Los V¨ªctor Hugo del siglo XXI
El escritor portugu¨¦s Jo?o L¨®pes Marques ilustra con un cuento la Europa de dentro de 50 a?os
En una de las escenas m¨¢s emotivas de Los miserables, V¨ªctor Hugo capitalizaba la voz de uno de sus personajes para expresar su opini¨®n sobre el futuro de Europa. Cuando el autor franc¨¦s, en 1862, se imaginaba la Europa del siglo XX lo hac¨ªa en boca de Enjolras que, subido en lo alto de una barricada, luchaba por el avance del progreso y la democracia. El joven estudiante declamaba:
"?Ad¨®nde vamos, ciudadanos? A la ciencia convertida en gobierno; a la fuerza de las cosas erigida en ¨²nica fuerza p¨²blica; a la ley natural con su sanci¨®n y su penalidad en s¨ª misma, y promulgada por la evidencia; a una alborada que corresponda al nacer del d¨ªa. Caminamos a la uni¨®n de los pueblos; caminamos a la unidad del hombre. No m¨¢s ficciones; no m¨¢s par¨¢sitos. Lo real gobernado por lo verdadero; tal es el fin. La civilizaci¨®n celebrar¨¢ sus juntas en medio de Europa, y luego en el centro de los continentes, en un Parlamento de la inteligencia".
Como es normal, no se puede acertar siempre. El siglo XX no fue ese tiempo id¨ªlico del que hablaba V¨ªctor Hugo, no fue el fin de la historia sin ning¨²n acontecimiento rese?able. Pero en esas palabras ya estaba el germen de una Uni¨®n Europea que, efectivamente, cristaliz¨® en el siglo pasado.
Tres escritores europeos han accedido a convertirse, 150 a?os despu¨¦s, en V¨ªctor Hugo, a hacer un viaje imaginario en el tiempo para plantearse la siguiente pregunta: ?c¨®mo ser¨¢ Europa dentro de medio siglo? En plena crisis en la que la Uni¨®n no tiene claro hacia d¨®nde vamos y c¨®mo llegar hasta all¨ª, es un reto complicado.
El portugu¨¦s Jo?o L¨®pes Marques nos ha regalado un cuento con su visi¨®n de futuro. Este periodista y escritor se reparte entre Espa?a, Portugal y Estonia. Iberista, como su compatriota Jos¨¦ Saramago, su novela Circo vicioso ¡ªconvertida tambi¨¦n en blog, donde el autor comparte altas dosis de humor e iron¨ªa con sus lectores¡ª est¨¢ traducida en Espa?a. En Iberiana, editada en Portugal, cuenta la historia de un grupo de vascos que busca sus or¨ªgenes en el C¨¢ucaso. Idas y venidas por todo el continente. Le dejamos sobre la barricada:
"No, no puedo imaginar c¨®mo ser¨¢ Europa en 2062. Lo m¨¢s probable es que yo no viva ya en este planeta. Todav¨ªa me siento joven, por supuesto, y quiz¨¢s me beneficie de los recientes descubrimientos cient¨ªficos tan promocionados por geriatras y genetistas. Pero, maldita sea, el 2062 lo veo demasiado lejos...
M¨¢s: estoy enojado con este continente. Abrac¨¦ la causa europe¨ªsta hace m¨¢s de tres d¨¦cadas debido en parte a la idiosincrasia suicida de mi pa¨ªs. Una especie de Erasmus vitalicio. Ahora, convertido en europeo de cuerpo y alma, con una familia luso-estonia y residente en Catalu?a, estoy lidiando con otro intento. De suicidio, digo. ?Qu¨¦ he hecho yo para merecer esto? ?Es solo mala suerte? Podr¨ªa cerrar la puerta y limitarme a agradecer tan honorable invitaci¨®n. Ha sido un placer, en mis pesadillas nocturnas estoy harto de ver a la parca con la guada?a en la mano cantando el 'Himno a la Alegr¨ªa'. Encima de Beethoven, que era sordo. Sin embargo, hoy voy a jugar a este juego. Lo hago por mi beb¨¦ de 16 meses, que es todav¨ªa m¨¢s europea que yo y, adem¨¢s, es bastante probable que pase m¨¢s tiempo aqu¨ª que yo.
