Por Guinea Conakry (4): en Kindia
¡°S?, DA TIEMPO DE IR A KINDIA EN UN D?A¡±, me dijo Moussa al tiempo que pisaba el acelerador de su Renault gris. Samory ya me hab¨ªa dicho anoche que su amigo Moussa me llevar¨ªa hoy fuera de Conakry, ¡°y si vas a Kindia, ya sabes: ve a ver a mi familia¡±. Dejar atr¨¢s Conakry no fue f¨¢cil, estorbada la capital por un tr¨¢fico que serpenteaba en colas maratonianas e irregulares. El bullicio insist¨ªa incluso una vez hab¨ªamos salido de la ciudad, encontr¨¢ndonos muchas veces en medio de una fila infinita de coches incapaces de avanzar siquiera un metro. Era un poco. Desesperante. Refulg¨ªan los colores, y el polvo se introduc¨ªa sigiloso dentro del Renault, v¨ªctima de los escupidos de las llantas de los veh¨ªculos que se colaban por el camino de tierra de la derecha, opci¨®n que Moussa acab¨® por hacer suya y s¨®lo as¨ª pudimos avanzar.
Durante el camino nos abrig¨® un paisaje verdoso, ondeado de colinas y un cierto tono a espigas que insinuaba la sabana y el ¨¢rea del Sahel mucho m¨¢s al Norte. El paisaje constitu¨ªa un ente ordenado, en armon¨ªa con la vegetaci¨®n colindante, con los otros ¨¢rboles: hab¨ªa sitio para todos. El d¨ªa era soleado, y en medio de una brisa quiz¨¢s agradable, llegamos a Kindia y sus rasgos africanos: casas de zinc y adobe, caminos de tierra. Desde arriba, el verde y las monta?as nos observaban.
En el refrescante y acogedor Hotel Mabasi, Moussa y yo dimos buena cuenta de unas paletas de cordero que estaban de lo m¨¢s jugosas. Se daba mucho la carne en Guinea. Divisabas abundante ganado transitando y paciendo por los caminos, mucha oveja (pronto se celebrar¨ªa adem¨¢s la fiesta musulmana de la oveja) abundantes vacas, cabras. Moussa se limpi¨® la boca y me dijo que regresar¨ªa en unos minutos. A su vuelta, apareci¨® con un rostro un tanto cabizbajo que encontr¨® su coherencia cuando me revel¨® que hab¨ªa sido imposible encontrar un gu¨ªa para subir el Gangan, la monta?a que le da m¨¢s vida a Kindia. ¡°Ve a ver a mi familia¡±, me hab¨ªa dicho Samory. Tras varios suspiros intercalados de sonrisas, Moussa concluy¨® con un ¡°da igual, yo ser¨¦ tu gu¨ªa, vamos¡±.
Sobre caminos de tierra, nos fuimos abriendo paso con el Renault a trav¨¦s de Kindia, Moussa se hizo con unas nueces y fren¨® justo a los pies del camino que finalizaba en un alt¨ªsimo y presumido Gangan que nos miraba distante y retador. El orgullo. Acuciado de una sobredosis de urbanismo y coches en Conakry, la paz y calma propiciada por aquel paisaje tan verde, tan tranquilo, tan claro, oliendo a sabana, provoc¨® en m¨ª las ganas de agarrar al tiempo por los hombros y pararlo, de descansar indefinidamente sobre la mansa hierba. El puro aire. El mismo aire que mojaba las mejillas de la gente de la monta?a como aquellas mujeres a lo lejos, transportando sus cubos sobre las cabezas, ni?os correteando, y los mayores ejerciendo el derecho a la contemplaci¨®n.
Moussa hizo un gesto con la cabeza y comenz¨® a caminar como si le fuese la vida y todo lo dem¨¢s en ello. Negu¨¦ con las rodillas varias veces, interiormente molesto por la imposibilidad de pararme, de progresar en zigzag, de volver, sabes, perdi¨¦ndome entre mis pensamientos y el paisaje, alguna foto. En lugar de ello, deb¨ªa seguir la estela del ol¨ªmpico Moussa que no bajaba el ritmo, la locura. Pens¨¦ que a veces un gu¨ªa es como a veces un taxista, r¨¢pido, r¨¢pido, otro cliente, otro cliente. A¨²n as¨ª. A pesar de todo. Resultaba imposible obviar las caricias de la madre naturaleza, llena de silencios y anestesia, tendiendo alfombras de sosiego y solaz. No hab¨ªa nada que hacer contra. Ella.
Seguimos subiendo. Casi todo era verde y un tanto amarillo, pero al llegar a una especie de rellano, nos topamos con una cascada desde cuya cima los ni?os se tiraban desnudos a modo de tobog¨¢n, viniendo a caer en un peque?o lago. Se lo pasaban bomba y cuando saqu¨¦ la c¨¢mara, todos saltaron en frente m¨ªa para salir retratados. Algunos ni?os me llamaban ¡°fote¡± (o algo as¨ª) entre risas, palabra que escuchar¨ªa a menudo los siguientes d¨ªas. ¡°Fote¡±, me explic¨® Moussa viene a significar ¡®hombre blanco¡¯ y vendr¨ªa a ser paisana del cl¨¢sico ¡®white man¡¯ que tanto se escucha en la ?frica angl¨®fona. Moussa, divertido, me dijo que les contestase a los ni?os con un ¡°foriat¡± (o algo as¨ª) que quiere decir ¡®hombre negro¡¯. ?Fote! ?foriat! ?fote! ?foriat! M¨¢s risas.
