Vidas paralelas de mujeres en el exilo
Esta entrada ha sido escrita por Mar¨ªa Jes¨²s Vega, portavoz en Espa?adeACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados
Viven en el mismo pa¨ªs. Las separan 1.000 kil¨®metros. No se conocen, pero llevan vidas paralelas.
Sumaia huy¨® del conflicto y de la peor sequ¨ªa que se recuerda en d¨¦cadas en su pa¨ªs, Somalia, y lleg¨® hace unas semanas con tres de sus hijos al centro de tr¨¢nsito de Dollo Ado, al sudeste de Etiop¨ªa. El camino desde la regi¨®n sure?a de Gedo, feudo de las milicias de Al Shabaab, fue tortuoso. Viaj¨® unos d¨ªas en un carro tirado por un burro y otros a pie con un beb¨¦ en su regazo y dos hijos de cinco y cuatro a?os de edad. Las dos ¨²ltimas jornadas ya no hab¨ªa agua ni comida que darle a sus peque?os. Tras recibir comida caliente, materiales de ayuda humanitaria y someterse a un chequeo m¨¦dico y nutricional en el centro de tr¨¢nsito, la familia fue traslada al campo de refugiados de Bur Amino.
Maida es del estado sudan¨¦s de Nilo Azul. En julio de 2011, con el nacimiento de Sud¨¢n del Sur y despu¨¦s de seis a?os de relativa calma, estallaron los combates entre el Movimiento Popular de Liberaci¨®n de Sud¨¢n (rama sur) y el gobierno de Jartum en Nilo Azul y otras regiones fronterizas con ambos Estados, ricas en petr¨®leo y recursos naturales. Maida lleva varias semanas en el campo de refugiados de Bambasi, en la regi¨®n de Assosa, al oeste de Etiop¨ªa. Tambi¨¦n est¨¢ sola con su madre y seis hijos menores.
Ambas tienen poco m¨¢s de 30 a?os. No conocen a ciencia cierta el paradero de sus maridos, pero tienen en com¨²n que ninguna de las dos pierde la esperanza de volver a reencontrarse con ellos alg¨²n d¨ªa, tras haberse separado cuando emprendieron la huida.
¡°Tuvimos que dejar Sud¨¢n por la guerra¡± explica Maida. ¡°Cuando escap¨¦ con mis hijos y mi madre, era la ¨¦poca de lluvias y no par¨® de diluviar durante d¨ªas hasta que conseguimos llegar a la frontera¡±. ¡°Aqu¨ª tengo seguridad, pero me preocupa no saber si mi marido est¨¢ vivo o muerto ; mis hijos me preguntan por ¨¦l y le necesitan¡± explica esta mujer sudanesa.
Procedente de un pa¨ªs desgarrado por m¨¢s de 20 a?os de conflicto y del que han salido ya m¨¢s de un mill¨®n de refugiados, Sumaia recuerda lo duro que fue tener que dejar en Somalia a su esposo y a dos de sus hijos que se encontraban enfermos y no iban a poder aguantar el viaje.
Dos historias de exilio. Dos mujeres valientes y fuertes cuyas vidas probablemente nunca se llegar¨¢n a cruzar, pero a quienes la situaci¨®n de violencia les ha obligado a tener que tomar, probablemente, algunas de las decisiones m¨¢s dif¨ªciles de su vida.
La experiencia de vivir en un campo de refugiados como mujeres solas no es nada f¨¢cil, pero Sumaia y Maida se sienten afortunadas y agradecidas por estar a salvo. Por no sentir miedo a diario. Porque los bombardeos y los aviones Antonov ya no van a desvelar su sue?o y el de sus hijos. Porque a sus hijos no los reclutar¨¢n forzosamente. Por no tener que ser testigo de los incendios de poblados, de violaciones y asesinatos indiscriminados de civiles inocentes. Por tener un refugio en el que resguardarse, agua y alimentos para sobrevivir, aunque sean escasos. En definitiva, porque sus hijos y ellas est¨¢n vivos.
Pero los de Sumaia y Maida desgraciadamente no son casos aislados. En los campos gestionados por ACNUR en Etiop¨ªa, en las regiones de Dollo Ado y Assosa, hay 170.000 y 40.000 refugiados de Somalia y Sud¨¢n respectivamente. Muchos de ellos son personas vulnerables, como familias monoparentales, menores no acompa?ados, personas mayores, enfermos o discapacitados, a quienes es preciso identificar desde el primer momento de su llegada y a las que ACNUR, el gobierno de Etiop¨ªa y las organizaciones humanitarias que trabajan en los campos tratan de darles la asistencia y atenci¨®n que necesitan.
En el pico de la crisis en el Cuerno de ?frica el a?o pasado llegaban entre 1.000 y 2.000 refugiados a diario a Kenia y Etiop¨ªa en condiciones a veces tan deplorables que a pesar de los cuidados, muchos mor¨ªan en brazos de los trabajadores humanitarios poco despu¨¦s de ser traslados a los campos de refugiados.
Los alt¨ªsimos ¨ªndices de malnutrici¨®n y mortalidad infantil encendieron las alarmas y la atenci¨®n de los medios ante esta emergencia ayud¨® a que se recibieran puntualmente contribuciones para responder a esta crisis humanitaria.
Aunque el n¨²mero de llegadas en 2012 se ha reducido considerablemente, el goteo sigue siendo constante pero no as¨ª la atenci¨®n de los medios ni los fondos que se reciben. Estos refugiados a¨²n no pueden volver y entre los que han alcanzado los campos de Dollo Ado y Assosa, hay m¨¢s de 18.000 mujeres solas como Sumaia y Maida, con cargas familiares, que dependen enteramente de la ayuda humanitaria para sobrevivir.
Las he conocido hace unos d¨ªas y me han pedido que cuente lo que he visto. Yo no me puedo olvidar de ellas y espero no quedarme sola en el intento por difundir su situaci¨®n.
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