Un paseo de c¨®mic con Max
Cr¨®nica de un ¡®paseo astral¡¯ con el dibujante Francesc Capdevila, ¡®Max¡¯. Es el artista invitado al estand de ¡®EL PA?S¡¯ en Arco. Entre bocetos de su trabajo para la Feria de Arte Contempor¨¢neo, este barcelon¨¦s afincado en Mallorca repasa su trayectoria y el estado del c¨®mic en Espa?a.
Seg¨²n se entra en la casa de Max, rampa arriba en lo alto de una loma frente al perfil de piedra de Sineu, pueblecito encantador en el centro de Mallorca, uno se siente gratamente mareado por la invasi¨®n de libros, discos, c¨®mics, revistas, m¨¢scaras, preciosos objetos indefinibles, figuritas de colores se supone que mexicanas representando a la muerte, estufas, chimeneas y hasta una botella m¨¢gica en cuyo interior amarillea cierto brebaje de dioses bajo el apelativo ¡®hierbas de Mallorca¡¯ (eficaz contra el fr¨ªo violento de este d¨ªa de invierno, pero para consumir con moderaci¨®n, misi¨®n bien dif¨ªcil).
Ya en la guarida creativa del due?o de las posesiones, a mano izquierda hay un ordenador; a mano derecha, rotuladores y acr¨ªlicos; en el centro, los bocetos de Paseo astral, el trabajo que estos d¨ªas ultima para el estand de EL PA?S en la inminente edici¨®n de Arco; detr¨¢s, toneladas de papel api?ado como se pudo ¨Cen un aparente desorden perfectamente ordenado¨C, y enfrente, al otro lado de la ventana, naranjos y limoneros mirando a los campos. Es el mundo cotidiano de Francesc Capdevila, Max (Barcelona, 1956), que encontr¨® el puerto de amarre en Mallorca por v¨ªa conyugal hace ya 30 a?os. ¡°Aqu¨ª estoy muy a gusto. A veces me agobio un poco y voy a Barcelona o a Madrid con cierta frecuencia, pero con tres o cuatro d¨ªas all¨ª tengo de sobra¡±, confiesa. Normal. La mesa de dibujo, su familia y las deliciosas porcellas que le preparan en el bar Sa Pla?a de Sineu deben de tirar lo suyo.
Quedaron lejos los heroicos mediados de los setenta en aquella Barcelona golfa e inspiradora donde, junto a otros llaneros solitarios l¨¢piz en ristre, llamados Nazario y Mariscal, Max se empe?¨® en tocar los genitales de alg¨²n que otro funcionario franquista. Era incre¨ªble lo mucho que unas vi?etas pod¨ªan cabrear a los franquistas de pro. ¡°Yo era el m¨¢s joven de aquella pandilla, deb¨ªa de tener 17 o 18 a?os¡±, recuerda Max, ¡°y aquello era¡ era¡, pues como eran las cosas en aquel momento, te importaba un pimiento lo que fueras a hacer o no con tu vida, viv¨ªas al d¨ªa y procurando pasarlo bien. Y con mucha hambre de aprender cosas. Hablamos del 73: este pa¨ªs era des¨¦rtico en lo cultural. Pero nos llegaba lo que se hac¨ªa por el mundo y ten¨ªamos ganas de emularlo. Y yo siempre hab¨ªa le¨ªdo tebeos, as¨ª que me puse a hacer c¨®mics, sobre todo despu¨¦s de conocer la obra de Robert Crumb, Gilbert Shelton y el underground americano. Me dije: ¡®Esto, esto es lo que a m¨ª me gustar¨ªa hacer¡±.
En 1973, espa?a era un pa¨ªs des¨¦rtico en lo cultural¡±
En concreto, la panda de Max, Nazario y Mariscal persegu¨ªa una insistente e innegociable misi¨®n: hacer c¨®mics sin ataduras tem¨¢ticas, capaces de describir la vida que no se mostraba oficialmente. En eso, el tardofranquismo a¨²n daba para mucho. Y as¨ª, por las mesas de dibujo de los Max, los Nazario, los Mariscal, los Pere Jaume y otras especies en v¨ªas de aparici¨®n fueron desfilando los barrios chinos o chin¨ªsimos de Barcelona, la marginalidad y sus tugurios, la vida nocturna poco confesable, los tipos y las tipas menos recomendables (o la mezcla de tipo y tipa, recu¨¦rdese la Anarcoma de Nazario, travest¨®n sin ley, uno de los personajes m¨¢s libres y feroces que ha dado el c¨®mic de este pa¨ªs y de otros, parido en las p¨¢ginas/refugio de aquella revista que se quiso llamar Goma3 y que se acab¨® llamando El v¨ªbora)¡ ¡°y todo eso retratado¡±, apostilla Max, ¡°a poder ser, en clave de humor, porque en realidad todos hab¨ªamos crecido con los tebeos de Bruguera, que eran humor puro, y eso fue una influencia tanto o m¨¢s grande que la del underground americano¡±.