Avancemos entonces.
Despu¨¦s de 72 horas de espera, hay que recibir la confirmaci¨®n de nuestra reserva, me planto con la peque?a Agnes en la c¨²pula del Bundestag. No es solo hermosa, atributo que cualquier or¨¢culo digno debe ostentar, sino que es un pan¨®ptico perfecto de la Berl¨ªn neoimperial. Por supuesto, la beb¨¦ Agnes no tiene conocimiento del disgusto que me afecta e infecta los intestinos. Prefiere fijar sus ojitos tiernos en la tricolor, que ondea con serenidad. La mira y la vuelve a mirar, y mira de nuevo, y yo me siento obligado a pronunciar la palabra 'bandera', la primera vez en portugu¨¦s, solo despu¨¦s en estonio, cosas de una educaci¨®n biling¨¹e. Ella repetir¨¢ el vocablo algo torpe, aunque muy sonoramente. Fue entonces cuando uno de los miembros de nuestro grupo (estas excursiones tienen un m¨¢ximo de una docena de personas) nos llam¨® la atenci¨®n: '?Te has dado cuenta de que la bandera est¨¢ patas arriba?'.
No, todav¨ªa no me hab¨ªa dado cuenta. A¨²n hoy no s¨¦ si es la lista de color negro o la amarilla la que debe quedar arriba. El color rojo, ese, es mucho m¨¢s f¨¢cil, ya que representa la sangre y est¨¢ siempre en el centro. 'Es que no es lo mismo', subray¨® nuestro interlocutor, que se present¨® como un italiano de G¨¦nova. Encantado. Mucho gusto. La conversaci¨®n se anim¨® un poquito y los dem¨¢s visitantes mostraron cierta curiosidad. Es decir, dos griegos, un irland¨¦s, una pareja anglosueca, una familia catalana de Lleida y tres letones de origen ruso. De s¨²bito, se gener¨® incluso alguna controversia, pues no todos los presentes estaban de acuerdo con que aquella bandera ondeaba al rev¨¦s. Con la diplomacia que esta revuelta que siento en las entra?as me permite, me disculp¨¦ y segu¨ª la visita a la c¨²pula con mi beb¨¦.
Ya m¨¢s alerta, otras cosas raras pude detectar en el horizonte gris de Berl¨ªn. Esta vez tampoco me atrev¨ª a pronunciar las palabras, tuve p¨¢nico de que Agnes las pudiera repetir enseguida como un papagayo. Confieso que, de vez en cuando, tambi¨¦n llegu¨¦ a sentir miedo. Mucho miedo. En las banderas azules alrededor del Bundestag, por ejemplo, hab¨ªa ahora una estrella gigante, enorme, un sol elefantino, plantado en el centro y que aplastaba a las otras once estrellitas, all¨ª casi imperceptibles.
No me arrepiento de la m¨®rbida visita a la c¨²pula del Bundestag
Sintom¨¢tico, cuando completamos la visita de 360 grados, una gran parte de los excursionistas debat¨ªan todav¨ªa sobre la posici¨®n de la tricolor. Aceler¨¦ mi paso y, antes de entrar en el ascensor, no me pude resistir. Con un poco de solemnidad que Agnes no habr¨¢ entendido totalmente, le supliqu¨¦: 'Si cuando seas mayor de edad esa bandera sigue ondeando al rev¨¦s, huye a Australia. Tal vez lo hagamos los tres muy pronto, porque nunca se sabe lo que os espera. Tu generaci¨®n se est¨¢ perdiendo. No vas a tener trabajo, tendr¨¢s que pagar mi pensi¨®n, te consumir¨¢s cada d¨ªa con estas pat¨¦ticas discusiones, votar¨¢s desalentada en una sociedad de viejos, vas a vivir en una democracia de tecn¨®cratas sin alma, tendr¨¢s amigos capullos cuyo deporte es golpear cobardemente a la gente de piel m¨¢s oscura...'.
