L¨¢grimas
Un d¨ªa te quedaste sin trabajo y los papeles de la casita que llevaban tu firma se volvieron sentencias ejecutivas
Qu¨¦ felices seremos los dos y qu¨¦ dulces los besos ser¨¢n, pasaremos la noche en la luna, viviendo en mi casita de papel: eso cantaba Jorge Sep¨²lveda con voz de terciopelo all¨¢ en la posguerra. En esa ¨¦poca gran parte del pa¨ªs aun estaba bajo los efectos de las bombas, pero en medio de los escombros comenz¨® a brotar el af¨¢n de poseer, aunque fuera en la luna, esa casita de papel donde pasar la noche, un sue?o que muchos espa?oles no pudieron cumplir hasta 60 a?os despu¨¦s. Durante ese tiempo se pas¨® del boniato a las cocochas carameladas de la nueva cocina, de la nublada tiran¨ªa de un general gal¨¢pago a la soleada playa azul de la libertad, del bacilo de Koch a los espl¨¦ndidos cuerpos de una juventud saludable y bien alimentada. Finalmente todo parec¨ªa ir bien. Por todas partes las gr¨²as de la construcci¨®n ayudaban a tapar con ladrillos el horizonte. Por lo dem¨¢s solo hab¨ªa que entrar en el banco de la esquina, llenar unos formularios, firmar abajo sin leer la letra peque?a y recib¨ªas un cr¨¦dito junto con los parabienes del director y del notario. Ya eras el due?o de aquella casita de papel, que cantaba Sep¨²lveda echando caramelos por la boca. La casita no estaba en la luna, sino en una barriada de extrarradio; era un piso conseguido con mucho trabajo, con mucho sudor. All¨ª los besos de las parejas fueron muy dulces durante algunos a?os, en los patios de luz goteaba felizmente la colada y en el hueco de la escalera resonaban los gritos y las risas de los ni?os. Pero aquella casita era de un papel repleto de trampas de la hipoteca que hab¨ªas firmado con ilusi¨®n en el banco ante un notario muy afable y un director sonriente. Un d¨ªa te quedaste sin trabajo y un dogal de hierro comenz¨® a constre?irte la garganta. Todos los papeles de la casita que llevaban tu firma se volvieron sentencias ejecutivas. El banquero acudi¨® al juez y el juez llam¨® a la polic¨ªa. Te echaron de casa sin piedad para que siguieras pagando la deuda al banco desde la calle. En la crisis del 29 se arrojaban al vac¨ªo los banqueros, ahora son sus hipotecados los ¨²nicos que se tiran por la ventana. Me dijo un notario: antes era la fiesta de la compraventa, ahora es la tragedia del desahucio la que salva de la crisis mi despacho.
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