Y como casi todos los albores creativos, el de Francesc Capdevila (¡°pero ll¨¢mame Max, ?eh?, solo me llaman Francesc en casa¡±) fue avanzando entre alguna que otra, o bastantes o incluso muchas penurias. Lo recuerda con cari?o. ¡°Toda la etapa que yo considero underground, desde 1973, cuando sali¨® El Rrollo Enmascarado, hasta 1979, que sali¨® El V¨ªbora, fueron a?os de ir publicando casi sin ver un duro, o en revistas autoeditadas o en otras de tipo ecologista o musical como Star, El Ecologista, Disco-Expr¨¦s¡¡±.
Pero, v¨ªctima inconsciente o impulsor inconsciente de un radical proceso de transformaci¨®n estil¨ªstica, Max fue abandonando los vericuetos abruptos de la l¨ªnea chunga para adentrarse sin complejos y sin freno en la l¨ªnea clara. Vaya, que el padre de Peter Pank aparc¨® el underground ca?ero de los inicios y se nos hizo franco-belga, no de la noche a la ma?ana, pero casi. ?Una traici¨®n a las ra¨ªces? ¡°No, no, no, nada de eso¡±, corta Max en seco. ¡°Se puede decir que yo me he mantenido siempre muy fiel a m¨ª mismo¡ solo que mi ¡®m¨ª mismo¡¯ ha ido cambiando con el tiempo. Lo que he mantenido por encima de todo ha sido mi libertad creativa, y por eso no he podido vivir profesionalmente del c¨®mic: eso me obligar¨ªa a estar produciendo constantemente, y mi ritmo creativo no da para eso, desde luego¡±.
El padre de sujetos inolvidables del tebeo espa?ol de los ochenta como Gustavo, Peter Pank o Bard¨ªn se acomoda en la silla donde dibuja cada ma?ana, mira por la ventana y desgrana sin prisa y sin pausa sus referentes/influencias: ¡°Yo hab¨ªa empezado casi copiando el estilo de Robert Crumb, pero despu¨¦s me empez¨® a salir algo que yo llevaba dentro desde mi adolescencia y que se llamaba Tint¨ªn, as¨ª que la l¨ªnea clara me sali¨® sin darme cuenta; pero no solo por Tint¨ªn, tambi¨¦n por los personajes de la escuela Bruguera. Lo m¨¢s curioso es que esa influencia de la l¨ªnea clara acab¨® saliendo cuando yo estaba haciendo lo m¨¢s punki, que era Peter Pank, y lo hizo a trav¨¦s de la influencia de un autor franc¨¦s, Yves Chaland, que fue quien renov¨® el trazo de Herg¨¦ d¨¢ndole una dimensi¨®n ochentera, nuevaolera¡±.
Un d¨ªa, Robert Graves se cruz¨® en el camino de Max. El mito, los mitos, se incorporaban a su vi?eta. Se acababa de establecer la partida de nacimiento del c¨®mic mitol¨®gico celtib¨¦rico, g¨¦nero inexistente como tal, pero que bien pudiera servir de etiqueta para lo que iba a venir. ¡°Los mitos me hab¨ªan interesado siempre, pero m¨¢s desde una forma puramente visual, yo creo que la cosa ven¨ªa, incluso, de la primera vez que vi Merl¨ªn el encantador, de Disney, porque la primera mitolog¨ªa en la que ca¨ª fue la celta; me parec¨ªa poderosa visualmente: los druidas, los bosques sombr¨ªos¡, pero mi inter¨¦s real por la mitolog¨ªa surge gracias a Robert Graves. Fue ¨¦l ¨Cque, por cierto, vivi¨® aqu¨ª cerquita, en Dei¨¤¨C quien me hizo flipar con la mitolog¨ªa griega, con lo que es la fuente originaria de toda literatura: los mitos¡±.
