Todos eran brujos
Los ciudadanos tambi¨¦n deben exigir a Mariano Rajoy que se explique en el Congreso
Con las seis horas de retraso de rigor a las que obliga el encontrarse al otro lado del oc¨¦ano me enfrent¨¦ a la primera plana del peri¨®dico y me qued¨¦ unos minutos mir¨¢ndola. Mi mente a¨²n no hab¨ªa alcanzado la velocidad de crucero as¨ª que hab¨ªa algo de enso?aci¨®n en lo que ve¨ªa y en lo que pensaba. El momento recordaba esa escena de La semilla del diablo en la que Mia Farrow, fr¨¢gil y desamparada, interpreta, gracias a la ayuda de un amigo que muere intentando advertirla, un anagrama que contiene el siguiente mensaje: ¡°Todos eran brujos¡±. Todos eran brujos. Esa es la frase que se instal¨® de manera espont¨¢nea en mi mente y que todav¨ªa sigue ah¨ª, sin que haya conseguido sacud¨ªrmela, molesta como un moscard¨®n, negro, gordo, implacable. Tampoco es que el titular fuera absolutamente inesperado, porque ya es costumbre que el pueblo soberano se desayune con una de caf¨¦ con filtraciones, de tal forma que llev¨¢bamos d¨ªas esperando o temiendo que algo apestoso iba a salir a la luz desde que se supo que el tesorero B¨¢rcenas era un hombre con papeles.
Hemos demostrado que somos torpes a la hora de expresar un rotundo e innegociable ¡°hasta aqu¨ª hemos llegado¡±
?Espa?a, ese pa¨ªs en el que los dictadores mueren en la cama de viejos y en el que las informaciones que llegan a los ciudadanos no son el producto de una investigaci¨®n judicial, a menudo entorpecida o castrada por los propios partidos pol¨ªticos, sino de lo que alguien se dedica a filtrar a un medio o a otro, no tiene por costumbre reaccionar. Gritar, gritamos; encabronarnos, nos encabronamos; nos damos golpes de pecho o pegamos pu?etazos en la mesa y muy a menudo nuestra ira confunde a los justos con los pecadores, pero hemos demostrado que somos torpes a la hora de expresar un rotundo e innegociable ¡°hasta aqu¨ª hemos llegado¡±. Hasta aqu¨ª deber¨ªamos haber llegado. No basta con que el l¨ªder de la oposici¨®n, Rubalcaba, pida una comparecencia del presidente en el Congreso (una petici¨®n que en mi opini¨®n no suena todo lo contundente que deber¨ªa). La exigencia deber¨ªa ser ciudadana, aunque tengo una gran curiosidad por observar c¨®mo los medios pr¨®ximos al Gobierno se apresuran a enmara?ar el asunto a fin de asistir a los votantes del Partido Popular de razones para que les sigan votando. Cuando Felipe Gonz¨¢lez se vio tocado por los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n tuvo enfrente a un contumaz Aznar que convirti¨® el ¡°v¨¢yase, se?or Gonz¨¢lez¡± en un mantra y lo repiti¨® sin descanso hasta que consigui¨® que los ciudadanos tambi¨¦n ejercieran su derecho a echarle. No s¨¦, por cierto, c¨®mo explicar¨ªa ahora Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar que aquel intachable aspirante a presidente podr¨ªa ser el mismo (si llega a probarse) bajo cuyo liderazgo se aceptaban sobrecillos-regalo. Pero no es ese el asunto, lo que aterra es que este Gobierno no tenga enfrente una oposici¨®n a la altura de la gravedad de estas circunstancias, una oposici¨®n que no se ahogue ni se achante cuando escuche desde la bancada contraria aquello de ¡°y t¨² m¨¢s¡±, porque digo yo que alguna vez habr¨¢ que centrarse en el orden del d¨ªa, sin dejarse enredar en debates est¨¦riles que embarullan y jam¨¢s resuelven.
Hay algo en todo este aquelarre que te espanta y te sorprende, por mucho que Espa?a sea un pa¨ªs de costumbres laxas, y es hasta qu¨¦ punto todos ellos asum¨ªan, con naturalidad, que en pol¨ªtica es aceptable el comprar las voluntades ajenas y el vender las propias. Y c¨®mo engatusaron al electorado para que creyera que cualquiera en su situaci¨®n har¨ªa lo mismo, que ese aprovechamiento del poder es parte intr¨ªnseca de la naturaleza humana o de la cultura nacional, y que tampoco hab¨ªa que desbancar a un presidente por un qu¨ªtame all¨¢ esos trajes. Es sorprendente, observando al tesorero o al casi exduque de Palma que se aprovechaba de la falta de ¨¦tica de los pol¨ªticos, que jam¨¢s se les pasara por la cabeza que alguna vez les pod¨ªan pillar con la mano dentro de la caja. ?No hubieran vivido ustedes aterrados ante la sola amenaza de ser descubiertos? ?O es que la honradez en Espa?a es solo cosa de cobardes?
Este Gobierno no tiene enfrente una oposici¨®n a la altura de la gravedad de estas circunstancias
Mientras los espa?oles seamos tan prisioneros del sesgo partidista y aceptemos con resignaci¨®n la codicia cuando esta se da en nuestras filas; mientras no abramos los ojos para comprender que hay otros pa¨ªses donde la corrupci¨®n, las corruptelas o los tr¨¢ficos de influencias no solo se castigan sino que son comportamientos despreciados socialmente, como est¨¢ mal visto mentir, porque la mentira puede costarle la carrera a un pol¨ªtico, a un ensayista, a un escritor o a un presidente; mientras un comportamiento il¨ªcito no nos haga cambiar nuestra voluntad de voto y nos anime a un juicio cr¨ªtico m¨¢s all¨¢ del encogimiento de hombros o del consabido ¡°todos son iguales¡±; mientras no haya mecanismos de supervisi¨®n econ¨®mica que corten de ra¨ªz la fea costumbre de muchos (son muchos) pol¨ªticos de recibir dinero que no les corresponde; mientras permitamos que quienes han de dar explicaciones eludan su obligaci¨®n y la justicia resuelva a paso paquid¨¦rmico y pase el tiempo y no veamos que nadie va a la c¨¢rcel ni nadie abandona la pol¨ªtica ni nadie dimite; mientras eso siga ocurriendo, no habr¨¢ razones para creer en la democracia espa?ola.
?Qu¨¦ hacer?
De momento, exigirle al presidente del Gobierno que comparezca en el Congreso. Que hable. Expl¨ªquese, se?or Rajoy.
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