Sin pilotos
La f¨®rmula de exterminio sin riesgo adoptado para la guerra, el Sistema la aplica igualmente a la econom¨ªa
Los aviones de combate sin piloto, cargados con bombas de alto grado de excelencia, reciben una orden desde el teclado de una computadora situada en un lugar desconocido. Aceptada esta orden por el disco duro, estos aviones despegan de alg¨²n punto del planeta; vuelan miles de kil¨®metros y con una precisi¨®n matem¨¢tica dejan caer su carga mort¨ªfera sobre el objetivo, una f¨¢brica, un hospital, un puente o una cocina donde una madre est¨¢ guisando un potaje para la familia y luego vuelven al hangar con la misi¨®n cumplida. Ese t¨¦cnico an¨®nimo que en el Pent¨¢gono o desde cualquier base militar ha pulsado la orden ya no debe preocuparse de m¨¢s. La m¨¢quina realizar¨¢ el trabajo mientras ¨¦l se est¨¢ tomando un whisky en el bar con los amigos o recoge a su hijo del colegio para llevarlo a una fiesta de cumplea?os. Parece que la responsabilidad hubiese sido transferida a la inform¨¢tica, puesto que la culpa en este caso es suplida por la as¨¦ptica perfecci¨®n a la hora de aniquilar al enemigo. Sucede lo mismo en el mundo de las finanzas. La f¨®rmula de exterminio sin riesgo adoptado para la guerra, el Sistema la aplica igualmente a la econom¨ªa a trav¨¦s de los movimientos del mercado cuyos ataques se producen tambi¨¦n a trav¨¦s de teclados con manos perfumadas, distantes. Los mercados financieros operan como los aviones de guerra sin pilotos. Desde un ordenador el ente misterioso que maneja bonos y fondos de inversi¨®n mueve el dinero global con ¨®rdenes de compra o de venta con un inter¨¦s que bascula siempre entre la codicia y el p¨¢nico. Nadie sabe de d¨®nde procede el primer impulso y qui¨¦n pasa al final la guada?a sobre el tapete de esta ruleta planetaria. En la guerra moderna los militares ya no tienen rostro; en la econom¨ªa existen cada d¨ªa menos empresarios visibles, de carne y hueso. Han sido sustituidos por pulsiones digitales. Un agente especulador da una orden y comienzan a caer bombas sobre la deuda, los bancos, la bolsa, la prima de riesgo mientras ¨¦l se va con su novia a las Maldivas a bucear entre corales. Frente a la figura fan¨¢tica del suicida, que entrega su vida por un ideal o del empresario rom¨¢ntico que monta un negocio con su esfuerzo, el Sistema ha convertido la econom¨ªa, como la guerra, en un videojuego mort¨ªfero, sin riesgo ni culpa.
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