Se puede decir que siempre me he mantenido muy fiel a m¨ª mismo¡±
Un artista en crisis, un viaje on¨ªrico en pos de las musas, un pacto con el diablo (¡°todos los artistas lo establecen tarde o temprano, ?eh?¡±), un ejemplar de EL PA?S del 2 de enero de 2013¡ tinta china, pintura acr¨ªlica y collage: y ah¨ª est¨¢n los puntos cardinales de Paseo astral, la historieta de 46 p¨¢ginas que Max incrustar¨¢ en el estand de EL PA?S en Arco, entre el 13 y el 17 de este mes. ¡°Esto no deja de ser un desaf¨ªo, soy consciente de que estoy pisando territorio ajeno, o comanche, porque s¨¦ que en el mundo del arte hay mucho recelo, casi hostilidad, hacia el c¨®mic¡, aunque tambi¨¦n lo hay en el mundo del c¨®mic hacia el arte contempor¨¢neo. Pero que se provoquen chispas y choques de cosas me parece fant¨¢stico. De entrada, la cosa me super¨® mucho, porque me ve¨ªa obligado a dejar el pabell¨®n del c¨®mic bien alto, a no desentonar, a mantener un rigor art¨ªstico, pero al mismo tiempo, a no abandonar la frescura, la espontaneidad y el gamberrismo que ofrecen los c¨®mics¡±.
El autor de Bard¨ªn el superrealista ¨C¨¢lbum con el que gan¨® en 2007 la primera edici¨®n del Premio Nacional de C¨®mic, instituido por el entonces llamado Ministerio de Cultura¨C tiene claro el tiro: ¡°Tocaba hacer una reivindicaci¨®n de las posibilidades de la historieta como g¨¦nero; mostrar a quien quiera verlo que el c¨®mic, bajo su aparente modestia, esconde un entramado narrativo/visual muy complejo. Y, puesto que es un arte que naci¨® con la prensa, devolverlo por unos instantes a ese estatus de p¨¢gina de peri¨®dico en el que dio pasos de gigante en las tres primeras d¨¦cadas del siglo pasado¡±. Paseo astral es, m¨¢s concretamente, un homenaje directo al Little Nemo, de Winsor McCay (1904), un cl¨¢sico del c¨®mic.
?Le mueve a Max cierta aspiraci¨®n de denuncia del maltrato tradicional que tanto pr¨®cer de la alta cultura ha infligido al tebeo? Se dir¨ªa. La cuesti¨®n tampoco es que sea una novedad, sino que enlaza con el desprecio tradicional de las ¨¦lites culturales y dirigentes ¨Csabido es que las segundas propician o, al menos, toleran a las primeras¨C hacia la cultura de masas desde la revoluci¨®n industrial. Y no digamos hacia los c¨®mics, un g¨¦nero cuya inclusi¨®n en las secciones de Cultura de los medios de comunicaci¨®n sigue provocando ilustres urticarias, a pesar de los denodados apoyos que autores como Umberto Eco, Terenci Moix o Rom¨¢n Gubern han brindado a este lenguaje.
¡°En Espa?a se ha ninguneado al c¨®mic¡±, lamenta. ¡°El propio ambiente social del pa¨ªs ha tenido siempre conceptuados a los c¨®mics como algo para ni?os, o como mucho para adolescentes, punto. Esa es una idea forjada en la posguerra, cuando los ¨²nicos tebeos autorizados eran los infantiles y las aventurillas de Roberto Alc¨¢zar y Pedr¨ªn y otros superh¨¦roes patrios. As¨ª que nos toc¨® a los autores de mi quinta, e incluso a los de la anterior, como Carlos Gim¨¦nez y compa?¨ªa, demostrar que no, que los c¨®mics pod¨ªan ser para todos los p¨²blicos. Y eso ha sido una labor paciente, de a?os. A veces cabrea¡±.
