Las fronteras que derribamos
Recorremos 16.500 kil¨®metros de fronteras europeas hoy desaparecidas Un viaje por el gran sue?o de un continente en paz
En su peque?o y c¨¢lido apartamento de Liubliana, una encantadora jubilada de 86 a?os, Ana Ponikvar, fue capaz de resumir la historia de Europa con una sola frase: ¡°He vivido en siete pa¨ªses sin moverme de aqu¨ª¡±. Naci¨® en 1918, poco antes de la desaparici¨®n del Imperio Austroh¨²ngaro. Al poco tiempo se cre¨® el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, que se convirti¨® posteriormente en el Reino de Yugoslavia. Durante la II Guerra Mundial, Eslovenia fue invadida por Italia y Alemania. Al final del conflicto, Tito cre¨® Yugoslavia, que se desintegr¨® en 1991, y Ponikvar se convirti¨® en ciudadana eslovena. Cuando tuvo lugar la conversaci¨®n, en la primavera de 2004, estaba a punto de estrenar un nuevo pasaporte, con la entrada de Eslovenia en la UE. La historia de Europa es la de sus pueblos y sus fronteras, que rara vez coinciden. ¡°Europa siempre fue un laberinto y una mezcla de lenguajes, religiones, pueblos y naciones¡±, escribi¨® el gran historiador Tony Judt. Solo la desaparici¨®n de las fronteras puede enterrar conflictos que parec¨ªan imposibles de resolver.
Ahora que la Uni¨®n Europea padece una crisis de una profundidad inusitada y que muchas voces ponen en duda la supervivencia de uno de sus mayores logros, la moneda ¨²nica, no est¨¢ de m¨¢s recordar que en 1989 todav¨ªa exist¨ªa un Tel¨®n de Acero que part¨ªa Europa en dos, y diez a?os antes era necesario un pasaporte para salir de Espa?a (y a veces, camelarse tambi¨¦n a los guardias). Durante el siglo XIX y la primera parte del siglo XX, Estrasburgo era un s¨ªmbolo de la disputa territorial entre Francia y Alemania, un conflicto que se encuentra en el coraz¨®n de dos guerras mundiales; ahora es el emblema de las instituciones europeas. La UE es uno de los grandes logros de la historia, la mayor uni¨®n de pa¨ªses que luchan por unas instituciones comunes y que han renunciado a los dos principales signos de identidad de cualquier pa¨ªs: su moneda y sus fronteras. Y eso es algo que no ha ocurrido en ning¨²n otro lugar del mundo. Canad¨¢, M¨¦xico y Estados Unidos forman una poderosa uni¨®n comercial, pero ninguno de ellos ha abandonado sus fronteras.
El acuerdo de Schengen, firmado en 1985 y que actualmente integra a 26 pa¨ªses (incluyendo a Islandia, Noruega y Suiza, y sin contar con Bulgaria, Chipre y Ruman¨ªa, que ya lo han firmado, pero a los que todav¨ªa se aplican restricciones), ha borrado 16.500 kil¨®metros de fronteras, que el fot¨®grafo Valerio Vincenzo ha recorrido en busca de lo que algunas veces fueron muros infranqueables y ahora son apenas un recuerdo. En Los ¨¢ngeles que llevamos dentro, un desafiante libro que acaba de publicar Paid¨®s en castellano, Steven Pinker demuestra que vivimos en la ¨¦poca menos violenta de la humanidad. Este profesor de Psicolog¨ªa de Harvard recuerda que ese avance queda reflejado precisamente en la desaparici¨®n de barreras f¨ªsicas en el continente, con la paulatina creaci¨®n de Estados poderosos frente a baron¨ªas y reinos de Taifas en constante conflicto: ¡°Europa ten¨ªa en el siglo XV 5.000 unidades pol¨ªticas diferentes; 500 en los tiempos de la Guerra de los Treinta A?os, al comienzo del siglo XVII; 200 durante las guerras napole¨®nicas, en el siglo XIX, y menos de 30 en 1953¡±. Desde entonces, sobre todo tras la desaparici¨®n del bloque sovi¨¦tico, han nacido unos cuantos Estados; pero, curiosamente, han desaparecido muchas fronteras.
