La gorila
En el rango de la ferocidad el ser humano lleva la corona de rey, el ¨²nico capaz de matar solo por placer, un honor que comparte con las ratas
Navegando las aguas del r¨ªo Zambeze, entre Zambia y Zimbabue, cerca de las cataratas Victoria, era imposible sustraerse a este maleficio: la belleza de las fieras es inseparable de su crueldad y a su vez esta crueldad es la ¨²ltima forma de inocencia. Las riberas del r¨ªo Zambeze estaban orladas de cocodrilos. Un ejemplar de cuatro metros se acerc¨® a la barcaza en cuya cubierta entoldada tom¨¢bamos gin-tonics contra el resplandor de una tarde de fuego. Lleg¨® a rozar con su cuerpo la amura y pudo haber dado un latigazo con la cola para descolgar a alguno de los pasajeros que lo contemplaba asomado por la borda con fascinado horror. Pudo escoger para zamp¨¢rselo a alguien que en ese momento estaba pensando en una clase de bolso para su se?ora, pero no lo hizo. Se limit¨® a despreciarnos y volvi¨® a la ribera con los hipop¨®tamos. Chacales, hienas, buitres, guepardos, cocodrilos. Me refiero a la reserva de Masai Mara de Kenia, no a Wall Street donde convive una especie m¨¢s peligrosa de predadores. En el rango de la ferocidad el ser humano lleva la corona de rey, el ¨²nico capaz de matar solo por placer, un honor que comparte con las ratas. Hace a?os asist¨ª a los resultados de la matanza entre tutsis y hutus en Ruanda, donde miles de cad¨¢veres llegaron a taponar el r¨ªo K¨¢gera. En el aeropuerto de Kigali hab¨ªa un gorila disecado con m¨¢s de 20 impactos de bala. En cambio, esta vez en Ruanda acababa de realizar una visita a una familia de gorilas en plena naturaleza. Nuestro gu¨ªa la descubri¨® despu¨¦s de una hora de caminar por la selva. Eran 17 ejemplares bajo la autoridad de un macho enorme de espalda plateada, que al vernos se golpe¨® el pecho y realiz¨® un alarde de mando frente a quien ¨¦l adivin¨® que era nuestro macho alfa, cuyas ondas de poder, tal vez, hab¨ªa percibido. Una vez calmado realiz¨® un coito triunfal con una de sus hembras, que le atendi¨® tras un leve gru?ido. Despu¨¦s sucedi¨® un hecho ins¨®lito, seg¨²n el gu¨ªa: una gorila joven se desprendi¨® del grupo y al pasar por mi lado me dio con el dorso de su mano un toque muy cari?oso en la entrepierna a modo de saludo. Iba a decirle, amor m¨ªo, no te vayas, pero se fue. A qu¨¦ fue debida esta confianza, tendr¨¦ que tratarlo con mi psicoanalista.
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