Nos toc¨® a los autores de mi quinta demostrar que el c¨®mic era para todos¡±
Su militancia en las filas de la historieta como g¨¦nero art¨ªstico y como lenguaje expresivo es espartana, sin condiciones: ¡°Habr¨ªa que dar a entender a la gente que, m¨¢s all¨¢ de los m¨²ltiples g¨¦neros que hay en el c¨®mic ¨Chistorieta infantil, ciencia-ficci¨®n, superh¨¦roes, underground, tebeos superintelectuales, historias abstractas, lo que sea¨C, debajo existe un lenguaje potente y distinto al puramente literario, cinematogr¨¢fico o pict¨®rico, un lenguaje con muchas capacidades para transmitir y narrar¡±. Piensa, busca y encuentra un ejemplo pr¨¢ctico: ¡°Pongamos el ejemplo de Paracuellos, el tebeo de Carlos Gim¨¦nez. Es que es perfecto as¨ª, en c¨®mic. Y ser¨ªa imposible de trasladar a otro medio, o no imposible, pero el resultado no ser¨ªa as¨ª de bueno¡±. Y, en efecto, sigamos con los ejemplos. ?Qui¨¦n puede imaginar en cine o en novela obras maestras del c¨®mic como Maus, de Art Spiegelman (todo un premio Pulitzer); El garaje herm¨¦tico, de Moebius, o Contrato con Dios, de Will Eisner?
Pero volvamos a Paseo astral. La obra con la que Max meter¨¢ el c¨®mic en una feria de arte guarda ciertas similitudes de estilo con Vapor, su ¨²ltima obra en el mercado (ediciones La C¨²pula), y supone el hasta hoy ¨²ltimo eslab¨®n en la cadena de un incansable proceso de esencia, s¨ªntesis y limpieza en su carrera. Como desbrozar maleza. ¡°S¨ª, esto es as¨ª, creo que fue como a finales de los noventa cuando me di cuenta de que lo que me interesaba de verdad era eso: despejar, buscar la esencia del trazo y, en definitiva, tratar de comunicar lo m¨¢ximo con el m¨ªnimo¡±, explica.
La edad dorada de un g¨¦nero incomprendido
"Maravilloso". No es frecuente, en tiempos de IVA disparado y recortes sin freno, escuchar este t¨¦rmino en alguna conversaci¨®n sobre cultura. Y, sin embargo, es una de las palabras m¨¢s usadas por algunos de los m¨¢s conocidos dibujantes del planeta para describir el momento que atraviesa el mundo del c¨®mic. "El tebeo ha alcanzado un gran nivel literario. Te permite trasladar al lector directamente al contexto que narras. Para m¨ª es ahora mismo el medio de expresi¨®n m¨¢s interesante", dice Joe Sacco, periodista malt¨¦s afincado en EE UU, que con su l¨¢piz y sus Reportajes (Mondadori) ha retratado los mayores dramas del planeta, de la guerra en Chechenia a la ocupaci¨®n israel¨ª en Gaza.
Talentos j¨®venes, viejos maestros y la apertura hacia cualquier tema. Con esta receta, el c¨®mic busca demostrar que ya no es asunto de ni?os o de frikis, o cultura de baja estofa, como algunas estrellas de la alta cultura y otras mentalidades enfermas de solemnidad y gravedad siguen pretendiendo. Varios datos lo confirman. En 2011, en Espa?a se editaron 1.974 nuevos t¨ªtulos, un 11,8% m¨¢s respecto al a?o anterior, seg¨²n la Federaci¨®n de Gremios de Editores. Como siempre, mejor a¨²n le fue al tebeo en Francia, uno de sus oasis tradicionales: en 2011, el pa¨ªs public¨® 5.327 c¨®mics, el a?o m¨¢s prol¨ªfico de su historia y el decimosexto consecutivo de aumento, seg¨²n la Asociaci¨®n francesa de Cr¨ªticos y Periodistas de Tebeos.
"Tras casi 100 a?os de adolescencia obligada, los c¨®mics est¨¢n entrando en la edad adulta", asegura Seth, nombre art¨ªstico de Gregory Gallant, creador de la novela gr¨¢fica La vida es buena si no te rindes (Ediciones Sins Entido). En opini¨®n del franc¨¦s Joan Sfar, una de las estrellas del c¨®mic de autor europeo, "la historieta ofrece unas posibilidades ilimitadas como g¨¦nero; permite una capacidad de evocaci¨®n y un ritmo de lectura distintos al cine o la literatura".
Una de las claves de la madurez del g¨¦nero es la tem¨¢tica. Batman, Spiderman y los dem¨¢s superh¨¦roes siguen all¨ª. Pero la novela gr¨¢fica se ha puesto a dibujar, m¨¢s bien, la realidad. Desde los secretos familiares que cuenta Alison Bechdel en ?Eres mi madre? (Mondadori) hasta las tradiciones jud¨ªas que traza en sus libros Joan Sfar no hay asunto que el tebeo no pueda afrontar. Sobre todo desde que, de la mano de Art Spiegelman, se midi¨® con el Holocausto.