A mediados de los a?os ochenta, recorrer Europa en InterRail ¨Cque ha hecho tanto por el europe¨ªsmo como las becas Erasmus, aunque con menos reconocimiento p¨²blico¨C requer¨ªa una buena mochila, un saco, un est¨®mago a prueba de bombas, pocos escr¨²pulos a la hora de dormir en un albergue o en un tren mugriento, un pasaporte con visados preparados y paciencia para padecer largos registros aduaneros en cuanto se abandonaba el cogollo de Europa.
La desaparici¨®n de las aduanas ha creado una zona de intercambios y cruces, una especie de limbo
Cruzar la frontera entre la Checoslovaquia comunista (actualmente, la Rep¨²blica Checa y Eslovaquia, ambos pa¨ªses miembros de la UE y del espacio Schengen) y Austria era todav¨ªa en el verano de 1989, unas semanas antes de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, sumergirse en la guerra fr¨ªa. El tren, aquellos viejos, demacrados y sucios trenes de Europa del Este, se deten¨ªa a veces durante horas poco antes de llegar al puesto fronterizo. El desfile de polic¨ªas con aspecto de malos de pel¨ªcula de James Bond era constante. Mientras que a los escasos viajeros occidentales los dejaban m¨¢s o menos en paz, aunque registraban sus pertenencias con minuciosidad, los checos eran muchas veces llevados fuera del compartimento para ser interrogados a fondo. No se cambiaba de pa¨ªs, se cambiaba de mundo. Fuera patrullaban m¨¢s agentes y, antes de que el tren partiese, inspeccionaban bajo los vagones en busca de posibles fugitivos. Cuando la locomotora volv¨ªa a arrancar, la sensaci¨®n de alivio era general. Hoy, aquella frontera sencillamente no existe, como tampoco existe el muro que separaba Eslovenia de Italia, uno de los puntos m¨¢s conflictivos del continente durante d¨¦cadas.
Trieste es una bella, un poco decadente y conservadora ciudad del norte de Italia. Es conocida por sus caf¨¦s y su tradici¨®n literaria (Rilke, Joyce, Svevo, Magris). Fue la gran salida al mar del Imperio Austroh¨²ngaro, un puerto franco en el que conviv¨ªan tantas nacionalidades que en tiempos de los Habsburgo la ley se imprim¨ªa en diez lenguas diferentes, desde el griego hasta el esloveno, el hebreo o el italiano. Sin embargo, al final de la II Guerra Mundial, la disputa por Trieste estuvo a punto de desencadenar una guerra entre Italia y Yugoslavia. Como explican Angelo Ara y Claudio Magris en su historia de la ciudad (Trieste, Pretextos), solo el inter¨¦s occidental por evitar la apertura de un conflicto con Tito, que se hab¨ªa desmarcado de la URSS y del Pacto de Varsovia, impidi¨® que el asunto fuese a mayores. Pese a las gestiones diplom¨¢ticas, en el oto?o de 1953 se produjeron movimientos de tropas a ambos lados de la frontera y luchas ¨¦tnicas entre italianos y eslovenos con seis muertos. Hasta 1975 no se alcanz¨® un acuerdo definitivo sobre unas fronteras que, desde la entrada de Eslovenia en Schengen, han desaparecido. Adem¨¢s, como los l¨ªmites se han movido tantas veces a lo largo de la historia reciente y hay poblaciones de las dos nacionalidades mezcladas, en este caso, el paso de un lado a otro apenas se percibe.
Porque el final de las barreras f¨ªsicas no significa que se hayan borrado las diferencias. En algunos casos, porque son r¨ªos, como el Danubio o el Rin, que han servido de fronteras desde la antig¨¹edad, o cordilleras monta?osas, como los Alpes, los C¨¢rpatos o los Pirineos. Pero incluso en las grandes llanuras sin obst¨¢culos de Europa central, las diferencias aparecen r¨¢pidamente. Al cruzar desde Espa?a hasta Francia por Ir¨²n, desde el Pa¨ªs Vasco espa?ol al franc¨¦s, ya ni siquiera quedan las antiguas aduanas en la autopista, como m¨¢ximo, alg¨²n agente en el peaje, que adem¨¢s se paga con la misma moneda a uno y otro lado de la raya. Aunque much¨ªsimas cosas son diferentes: en apenas unos kil¨®metros cambian las radios, las compa?¨ªas de m¨®viles, el idioma, el paisaje, las casas, la polic¨ªa. A veces hasta cambia la hora. Pero la desaparici¨®n de las aduanas ha creado una especie de limbo, una zona de intercambios y cruces, algo que no es ni de lejos nuevo en la historia de Europa.
