Cautivos del bipartidismo
En Espa?a no hay libre competencia entre las formaciones pol¨ªticas como la hay en Alemania, donde la corrupci¨®n se depura a nivel interno para evitar la fuga de votos, lo que el sistema hispano hace casi imposible
Se acuerdan de Zu Guttenberg? Ten¨ªa solo 39 a?os y era ministro de Defensa en Alemania. Pasaba por ser el pol¨ªtico m¨¢s valorado del pa¨ªs, y nadie dudaba de que sustituir¨ªa a Merkel en el liderazgo del partido. Pero en marzo de 2011 se vio obligado a dimitir ?Su delito? Hab¨ªa copiado, en la universidad, partes de su tesis doctoral. Mientras escribo esto, y como en una suerte de confirmaci¨®n de lo que voy a defender aqu¨ª, acaba de ocurrir lo mismo con la ministra de Educaci¨®n, Annette Schavan.
?Por qu¨¦ nosotros no somos as¨ª? Algunos enarbolan la teor¨ªa de la cultura pol¨ªtica del pa¨ªs, una manera elegante de decir que no podemos ser de otra manera, que llevamos la corrupci¨®n en la sangre. Bien, no es cierto. Como todo en pol¨ªtica, no es cuesti¨®n de genes, sino de voluntad. Y el espejo alem¨¢n nos devuelve al menos dos lecciones de las que deber¨ªamos tomar buena nota.
La primera es institucional. Quien oblig¨® a Guttenberg a dimitir fue, por supuesto, su partido. En Alemania son los propios partidos los que se encargan de limpiarse a s¨ª mismos. ?Son los partidos alemanes mejores que los nuestros por naturaleza? No, lo que ocurre es que desarrollan sus funciones en un marco institucional que les obliga a combatir la corrupci¨®n. Un marco institucional que tiene un nombre obvio: libre competencia.
El PP sabe que todo aquel que est¨¦ a la derecha del PSOE estar¨¢ obligado a votarle
Pero en Espa?a no tenemos libre competencia entre partidos. Lo que tenemos es bipartidismo. Por rara que nos suene, la pregunta clave para abordar la corrupci¨®n en Espa?a es la siguiente: ?Hay algo m¨¢s desamparado desde el punto de vista electoral que los ciudadanos de centro-derecha y derecha de este pa¨ªs? Ocurra lo que ocurra, solo tienen una opci¨®n: votar al PP. Y algo muy parecido ocurre con los ciudadanos de izquierda: solo pueden votar PSOE¡ o dejar que gane el PP.
Esa es una realidad institucional implacable y feroz para los millones y millones de espa?oles que viven en las circunscripciones peque?as, en las que no es posible la pluralidad y solo existen esas dos opciones. Y esa realidad implacable y feroz dibuja, frente a la urna, una alternativa diab¨®lica: o votas PP aunque incluya corruptos en sus listas, o dejas que gane el PSOE. Y viceversa: o votas PSOE, te convenza o no, o dejas que gane el PP. Una indignada atrap¨® de forma magistral el coraz¨®n del bipartidismo: ¡°Es un absurdo absoluto que la forma de castigar a un partido sea votar a otro con el que no se est¨¢ de acuerdo¡±.
?Qu¨¦ tiene que ver el bipartidismo con la corrupci¨®n? Todo. En un sistema as¨ª los electores no somos los soberanos de los dos grandes partidos; somos sus s¨²bditos. Porque ambos juegan con la ventaja de saber que tienen a su favor el propio sistema electoral ¡ªesto es, las reglas del juego¡ª y que por tanto el ejercicio de rendici¨®n de cuentas ante la ciudadan¨ªa se llevar¨¢ a cabo siempre de forma beneficiosa para ellos. En el PP pueden hoy huir hacia adelante solo porque saben que, en la pr¨®xima jornada electoral, sus millones de votantes no tendr¨¢n otra opci¨®n que elegir entre ellos y el PSOE. Esto es, porque saben que todo aquel a la derecha del PSOE estar¨¢ obligado a votarles.
En Alemania el universo es otro. Hay proporcionalidad perfecta: cada partido recibe la cuota de esca?os que le dan sus votantes, sin trampa ni cart¨®n. Circunscripci¨®n ¨²nica y absoluta igualdad de oportunidades para todos los partidos. Libre competencia. Si el partido de Merkel presenta un corrupto, sus votantes tienen otras opciones cercanas por las que decantarse. Cercanas¡ eso es fundamental, porque implica que los votantes conservadores no tienen como ¨²nica alternativa a un partido de izquierda. En un escenario as¨ª, los electores son libres y, por tanto, la corrupci¨®n se paga electoralmente cara.