"Maus demostr¨® que el c¨®mic pod¨ªa tratar la enormidad. Ahora, esa idea est¨¢ adquirida, y muchos de los mejores trabajos van en esa direcci¨®n", defiende Spiegelman, que, con su relato de los campos de concentraci¨®n protagonizado por ratones antropom¨®rficos, es el ¨²nico dibujante ganador de un Pulitzer, en 1992. Casi 30 a?os despu¨¦s, la lecci¨®n est¨¢ aprendida. Tanto, que varios autores juran que un buen guion es m¨¢s importante que colores y l¨¢pices. "No tengo la habilidad innata para dibujar. La he compensado con la obsesi¨®n y con una reflexi¨®n intensa sobre qu¨¦ quer¨ªa hacer. El pensamiento sustituy¨® a la tinta", cuenta Spiegelman. "El objetivo no es tanto ser un buen dibujante, sino sumergir al lector en el mundo que has creado. Quiero que la gente lea mis tebeos y se olvide de que est¨¢n hechos en p¨¢ginas", agrega el tambi¨¦n estadounidense Daniel Clowes, autor de trabajos tan conocidos como Pussey o Ghost world.
Definitivamente, los tebeos ya no le tienen miedo a la seriedad. Si no, preg¨²ntenle a Alfonso Zapico, que se llev¨® el Premio Nacional de C¨®mic de 2012 con Dublin¨¦s (Astiberri), una biograf¨ªa de James Joyce. "La novela gr¨¢fica ha sacado al c¨®mic de su peque?o universo de lectores y creadores para d¨¢rselo a todo el mundo", afirma. "Excluyendo a los autores de superh¨¦roes, habr¨¢ como mucho dos o tres docenas en EE UU que viven del c¨®mic", sentencia Joe Sacco. En Espa?a, l¨®gicamente, es peor: "Aqu¨ª nadie vive solo de los tebeos", lamenta Max.
Alfonso Zapico lo confirma: su talento no le basta para sobrevivir. Y eso que se mud¨® a Francia en busca de m¨¢s fortuna (no olvidemos que, en el pa¨ªs vecino, un autor como Juanjo Guarnido es una aut¨¦ntica estrella de prestigio y de ventas gracias a su saga Blacksad). De todos modos, Zapico ve un horizonte esperanzador: "En Espa?a no vivimos de publicar c¨®mics, pero hemos ganado decidir qu¨¦ contar y c¨®mo. Tenemos una libertad infinita".
Hoy, al l¨¢piz se ha sumado el ordenador. El c¨®mic digital est¨¢ aqu¨ª para quedarse. Y algunos autores, como Joan Sfar, no ocultan su fascinaci¨®n, aun con peros: ¡°El c¨®mic digital ofrece una fidelidad absoluta en la reproducci¨®n del rotulado y de los colores; en ese sentido es ideal. Pero ?y los derechos de los autores? Hay mucho que debatir ah¨ª, y hay que tener mucho cuidado con los excesos de las editoriales¡±.
Fueron pocos ¨Cdos¨C los aprioris que Max se impuso al aceptar el envite de EL PA?S de pensar y dibujar una historia en vi?etas para un lugar como Arco: ¡°Me puse un par de gu¨ªas a seguir: una, que la historia tuviera alg¨²n tipo de relaci¨®n con la realidad, porque si a m¨ª me encarga el estand de Arco un peri¨®dico, pues yo no quiero abstraerme de eso; y dos, quer¨ªa hacer algo sobre el debate entre el arte y el c¨®mic, la alta cultura y la baja cultura¡ lo que pasa es que es lo de siempre¡ algo te va guiando para otro lado del que hab¨ªas previsto y¡¡±.
¨CYa, s¨ª, bueno, pero en la sinopsis que yo le¨ª se hablaba de un artista que, leyendo un peri¨®dico en busca de ideas, se queda dormido. Esto¡ ?C¨®mo hay que interpretarlo? ?Es lo que parece? Quiere usted decir que estamos haciendo los peri¨®dicos m¨¢s aburridos de la historia, ?no?
¨C?Ja, ja, ja, ja! No, era un recurso porque necesitaba que el personaje se durmiera, como le pasa al ni?o de Little Nemo, ?ja, ja, ja!, no, no hay ah¨ª ninguna idea por mi parte sobre que los peri¨®dicos sean aburridos.