"Europa siempre fue un laberinto y una mezcla de lenguajes, religiones, pueblos y naciones", dijo Tony Judt
El historiador brit¨¢nico Philip Parker realiz¨® un apasionante recorrido por las fronteras de Roma en su momento de m¨¢ximo esplendor, El Imperio se detiene aqu¨ª. Un viaje por las fronteras del mundo romano (The Empire stops here. A journey along the frontiers of the Roman world, Pimlico), cuando Europa tambi¨¦n estaba unida bajo un mismo estandarte. Parker explica el concepto que los romanos ten¨ªan de un limes (frontera) y es curioso c¨®mo tiene mucho que ver con las separaciones actuales dentro del espacio europeo. ¡°Es un t¨¦rmino que generalmente utilizan los historiadores y arque¨®logos modernos para describir las fronteras del Imperio y, espec¨ªficamente, aquellas que estaban defendidas activamente por fortificaciones o por una red de ciudades fortificadas. En realidad, en su origen se refer¨ªa a una v¨ªa que utilizaba el Ej¨¦rcito para sus comunicaciones o para sus incursiones en territorio desconocido. Entre los siglos I y III despu¨¦s de Cristo comenz¨® a usarse para describir las fronteras terrestres del Imperio, pero no en el sentido actual de l¨ªneas en un mapa que separan abruptamente ¨¢reas delimitadas de control pol¨ªtico; era un concepto mucho m¨¢s flexible. Hab¨ªa, incluso, ciudades m¨¢s all¨¢ de esos l¨ªmites, y solo con el Imperio Persa exist¨ªan tratados que delimitaban las fronteras y los intercambios a trav¨¦s de ellas con precisi¨®n¡±.
Luis Carandell y Eduardo Barrenechea escribieron en 1973, antes de la revoluci¨®n de los claveles, primero como reportaje para el diario Informaciones y luego como libro para la editorial Cuadernos para el Di¨¢logo, un cl¨¢sico olvidado del periodismo espa?ol: La raya de Portugal. La frontera del subdesarrollo. ¡°Viajamos en el Renault Cuatrolatas que yo ten¨ªa entonces¡±, narra Carandell en sus memorias, Mis picas en Flandes (Espasa), en las que recuerda que raya, seg¨²n la RAE, es sin¨®nimo de frontera. ¡°Fueron m¨¢s de cinco mil kil¨®metros de recorrido para conocer el pa¨ªs que se extiende a ambos lados de la frontera hispano-portuguesa. Digo pa¨ªs porque las tierras de ac¨¢ y de all¨¢ de la raya tienen muchas caracter¨ªsticas comunes que les dan personalidad propia en el conjunto de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica¡±. Ese pa¨ªs de la frontera que describ¨ªan Carandell y Barrenechea, con sus fortificaciones reflejo de tantos a?os de guerras, y a la vez con sus intercambios constantes, parece ahora mismo irreal: en aquellos tiempos, el temor al movimiento de ideas ¡°disolventes y perniciosas¡± sellaba los puestos a las nueve de la noche. Sin embargo, el pa¨ªs existe: hay algo diferente, ¨²nico, en esos lugares donde alguna vez hubo aduanas, incluso muros y alambradas. Quiz¨¢ porque all¨ª empieza un nuevo territorio que es a la vez distinto y cercano, seguramente porque en esas l¨ªneas, ahora desaparecidas, naci¨® la UE: all¨ª, en el pa¨ªs de la frontera, desde los tiempos de los romanos y sus limes, los europeos tuvieron la certeza de que los intercambios son mucho m¨¢s provechosos que las guerras.
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