El men¨² a dos ya est¨¢ fijado de antemano y fosilizado 'ad eternum' gracias a la ley electoral
En un escenario como el espa?ol, no. Aqu¨ª son los votantes los que est¨¢n cautivos del partido y no al rev¨¦s. Rajoy lo demostr¨® de modo inmejorable. ¡°Lamento el da?o que est¨¢n haciendo al Partido Popular¡±, tuvo el valor de decir. Pero, si hay algo indiscutible en todo esto, es que el da?o al partido lo han hecho ellos, los dirigentes. Son ellos, nadie m¨¢s, los que han traicionado a sus millones de electores. En Alemania los echar¨ªan a patadas con la primera informaci¨®n period¨ªstica. Y lo har¨ªan desde el partido. Porque all¨ª los ciudadanos son soberanos. Aqu¨ª no. Aqu¨ª los millones de ciudadanos conservadores no tendr¨¢n otra posibilidad que votarles a ellos y por eso Rajoy puede hacer lo que hizo: insultar a su inteligencia, la de sus propios electores, a la cara y en p¨²blico. Son sus votantes en sentido patrimonial: no pueden ir a otro lado.
La segunda lecci¨®n es ideol¨®gica. Es sabido que el partidismo, en la forma de bipartidismo imperfecto que adquiere entre nosotros, lo ha acabado colonizando todo: el ejecutivo, el legislativo, el judicial, el Banco de Espa?a, el Tribunal de Cuentas, el Constitucional, las comunidades aut¨®nomas, las cajas de ahorro. Pero empieza a colonizar tambi¨¦n nuestras propias categor¨ªas de an¨¢lisis.
Solo eso explica que hayamos llegado a pensar que la soluci¨®n a la corrupci¨®n pasa por un pacto entre los dos grandes protagonistas del duopolio representativo que padecemos. Es todo lo contrario, ese pacto es el problema. Porque el pacto democr¨¢tico obvio es otro. El pacto democr¨¢tico obvio es entre cada partido y sus votantes. Son los votantes los que exigen a su partido que no se corrompa. Y, si no cumple, se ir¨¢n a otro partido. Pero, claro, para eso tiene que haber proporcionalidad y libre competencia entre partidos. Esto es, que el elector sea soberano y elija con entera libertad entre las diferentes opciones. Aqu¨ª es al rev¨¦s. Aqu¨ª el men¨² a dos ya est¨¢ fijado de antemano y fosilizado ad eternum gracias a la ley electoral. Por eso las decisiones las pactan entre ellos y por eso a ese pacto a los votantes ni se nos invita, porque ya se sabe que solo podremos votar por uno o por otro.
Alemania funciona mejor que Espa?a por muchos factores; uno de ellos, sin duda, el institucional. Los partidos se depuran a s¨ª mismos y as¨ª la din¨¢mica es otra. Porque fij¨¦monos en la din¨¢mica que se avecina en nuestro pa¨ªs tras la declaraci¨®n de Rajoy. Una din¨¢mica con solo dos posibilidades, la horrible y la inconcebible.
La horrible es un Gobierno con indicios m¨¢s que s¨®lidos de corrupci¨®n. Los ciudadanos espa?oles tenemos documentos de pu?o y letra del tesorero del partido en los que se afirma que Rajoy y el PP se financiaban ilegalmente. Tenemos las declaraciones de un diputado del PP, en estas mismas p¨¢ginas, afirmando que los sobres exist¨ªan. Tenemos la confirmaci¨®n por varios miembros del PP de que varias de las anotaciones de B¨¢rcenas son ciertas. Y tenemos ¡ªy tambi¨¦n es algo ya perfectamente emp¨ªrico¡ª la propia reacci¨®n de la c¨²pula del PP: en la hip¨®tesis de la inocencia, no re¨²nes al partido¡ ?Para qu¨¦, si todo es falso? Si todo es falso descuelgas el tel¨¦fono, hablas con tus abogados y te querellas. Y punto.
La inconcebible es un Gobierno bajo chantaje. Todo apunta a que B¨¢rcenas est¨¢ coaccionando al PP para que desde el Gobierno le protejan. Y todo apunta a que ha ganado la batalla, porque solo eso explica que desde el PP amenacen a los mensajeros, pero que a ¨¦l, que es el remitente, ni lo mencionen. Lo que implica, claro, que todav¨ªa guarda m¨¢s munici¨®n. Esta es, en efecto, la hip¨®tesis te¨®rica m¨¢s veros¨ªmil, aquella en la que encajan como un guante todos los datos emp¨ªricos que tenemos. Y, si eso es as¨ª, entonces el propio Gobierno es preso de su hombre y se mantiene como Gobierno con la obligaci¨®n de protegerlo.
Y ahora recordemos a Guttenberg y Schavan, dimitidos a la fuerza¡ ?por copiar en la universidad! Y no permitamos nunca que nos digan que no podemos ser como ellos. Podemos, claro que podemos. Solo tenemos que arrancar nuestra mirada del lodazal en el que se ha convertido nuestro sistema representativo y mirar un poco m¨¢s all¨¢. Y empezar a creer.
Jorge Urd¨¢noz Ganuza es profesor de Filosof¨ªa del Derecho y del Master de Derechos Humanos de la Universidad Oberta de Catalunya.
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