Max huye de lo trillado. Y ah¨ª se acuerda otra vez de los pioneros. Se llamaban Rodolphe T?pffer, Frans Masereel, Richard Outcault o Winsor McCay, y hace m¨¢s de un siglo ya que elevaron el c¨®mic a la categor¨ªa de arte, aunque ninguno de ellos frecuentaba ferias de arte, y algunos, cada ma?ana, se limitaban a manchar magistralmente las enormes y asabanadas p¨¢ginas de diarios como The New York Herald. Los diarios de Pulitzer y Hearst se disputaban a estos nuevos ?perioartistas? ¡°Y es incre¨ªble¡ visto con ojos de ahora, lo que hac¨ªan aquellos t¨ªos de hace un siglo era experimental, innovador en el lenguaje y en las historias, y radical en el grafismo y en el color; era una aut¨¦ntica pasada¡±.
¨CLa modernidad¡, pero a finales del XIX y principios del XX¡
¨CLa modernidad¡, ?pero siendo pasto de las masas! Eso, hoy en d¨ªa es inconcebible. Cualquier equivalente a aquellos tipos que hoy en d¨ªa est¨¦ haciendo c¨®mic, que los hay, es impensable que sea contratado por un peri¨®dico de gran circulaci¨®n.
¨CHoy lees Yellow Kid, de Outcault, que es de 1894, o Little Nemo, de Winsor McCay, que es de 1905, y siguen si¨¦ndolo, siguen resultando incre¨ªblemente modernos.
¨CS¨ª. Siguen funcionando igual, no pasan, es algo incre¨ªble¡
Tiene raz¨®n Max. Arte que no pasa parece un buen concepto para se?alar esas obras cuyo secreto radica en una renovaci¨®n o reafirmaci¨®n eterna, aun estando quietas, aun siendo remotas. Como ciertas iglesias rom¨¢nicas. Como las m¨¢scaras africanas que inspiraron a Picasso. Como la disposici¨®n y el tratamiento psicol¨®gico en los personajes de ciertas pinturas de los primitivos flamencos o la estructura piramidal en el Descendimiento de Van der Weyden¡
El c¨®mic naci¨® como fen¨®meno de masas en la prensa estadounidense de finales del XIX. Pero hoy y aqu¨ª, la historieta de prensa es o bien humorismo gr¨¢fico bienintencionado o solemne veh¨ªculo de opini¨®n en las p¨¢ginas de los diarios. De ambas modalidades hay aut¨¦nticos maestros, pero es un hecho que lo que fue un medio de masas hoy es una forma de expresi¨®n art¨ªstica y narrativa m¨¢s bien elitista, entendiendo por elitista tanto la dimensi¨®n de la oferta como la de la demanda; por supuesto, hablamos de Espa?a. Nada de esto es aplicable si se alude a Francia (con un mercado floreciente, tiradas cicl¨®peas y las novedades de c¨®mic poblando las p¨¢ginas de los m¨¢s prestigiosos suplementos literarios), y no digamos si se apunta a Jap¨®n o a Estados Unidos, donde el c¨®mic es un fen¨®meno de masas con autores que viven solo de sus dibujos y sus historias (no as¨ª en Espa?a), y los grandes estudios de cine, nutri¨¦ndose de los tebeos, sus h¨¦roes, sus superh¨¦roes y sus antih¨¦roes.
¡°En esto, como en casi todo, la industria norteamericana es la que ha llevado la voz cantante: cuando se acab¨® aquello de los c¨®mics en la prensa, los americanos se inventaron los superh¨¦roes, y luego, ya en los cuarenta y cincuenta se inventaron los c¨®mics de g¨¦nero, terror, ciencia-ficci¨®n¡¡±, explica Max, quien lleg¨® a firmar dos portadas en el sancta santorum del periodismo de calidad y meca deseada para los ilustradores: la revista The New Yorker. ¡°Uffff, publiqu¨¦ dos, pero lo intent¨¦ varias veces m¨¢s, pero son muy raros, y dej¨¦ de intentarlo, no les cog¨ªa el punto¡±.
?Le coger¨¢ el punto Max a Arco? ?Y Arco a Max? El c¨®mic entra en el gran bazar del arte contempor¨¢neo. Esa es la noticia. Las consecuencias ya se ver¨¢n.
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