Moussa se sent¨® sobre una piedra, completamente transpirado en sudor y con la boca abierta, observando como las mujeres del mercado nos dejaban atr¨¢s. ¡°Estoy muy cansado¡±, me dijo el guineano con la lengua fuera. Yo frunc¨ª un tanto los labios y pregunt¨¦ cuanto nos quedaba. Moussa me dijo que unos diez minutos y la decisi¨®n entonces estaba clara: hab¨ªa que hacer el ¨²ltimo esfuerzo. Moussa bebi¨® m¨¢s agua y al poco nos pusimos en marcha, y casi sin darnos cuenta llegamos a la cima de la monta?a, ocupada por una alde¨ªta con sus casas de adobe y techos de paja. Era Kiria. Un hombre sentado en un banco de madera nos mir¨® un tanto inc¨®modo, como si le hubi¨¦semos interrumpido su paz. Me sent¨¦ a su lado y poco a poco nuestras energ¨ªas se compenetraron, hasta el punto de que acab¨® ofreci¨¦ndome un guayabo. Le pregunt¨¦ al hombre por la familia de Samory y me indic¨® con un gesto una casita al fondo y me puse en pie. Camin¨¦ junto a Moussa y al llegar a la casa, varias mujeres y unos cuantos muchachos y beb¨¦s me miraron entre precavidos y asustados. Llevaban unos harapos muy rasgados y permanec¨ªan en pie frente a unos calderos sucios que calentaban unas mazorcas de ma¨ªz.
Pas¨® un siglo antes de decirles que ven¨ªa de parte de Samory y casi simult¨¢neamente esbozaron una enorme sonrisa y profirieron varios sonidos de alegr¨ªa. A los pocos minutos me sacaron una silla de mimbre y me rodearon de pl¨¢tanos, pomelos¡ Luego los chicos de la familia se adentraron en las chabolas y salieron con varias fotos donde se pod¨ªa apreciar a Samory rodeado de su familia, juntos en la playa, recolectando cocos o simplemente corriendo en medio del bosque. Yo sonre¨ª y despu¨¦s de darle una mordida a un pl¨¢tano, no supe qu¨¦ decir y les volv¨ª a sonre¨ªr. Nos intercambiamos varias sonrisas m¨¢s, sin necesidad de hablar y a continuaci¨®n les di dinero con todo el placer del mundo, dinero que recibieron con toda naturalidad, con dignidad, sin aspavientos, sin jolgorios. Con la misma categor¨ªa que he visto en otros pobres cuando reciben dinero del rico. Moussa tambi¨¦n le dio algo a la familia y recogi¨® unos cuantos pomelos y pl¨¢tanos.
Cuando el sol amenazaba con ponerse, decidimos abandonar Kiria. Moussa agit¨® su mano y me dijo que lo siguiese, que se sab¨ªa bien el camino. Nos acompa?aban una madre jovencita y dos muchachos, familiares de Samory. Atravesamos varios caminos verdosos, rodeados de peque?os jardines naturales, adentr¨¢ndonos en un milagro verde. En medio de una senda de tierra, le ped¨ª a la joven madre que me hiciese una foto, y ¨¦sta me retrat¨® y sonri¨® con una pureza y una bondad imposibles de conjugar con la envidia, los celos, la rabia. Todo eso. Un volver a nacer. Como el agua cristalina. Cuando ya hab¨ªamos dejado atr¨¢s el vergel verde, la chica y los muchachos se despidieron con m¨¢s sonrisas y regresaron a Kiria. Moussa y yo continuamos descendiendo una bajada escarpada y salpicada de rellanos verdosos. A los pocos minutos, el guineano dio media vuelta, se introdujo por una vereda dudosa, volvi¨® a retroceder, se llev¨® un dedo de su mano derecha y otro de su izquierda a las sienes y nunca reconoci¨® que se hab¨ªa perdido. Tras varios enredos m¨¢s, pudimos al fin encontrar un sendero que nos llevaba de vuelta a Kindia en medio del verde y algo de amarillo.
En Kindia Moussa me propuso visitar las cataratas de La Voile de la Mari¨¦e, ¡°a¨²n hay tiempo¡±, me dijo mirando el reloj, y nos acercamos a las cascadas a trav¨¦s de un camino de tierra y baches. El domingo dormitaba, apenas viv¨ªa el guardi¨¢n y un artista tranquilo que me mostr¨® su colecci¨®n de m¨¢scaras. Di varios pasos sobre el jable y me ergu¨ª junto a la colosal catarata que me remojaba de calma y un nuevo mundo con las gotitas que sal¨ªan despedidas del contacto del torrente con un lago sereno. Segu¨ªa elevado, sobre un trozo de arena, una min¨²scula playa rodeada de ¨¢rboles de bamb¨² que te enredaban de sosiego y silencios. Abr¨ª los ojos m¨¢s tarde y decid¨ª comprar una m¨¢scara. La m¨¢scara que seg¨²n los africanos, sirve de transmisor entre el mundo invisible y desconocido y la realidad. Ah, la realidad.
(*) Nuno Cobre vive, escribe y publica su blog Las palmeras mienten desde alg¨²n lugar de ?frica. Y tiene otra manera de ver el continente, desde el expatriado con el cuerpo fisicamente all¨ª, pero con los recuerdos y la mirada de un mundo m¨¢s occidental, que irremediablemente se entremezclan, van y vienen. Otras entradas: En qu¨¦ quedamos tiempo, De Rosa Cebra y otros colores, Enfadados, Un viaje o esta serie sobre Guinea Conakry.
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