Por Guinea Conakry (1): el rechazo
¡°?GUINEA CONAKRY? ?POR QU? GUINEA CONAKRY? ?Por qu¨¦ complicarte la vida?¡±, me dice el casero liban¨¦s frunciendo el entrecejo, llev¨¢ndose una mano a la cabeza. ¡°?Por qu¨¦ no te vas a Namibia? un pa¨ªs maravilloso¡±. Unas horas m¨¢s tarde, mientras me llevo una cuchara de arroz a la boca, Elena parafrasea las palabras de una amiga francesa, ¡°Guinea es la letrina del ?frica del Oeste¡±.
Todo iba bien. A la tarde, de vuelta en la oficina, John abre mucho los ojos al referirse al aeropuerto de Conakry, ¡°mi mujer tuvo muchos problemas all¨ª, es un aeropuerto muy corrupto¡±. Ya es de noche cuando coincido con el embajador de Luxemburgo dentro de un Nissan Patrol y al mentar la palabra m¨¢gica, ¡°Guinea¡±, el diplom¨¢tico mira por la ventanilla y a?ade despu¨¦s de un soplido, ¡°no s¨¦, yo no ir¨ªa otra vez¡±. A la madrugada, coincido en un pub con Monique, ya sabes, autoproclamada como la enemiga p¨²blica n¨²mero uno de Guinea donde pas¨® siete a?os. Sus declaraciones no sorprenden: ¡°Nada, ah¨ª no hay nada, ?no vayas!¡±.
La verdad es que si te pon¨ªas a pensar. La mayor¨ªa que se dejaba ver por ?frica del Oeste, prefer¨ªa aterrizar en Ghana, Sierra Leona, Mali o Costa de Marfil, pero pocos decid¨ªan poner sus pies en Guinea Conakry. Era tal el rechazo a esta naci¨®n por parte de todas mis fuentes consultadas, que ya me empezaba a resultar extra?o que efectivamente Guinea Conakry estuviese ah¨ª, haciendo frontera con Liberia, Sierra Leona, Costa de Marfil y m¨¢s pa¨ªses, ?realmente exist¨ªa esa tierra?
As¨ª que despu¨¦s de todas esas opiniones sobre Guinea y la confusi¨®n que me produc¨ªa este ?pa¨ªs?, ya ten¨ªa todos los argumentos a mi favor para irme hacia all¨¢. Confiaba en la nada, confiaba en el brillo, eso era todo. Y a las pocas horas, aqu¨ª me ten¨ªas: aeropuerto de Conakry-G¡¯bessia. A caminar. Mientras bajaba las escalerillas met¨¢licas del avi¨®n, recordaba a¨²n los ojos desorbitados de John al referirse a este aeropuerto, pensamiento que colision¨® frontalmente al descubrir a varias bellas azafatas se?al¨¢ndome a un hombre de gran joroba y cartel en mano con mi foto y mi nombre escrito a bol¨ªgrafo. Estrech¨¦ la mano de este hombre y cuando me adelant¨® portando una de mis maletas, me fij¨¦ como uno de sus hombros superaba claramente en altura al otro, provocando un balanceo con cierto sabor a Transilvania. Algo as¨ª.
Fuera me esperaba Samory y su taxi color vino tinto. Despu¨¦s de negociar breve y amistosamente el precio, nos pusimos en marcha. Ya era de noche. Y as¨ª. La Autoroute a la altura del ¨¢rea de Matoto y que se fund¨ªa m¨¢s adelante con la Route du Niger se convert¨ªa en la carretera que nos alejaba del aeropuerto para vaciarse de luz y ofrecernos de pronto un contorno de gentes, de mucha gente abalanz¨¢ndose sobre la carretera y saltando desde aceras y medianas. Centenares de j¨®venes atl¨¦ticos brincando sobre el asfalto, uni¨¦ndose a otras multitudes que se aproximaban desde el fondo como si viniesen de una gran manifestaci¨®n. Samory lleg¨® a frenar, varios coches dieron media vuelta, pero repentinamente todo el gent¨ªo se fue dispersando, calmando y finalmente mezcl¨¢ndose en la noche. ?Qu¨¦ era todo esto?
Seguimos nuestra marcha para bordear ahora hileras de chabolas, alumbradas t¨ªmida pero firmemente por quinqu¨¦s, centenares de quinqu¨¦s que llenaban la noche de puntitos amarillos y abr¨ªan sendas como las que nos arrastr¨® hasta un Hotel del barrio de Mini¨¨re, mi residencia en Guinea Conakry. Un pa¨ªs. El hotel era m¨¢s bien un compound con dos bloques dentro de varias plantas. Una parte dedicada a la recepci¨®n y al comedor, mientras que los clientes dorm¨ªan en el otro trozo de hormig¨®n. Todo era peque?o, todo era acogedor, y tras dejar los b¨¢rtulos en una habitaci¨®n entronizada por una hermosa mosquitera, Samory me llev¨® a Le Patio, un restaurante que yo llevaba apuntado en un papel.
Le Patio consist¨ªa en una terraza donde se esparc¨ªan mesas y sillas bajo un techo de rafia a la izquierda y un jard¨ªn al descubierto donde apenas hab¨ªa gente, a la derecha. Una agradable mujer francesa me recibi¨® y me ofreci¨® un asiento. Ped¨ª una pizza Neptuno que no era nada del otro mundo. S¨ª, claro que pod¨ªa haber comido pollo, cassava, arroz, pero hac¨ªa siglos que no me llevaba un trozo de pizza a la boca ?para qu¨¦ una vez m¨¢s pollo, cassava y arroz?. En el restaurante, que ten¨ªa su cosa, con la terraza, las velas, el ambiente nocturno, hab¨ªan varias parejas guineanas y tambi¨¦n francesas. Una coexistencia racial que no se da ni mucho menos en toda ?frica. Pensaba en todo eso, en todo aquello, cuando la mujer francesa me despert¨® para preguntarme con una sonrisa burlona si yo tambi¨¦n trabajaba para Rio Tinto.
Despu¨¦s de cenar, decid¨ª ir al pub discoteca Ipso facto, que encontramos en medio de unas chabolas gracias a un luminoso anaranjado al que deb¨ªan faltarle muchas bombillas. Un portero cuadrado me cobr¨® cuarenta mil francos guineanos y luego otro tipo tecle¨® varios botones de la puerta a modo de contrase?a y ¨¦sta se abri¨® autom¨¢ticamente. Dentro descubr¨ª un pub un tanto oscuro, dominado por una bola plateada en el techo y muchos espejos. Mientras me tomaba un ron cola, me dije a m¨ª mismo tres cosas. La primera no me acuerdo. La segunda es que era viernes, eran las once y pico y a¨²n el bar estaba vac¨ªo, algo raro en ?frica. ?Exist¨ªa Guinea? La tercera cosa u objeto que me dije es que las pocas mujeres que deambulaban por la discoteca eran realmente guapas. A los pocos d¨ªas supe que la mayor¨ªa de estas apuestas mujeres proven¨ªan de la etnia pular o fula, que conviven principalmente con los malink¨¦s y los susus, etnias mayoritarias del pa¨ªs. Un pa¨ªs que me ofrec¨ªa una noche y una discoteca que ya se hab¨ªa llenado, as¨ª sin avisar, sin existir. Como Guinea Conakry.
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