Basta... Qu¨¦ barbaridad... No hace falta decir que lo hice menos por ella que por m¨ª, pero no me arrepiento de la m¨®rbida visita a la c¨²pula del Bundestag. Incluso tuve una idea que, confieso, y perd¨®name la inmodestia, me pareci¨® genial: 'Ni?a, olv¨ªdate de Australia ... Nosotros vamos a mudarnos aqu¨ª. Mam¨¢ y pap¨¢ van a sufrir un poco, claro, pero dentro de unos a?os hablaremos todos esta lengua rara y luego te naturalizaremos. Esta gente no comprende nuestro continente. En 2062 habr¨¢ elecciones para el Bundestag y qui¨¦n sabe si no ser¨¢s t¨² la pr¨®xima canciller...'.
En 50 a?os se cumplir¨¢ el segundo centenario de la publicaci¨®n de Los miserables. En 50 a?os podremos tirar de hemeroteca y releer estas palabras quiz¨¢ con nostalgia, quiz¨¢ como leemos hoy las de V¨ªctor Hugo, con cierta sorpresa y condescendencia. Quiz¨¢ hayan acertado en todo. Quiz¨¢ no estemos aqu¨ª. Eso s¨ª, Europa, unida o no, seguir¨¢ en su sitio.
El "museo" de Alessandro Baricco
El italiano Alessandro Baricco pas¨® por Madrid en diciembre para presentar su ¨²ltima novela, Mr. Gwyn. Al subir a la barricada, su mirada hier¨¢tica se pierde entre las luces navide?as de la ciudad y al rato, comienza a hablar:
"Me imagino Europa como un gran museo, el m¨¢s grande del mundo, donde se conserva la memoria del pasado, donde la gente vive bien, con una gran calidad de vida. En general ser¨¢n m¨¢s individualistas, pero muy refinados. No ser¨¢n muy ricos, porque los m¨¢s ricos ser¨¢n otros. Ser¨¢n mucho menos religiosos que hoy, incluso en pa¨ªses como Italia o Espa?a, donde todav¨ªa pesa mucho la religi¨®n.
Ser¨¢ un territorio conquistado econ¨®micamente por otros pa¨ªses, probablemente asi¨¢ticos, todav¨ªa Estados Unidos; porque seguramente econ¨®micamente ser¨¢ debil; pero ser¨¢ un modelo cultural muy fuerte todav¨ªa; y el mundo seguir¨¢ mirando a Europa para abrazar su modelo cultural".
El autor de Seda podr¨ªa reescribir entonces su mayor ¨¦xito d¨¢ndole la vuelta. El protagonista ser¨ªa un japon¨¦s que viaja a Europa para hacer negocios y se ve seducido por el peso de la historia y de una cultura que a¨²n seguir¨¢ siendo euroc¨¦ntrica.
Apocal¨ªptico Vila-Matas
Sube ahora a la barricada un caballero de la Legi¨®n de Honor de Francia. Un hombre que vivi¨® en Par¨ªs y que ama tanto esa ciudad como lo hizo V¨ªctor Hugo. El barcelon¨¦s Enrique Vila-Matas ha sido reconocido por toda Europa como escritor. Su visi¨®n es m¨¢s cr¨ªptica, casi apocal¨ªptica, un relato literario sintetizado en muy pocas l¨ªneas:
"Hay algo fantasmag¨®rico en la idea de sentirnos en casa cuando estamos en Europa, pensar¨¢ alguien a comienzos del a?o 2062 cerca de donde estuvo Stuttgart. Cada giro de la historia europea moderna, pensar¨¢, nos ha dejado m¨¢s lejos del bosque en el que un d¨ªa estuvo este continente. Como dec¨ªan en 'El territorio', un filme de Ra¨²l Ruiz: para salir del bosque tenemos que salir de Europa. Pero para salir de Europa tenemos que salir del bosque. Y pensar que empieza este a?o incomprensible, dios nos ampare".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.