡±. Y Argelia accedi¨® a la independencia.
Cuenta la an¨¦cdota David Rieff en Contra el recuerdo (Against Remembrance), un libelo escrito en contra de la memoria hist¨®rica y donde defiende que si el recuerdo puede ser amigo de la justicia, raramente lo es de la paz. Rieff fue testigo, como periodista b¨¦lico, de la desintegraci¨®n de la antigua Yugoslavia, un Estado imposible, cuyos habitantes, divididos en etnias irreconciliables, recordaban las matanzas durante la Segunda Guerra Mundial solo para tratar de vengarse de ellas dos generaciones despu¨¦s. La tesis, como todas las suyas, es pol¨¦mica, pero tiene muchos puntos a su favor: juntos, el recuerdo y el resentimiento, la retribuci¨®n y la revancha, el rencor y la rabia son remedios rastreros. Uno prefiere la paz, la piedad y el perd¨®n, aunque sabe del triste destino de quien las propusiera para acabar con la carnicer¨ªa de la Guerra Civil espa?ola. Rieff insiste mucho en que la memoria colectiva es ceremonial y conmemorativa, en que solo es un suced¨¢neo de la historia, o en que las naciones carecen de memoria, pues recordar es patrimonio de los seres humanos.
Mas hay ah¨ª una confusi¨®n entre recordar y conocer, entre lo que los psic¨®logos llaman ¡°memoria epis¨®dica¡± o autobiogr¨¢fica, el recuerdo de aquello que hemos vivido, y ¡°memoria sem¨¢ntica¡± o el conocimiento que hemos adquirido solo porque nos lo han ense?ado, una distinci¨®n feliz acu?ada por la gran psic¨®loga Endel Tulving hace 40 a?os. Aplicada a la memoria hist¨®rica, quiere decir que hemos de respetar el dolor de quien ha vivido el horror, propio o de los suyos, pero que la funci¨®n primordial de la historia no es hacernos revivir el pasado, sino explicarnos qu¨¦ ocurri¨® y por qu¨¦. Nadie puede recriminar a un jud¨ªo superviviente del Holocausto por no poder sufrir la m¨²sica de Richard Wagner, pero, hist¨®ricamente, imputar la Shoah a un compositor muerto en 1883 es un anacronismo, como se harta de repetir Daniel Barenboim, el director wagneriano ¡ªy jud¨ªo¡ª m¨¢s famoso de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Las diatribas de Rieff contra la remembranza dan en el clavo cuando apuntan a que, al final, todo se olvida, pues ninguno de nosotros ha vivido las Cruzadas o la ca¨ªda de Constantinopla. Son cosas que ya solo nos pueden ense?ar ¡ªla Primera Cruzada empez¨® en 1095 y el Imperio Bizantino cay¨® en 1453, ?lo recordaban ustedes?¡ª pues ning¨²n ser humano vivo puede recordar haberlas vivido. Y quienes apuntan a la circunstancia de que los contempor¨¢neos nos seguimos aprovechando de las ventajas mal ganadas por los vencedores de conquistas atroces aciertan cuando defienden que las responsabilidades se pueden heredar, pero jam¨¢s cuando afirman que tambi¨¦n lo hacen las culpas. No es as¨ª, la culpa es personal y nuestros hijos jam¨¢s habr¨ªan de ser considerados culpables de nuestros cr¨ªmenes.
Rieff, viajero en lugares remotos, ha visto demasiadas estatuas erigidas para reyes entre los reyes, derribadas, medio enterradas en la arena, irreconocibles y justamente olvidadas. Y tiene raz¨®n cuando pide un l¨ªmite a la reviviscencia de sucesos tr¨¢gicos del pasado. Todo lo cual, insisto, no deber¨ªa de ser obst¨¢culo alguno a la indagaci¨®n hist¨®rica, al buen trabajo de los historiadores, ajeno al de los legisladores, quienes, por m¨¢s que lo hayan intentado y sigan haci¨¦ndolo, nunca consiguen imponer un mito por ley. El Edicto de Nantes, dictado en 1598 por Enrique IV, rey de Francia, prohib¨ªa a sus s¨²bditos recordar las guerras de religi¨®n entre cat¨®licos y protestantes, la legislaci¨®n francesa inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial corri¨® un velo sobre los ajustes de cuentas que la cerraron y leyes m¨¢s modernas han llegado a prohibir la reproducci¨®n fotograf¨ªas de Jean Paul Sartre fumando, algo que el intelectual por antonomasia hac¨ªa continuamente, pero a quien una generaci¨®n de franceses ve¨ªa, entre asombrada y c¨ªnica, hacer el signo churchilliano de la victoria, pues hab¨ªan censurado la imagen del cigarrillo entre sus dedos medio e ¨ªndice. Al final, siempre en vano. Y suerte que Francia es una democracia, pues las imposiciones legales de mitos hist¨®ricos en la mayor parte de los pa¨ªses del mundo, que no lo son, resultan estremecedoras, no solo hilarantes o, a lo sumo, inc¨®modas para la libertad de prensa.
La culpa es personal y nuestros hijos jam¨¢s habr¨ªan de ser considerados culpables de nuestros cr¨ªmenes
?Es bueno olvidar? Muchos juristas creen que la retribuci¨®n est¨¢ anclada en el ser humano y que la contemplaci¨®n grave del castigo ritual distingue a la justicia de la venganza, recomponiendo el orden social alterado por el transgresor. Quiz¨¢s. Pero de nuevo algunos psic¨®logos, como Kevin Carlsmith, ofrecen fundamento cient¨ªfico a la intuici¨®n antigua de que la reclamaci¨®n reaviva el dolor sufrido, de que instigar el castigo hiere tambi¨¦n a quien insta su imposici¨®n. El general De Gaulle, culto como todos sus sucesores en la presidencia de la rep¨²blica que fundara, conoc¨ªa bien el tenor original del proverbio que cit¨®: nada se seca antes que una l¨¢grima.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil en la Universidad Pompeu Fabra.
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